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Monzón, el mito

Monzón, el mito

Monzón imponía respeto desde su mirada, generaba temor en sus rivales / Archivo

28 de Noviembre de 2017 | 02:49
Edición impresa

Por EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

Hay una anécdota que, si bien no es nueva, describe acaso mejor que ninguna otra al personaje: Carlos Monzón (de él se trata) participaba de una pequeña fiesta en el hotel tras la pelea que el gran Nicolino Locche acababa de perder en Maracay, Venezuela, ante el colombiano Antonio Cervantes, Kid Pambelé. Ya pasada la medianoche del 17 de marzo de 1973, Monzón salió con Locche a fumar un cigarrillo. Desde un auto lo reconocen y le gritan: “¡Argentino, a ver si le peleas al ‘Manteca’ (por “Mantequilla” Nápoles) tú que te dices valiente!”. “¡Andá borracho de mierda, rajate!”, respondió Monzón. Del auto salieron varios. Uno sacó un revólver. “¡Tirá hijo de puta, tirá! Pero no errés, porque te rompo la cabeza, hijo de puta!”, le gritó Monzón enseñándole el pecho abierto. Los agresores salieron corriendo.

Lo cuenta el periodista Carlos Irusta para ayudarnos a entender quién fue Monzón, el ex rey de los medianos en tiempos en los que el boxeo era otra cosa, y que falleció en un accidente de automovilismo en 1995, a los 53 años, volviendo a la cárcel, a punto de cumplir su condena por el homicidio de su pareja, la modelo uruguaya Alicia Muñiz. “Monzón, la biografía definitiva”, libro reciente, cuenta también la noche que Monzón quiso pelear a Oscar “Ringo” Bonavena. Irusta, que lo entrevistó decenas y decenas de veces, lo cuenta para decirnos que el santafesino no sólo era fiero arriba del ring, sino también abajo. Locche, Bonavena, Mantequilla Nápoles. Apenas tres nombres. El boxeo de aquellos años ofrece muchísimos más. No sólo en Argentina, sino especialmente afuera. Muhamad Alí, Mano de Piedra Durán, Sugar Ray Leonard, Marvin Hagler y muchos más. Antes de Monzón, el boxeo tenía demasiada mafia. Después, demasiado circo. Monzón estuvo en el medio. En los mejores años del boxeo. Fue rey en años de reyes.

Locche, se quejaba Monzón, era circense. Y Ringo mediático. Monzón se sentía mucho más boxeador. Sabía más lo que era el hambre. “Al barro nunca más”, le dijo una vez a Irusta “Pelusa”, la primera mujer de Monzón, que tenía dos hermanos suicidados y un padre violento. Acaso por eso Monzón, que obedecía a pocos, fue el soldado más disciplinado del mítico entrenador Amílcar Brusa. Por eso se entrenaba como nadie. Por eso se inyectaba novocaína antes de cada pelea, para que aguantaran sus manos enfermas por el raquitismo infantil. Y soportaba todos los dolores del proceso. Eran manos que lanzaban piñas que permitían ganar por demolición. Pero Irusta, hijo él de otro entrenador, nos dice que, más que las manos, la clave de Monzón estaba en los pies. Monzón, afirma Irusta, siempre pegaba bien afirmado. Por eso sus golpes dolían tanto.

En realidad, Monzón comenzaba a golpear con la mirada. “Fue una de las cosas que más le admiró Mike Tyson”, me cuenta Irusta. Y es cierto. Hay que verlas en youtube. Era la mirada asesina. La que congeló, entre otros, al italiano Nino Benvenuti la noche de 1970 en la que Monzón se coronó campeón mundial en Roma contra los pronósticos de casi todos (periodistas argentinos incluídos). La que luego copió Tyson cuando con apenas 20 años se consagró campeón más joven de los pesos pesados. Esa misma mirada, curioso, es la que también sedujo al mundo del espectáculo. El célebre director italiano Pier Paolo Pasolini, dice Irusta, fue el primero que se interesó para llevar a Monzón al cine. La mirada terminó derritiéndose tanto que el mismo Monzón de frialdad asesina terminó haciendo un personaje increíble en “Soñar, soñar”, la película de Leonardo Favio, en la que Gianfranco Pagliaro le pone ruleros al campeón ya sin corona. “Sólo Favio podía lograr algo así”, me dice Irusta.

Fue justamente ese mundo el que fue cambiando a Monzón. El libro de Irusta cuenta con detalles la relación del campeón con Susana Giménez. Las escenas pasionales de la película La Mary que terminaban siendo reales. La Pelusa que fue a buscar a Susana con una pistola. Monzón que recurría a un amigo para que se llevara a Héctor Cavallero (pareja de Susana) a buscar una pizza “a Finlandia”, es decir, que diera el tiempo suficiente para que la pasión hiciera lo suyo. “¿Pero dónde queda esa pizzería?”, preguntaba Caballero. “No importa, pero cuando la comas vas a ver que es la pizza más rica del mundo”, distraía a Caballero el amigo del campeón. Por el libro de Irusta pasa el jet set a pleno. Desde Ursula Andress a Nathalie Delon, bellezas sensuales de Hollywood, también seducidas por el macho latino. Y Alain Delon, mito del cine mundial, que volvió para visitarlo a la cárcel y dijo una frase que nadie olvidó: “quién no le pegó a su mujer alguna vez”.

Si Monzón, celoso y alcoholizado, llegó a pegarle a Susana escondida en enormes anteojos negros, si había intercambiado golpes con Pelusa (apodada Pepita la pistolera), por qué sorprenderse luego por el homicidio de Alicia Muñiz, la pelea que terminó con el campeón en la cárcel. Aparecieron los que le gritaban “asesino” y los que seguían gritándole “dale campeón”. Monzón, eso sí, uno de los pocos personajes VIP encarcelado, que cumplió condena. Acaso el nombre más mítico que tuvo el boxeo argentino. Una biografía que nos debíamos.

 

 

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