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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

La música y el canto de la llanura bonaerense

La música y el canto de la llanura bonaerense

Alejandra Rodríguez, heredera de una arraigada tradición de la música bonaerense

19 de Noviembre de 2017 | 12:20
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

La guitarrista y cantautora platense Alejandra Rodríguez conoce la magnitud del legado que recibe. Ganadora de principales concursos sobre canto surero, preparándose estos días para su nueva presentación en Cosquín antes de fin de año, se siente heredera del dolorense Abel Fleury, de Atahualpa Yupanqui, de Suma Paz, de Alberto Merlo o de Atilio Reynoso, quienes poblaron la llanura bonaerense de melodías y coplas memorables. “La guitarra te permite estar sola frente al paisaje y describirlo”, dice ella. Pero tampoco ignora que hubo y hay guitarras para otras finalidades.

“La guitarra te permite estar sola frente al paisaje y describirlo”

Alejandra Rodríguez,
guitarrista y cantautora platense

 

“Voy a templar la guitarra/ para explicar mi deseo”, cantó Bartolomé Hidalgo antes de que la patria naciera” en sus Cielitos dirigidos al rey español Fernando VII. El zócalo popular comprendió que en esos versos amanecía la gesta de Mayo. Fue aquella la guitarra intencionada y libertadora, acompañada siempre por la guitarra expresiva del amor que aún se escucha en toda la campaña bonaerense. Ya declinando el siglo pasado, José Hernández avisó que la guitarra también podía servir como instrumento de protesta: “Con la guitarra en la mano,/ ni las moscas se me arriman/ Naides me pone el pie encima...”, advirtió. Y lo siguieron batallones de copleros.

La guitarra politizada, la romántica, la decidora: poco importó, a veces, si quien la empuñaba tenía realmente “uñas de guitarrero”, si era o no versado técnicamente. En plenos años coloniales, allá por 1771 escribió Alonso Carrión de la Vandera –Concolorcorvo, para la historia de la literatura- el primer aguafuerte sobre las llanuras uruguayas y argentinas. En su “Lazarillo de ciegos caminantes” retrató a los payadores rioplatenses como “mozos de mala camisa y peor vestido que llevan una guitarrita que aprenden a tocar muy mal para cantar desentonadamente las coplas que sacan de su cabeza y que regularmente ruedan sobre amores”.

Mientras tanto, las pulperías de los campos fueron el ámbito donde nacieron las payadas, según lo señala Fernando Sánchez Zinny, en un artículo publicado en el diario La Nación. En ellas era donde estaban, asegura, “las entretenciones del pobrerío, las carreras y el reconocimiento de los mejores caballos del pago...Allí el gallo perdía las plumas y clavaba el espolón, allí se apostaba, se bebía, se echaban un trago y se armaban, asimismo, las ruedas de cantores”.

Agrega el periodista y crítico literario que “la referencia es insoslayable: aparte de que allí se vendían las guitarras de cuatro cuerdas y las rústicas ediciones primeras del Martín Fierro, resulta que siempre en las historias de payadores aparece una pulpería, escenario de sus encuentros y testigo de su fama”. Allí se enredaban en contrapuntos elaborados y rasguidos laboriosos, despertando la atención y fascinación de los parroquianos. Como se sabe, en algunas oportunidades, se les calentaba la boca a los cantores y allí empezaba la hora de los facones.

Entre esos payadores mitológicos estuvo Gabino Ezeiza: “Esta guitarra que toco/ Tiene tanta armonía/ Se liga a la vida mía/ Por una secreta unión./ Sin ella yo no podría/ Cantar en este momento/ Como canto con su acento/ Lamentos del corazón”. Junto a Gabino, como trovadores sureños, Sánchez Zinny menciona a Higinio Cazón, Cayetano Daglio (Pachequito), Pablo Vázquez, Félix Santiago Hidalgo, Federico Curlando, el oriental Juan Pablo López y Julio Díaz Usandivaras, “todos ellos duchos a la hora e esgrimir décimas y chuscadas”.

El estilo surero convocó, asimismo, a las mejores voces populares en las primeras décadas del siglo pasado. La trilogía mayor estuvo compuesta por las voces de Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi que cantaron floridas letras y canciones camperas.

Con Gardel se consagraron las letras del uruguayo José Alonso y Trelles, en realidad devenido uruguayo porque había nacido en Ribadeo, ciudad enclavada en la ría que separa Asturias de Galicia. Más conocido como El Viejo Pancho, sus letras camperas siguen emocionando. Una de esas composiciones, la de “Hopa, hopa, hopa” dice así en su primera estrofa: “Cuasi anochecido, cerquita ´e mi rancho, / Cuando con mis penas conversaba a solas, / Sentí aquel ruidaje, como de pezuñas/ Y el grito campero de “¡Hopa... Hopa... Hopa!”/ Salí y en lo escuro vide a uno de poncho/ Llevando a los tientos, lazo y boleadoras/ Que al tranco espacioso de un matungo zaino/ Arreaba animales que parecían sombras”.

