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La casa de Cantilo que recuerda la historia de un horror impune

17 de Febrero de 2017 | 00:43

Han pasado más de treinta años, pero en City Bell nadie olvida uno de los crímenes quizá más conmocionantes de la historia policial de la Ciudad. Sobre Cantilo, entre 21 y 21A, la casa en la que vivía Oriel Briant con sus hijos se mantiene como mudo testimonio de un caso que quedó definitivamente impune y que, aún hoy, genera intrigas e interrogantes entre muchos que conocieron a aquella joven profesora de inglés que había estado casada con Federico Pippo.

“La casa está muy descuidada; nada que ver con lo que era cuando vivía Oriel. Ahora vive uno de los chicos, pero se ve que no han podido mantenerla”, cuenta un vecino que pide reserva de su identidad.

“Todavía hay gente que pasa y mira. Acá todo el mundo se acuerda de Oriel. La casa es un lugar emblemático de ese caso que nos conmovió a todos”, agrega una vecina.

La historia no necesita ser recordada: Oriel Briant fue hallada muerta a un costado del kilómetro 75 de la ruta 2 hace casi 33 años. Su cara había sido desfigurada de un balazo y tenía más de 20 puñaladas en la zona genital. El crimen fue vinculado a sectas, ritos satánicos, el cine y la droga, pero quedó impune.

Oriel vivía en City Bell con sus cuatro hijos. Había estado casada con Federico Pippo durante 12 años, pero luego se separaron. La noche del 9 de julio de 1984, en medio de la lluvia y el frío, y por motivos que nunca se descubrieron, salió de su casa vestida con un camisón, una bata y un par de medias de color celeste. No se la vio más, hasta que cuatro días después fue encontrada muerta.

El principal sospechoso fue, en principio, su ex marido, que era profesor de literatura y filosofía en diferentes colegios y trabajaba los fines de semana para la División Balística de la Policía bonaerense. Pippo, su hermano Esteban y su madre, Angélica Rosa Romano de Pippo estuvieron presos un año, en medio de rumores de extraños ritos que nunca pudieron probarse.

Pippo falleció en 2009. Estaba casi extraviado, extremadamente flaco y de alguna forma abandonado. EL DIA lo había fotografiado en una calle de City Bell, poco antes de su muerte, y la imagen retrataba ese estado de extrema fragilidad.

Algunos creen que se llevó a la tumba la verdad sobre el crimen de su ex esposa.

De los hijos del matrimonio, poco saben los vecinos. Dos de ellos protagonizaron hace unos años hechos policiales por robos menores. Ahora son hombres de unos 40 años.

Cristopher Pippo Briant era el único de los hijos que estaba en la casa cuando Oriel desapareció. Tenía apenas tres años (hoy 36), y fueron sus llantos los que alertaron a los vecinos de que algo pasaba en esa casa. Julián -que ahora habitaría la casa de Cantilo, aunque en forma intermitente- tenía entonces 6 años.

Hace unos años, el hijo mayor de Oriel habló con el periodista Pablo Roesler, en la única entrevista que ha concedido. “De mi mamá no me acuerdo nada. Yo a ella no la disfruté y cuando la veo en una foto, veo una mujer y no puedo decir esa es mi mamá”, dijo aquella vez. En ese momento estaba detendio. Y mostraba angustia por no ver a su hijo, de trece años, que vive con su madre (de la que está separado) en Campana.

“Mi viejo era inocente. Estaba durmiendo con nosotros en la casa matrimonial de City Bell cuando pasó lo que pasó. Y cuando fuimos al otro día para la casa de mi abuela a buscar a mi hermano Christopher, que se había quedado allá con mi mamá, nos dijo que mamá se había ido a la panadería”, contó Julián en aquella entrevista.

“Mi viejo no tenía ni idea de qué fue lo que pasó. Se murió sin saber quién fue. Lo que él siempre me decía es que había algo de política metido en el medio. Y es que nadie sabe quién fue el que la mató”.

“Es cierto que lo señaló todo el mundo para decir que fue él, pero cuando salió absuelto nadie lo señaló para que le devuelvan las cosas, para que se haga justicia con él”, afirmó.

Después contó que “eso no se procesa. Te queda una bronca que no sabés qué hacer. Porque no es sólo que mataron a mi vieja y no se sabe quién fue, sino que también lo acusaron a mi viejo, salió sobreseído y atrás de eso no se resolvió nada. Un día salió sobreseído y no lo reincorporaron al trabajo inmediatamente. ¿Por qué no lo indemnizaron por haberlo tenido un año y pico en cana? Lo separaron de su familia durante un año y pico. Le habían matado a la mujer, salió libre de culpa. En cierta manera le cagaron la vida a mi viejo también, porque él esperaba que le pidieran disculpas, que le devolvieran las cosas y le paguen. El chabón esperaba que por lo menos le pidieran disculpas o que se hiciera justicia”.

Hoy, cuando todo esto es historia, la casa de Cantilo les recuerda a los vecinos de City Bell aquel horror impune.

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