EL MAESTRO

A Abel Fleury lo llamaron el “poeta de la guitarra”. Nacido en Dolores en 1903 fue un guitarrista de excelencia, al que la mayoría de los intérpretes le debe algo. Aún quedan algunas –muy pocas- grabaciones de Fleury como intérprete y vale la pena escucharlas. También fue un eximio compositor.

Hijo de familia de campo, su madre planchadora y su padre panadero, Fleury estudió guitarra en su pueblo hasta los 20 años y allí comenzó su trayectoria de intérprete en muchas ciudades de la Provincia. Su condición de artista obligado a itinerar lo hicieron vivir en Mar del Plata, Tandil, Tres Arroyos, La Plata y finalmente en Buenos Aires donde grabó algunos de sus pocos discos, aún cuando ya gozaba de popularidad.

Fleury realizó giras por diversas provincias y a partir de 1948 actuó en Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay, para presentarse después en España y Francia. Se dice que su fama pudo haber sido mayor, de no haberse visto demandado por su intensa y absorbente actividad de compositor. Lo cierto es que, en homenaje de Fleury, hace ya más de 25 años que se realiza en la ciudad de Dolores la Fiesta Nacional de la Guitarra.

“Ni la guitarra ni la poesía de la llanura estuvieron ni estarán en decadencia”

Alejandra Rodríguez,
guitarrista y cantautora platense

 

El afamado escritor uruguayo, Yamandú Rodríguez, escribió estas significativas palabras sobre Abel Fleury: “Pájaro nochero, volcador de pasiones auténticas, ahonda la llaga de la emoción a través del embrujo de sus dedos. Siembra a voleo la semilla musical de sus canciones, dialoga con los arroyos, con los árboles. Se aleja solo, infinito de distancia en la noche sonora de la pampa. Apareció ante un escuadrón maravilloso de guitarras y fue asombrando los rumbos con los clarinazos de sus bordonas. Abel Fleury no es un guitarrista más, es la guitarra toda por donde se asoma el alma de la patria”.

En las últimas décadas son dos los cantores sureros que aparecen como los “preferidos”. Ellos son José Larralde y Alberto Merlo, ambos también autores de letras ya clásicas en el folklore bonaerense, decidores y cantores de voz abaritonada. Las carreras de ambos se encuentran instaladas con naturalidad en la llanura bonaerense. Ambos poetizan, “romancean”, pero también los dos fustigan las injusticias sociales y alzaron sus voces por los postergados de siempre, apoyados y acompañados por sus guitarras.

POESIA CULTA

La callada ética de la llanura, su dimensión estética fundamentada sobre sobrias guitarras, alcanzaron largamente para inspirar a una pléyade de escritores y poetas cultos que, a partir de coplas muchas veces improvisadas y supuestamente pobres desde el punto de vista conceptual, irradiaron mensajes universalistas.

No sólo fueron argentinos los escritores cautivados por el llano rioplatense. Uno de ellos,el nicaragüense Rubén Darío, dedicó varias de sus obras a exaltar no sólo al paisaje sino a los criollos que lo habitaban. Lo mismo hicieron escritores de la talla de Ricardo Güiraldes, Vicente Barbieri –acaso el más “bonaerense”- Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi o José Pedroni, entre tantos otros.

La sencillez y la complejidad de la guitarra, popular y culta a la vez. Romántica y luchadora. Acaso la grandeza de Atahualpa Yupanqui residió en haber podido resumir los extremos de la condición humana en sus coplas más sentidas, como en estas primeras de “Guitarra, dímelo tu”, que expresan: “Si yo le pregunto al mundo,/ el mundo me ha de engañar,/ cada cual cree que no cambia,/ y que cambian los demás./ Y paso las madrugadas,/ buscando un rayo de luz, / ¿ porqué la noche es tan larga?/ Guitarra, dímelo tú...”.

Pero el fenómeno literario “surero”, heredado en buena medida de España, no sucedió sólo en el pasado remoto o algo más cercano. Ocurre todavía en la actualidad y se proyectará hacia el futuro, según lo aseguran las centenares de peñas y de festivales dispersos por la geografía ríoplatense.

La platense Alejandra Rodríguez, profesora de guitarra egresada del Gilardo Gilardi, expresa que “ni la guitarra ni la poesía de la llanura estuvieron ni estarán en decadencia”. Ganadora del “Cóndor de fuego a la cancionista revelación 2012”, ganadora también del 34° certamen nacional de Canto folklórico en la fiesta del Ternero de Ayacuho, académica correspondiente de la Academia de Folkore de la provincia de Buenos Aires 2016, ella dice, o canta, que conoce a fondo el placer sin tiempo de la guitarra.

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