Desgarrador pedido de justicia a una semana del doble crimen en La Granja

El silencio atronador de 300 personas se apoderó de la avenida 520 por un rato. Todos callados se unieron en el reclamo común: que se haga justicia por Pablo Vaccaro (74) y Concepción Rosa Diaco (66), masacrados hace una semana en su casa de La Granja.

Todavía no se sabe quiénes los mataron, ni por qué. La falta de noticias por parte de los detectives del caso alimentó la idea de que debía hacerse una marcha por lo ocurrido en el chalet de 520 y 143.

Así se gestó la movilización de ayer a la tarde, que comenzó hacia las 17.30, cuando el calor ahogaba. Un árbol podado perfectamente daba un poco de sombra, que apenas alcanzaba para una parte de todos los familiares y vecinos del matrimonio.

Allí, en la vereda de donde el viernes pasado sucedió el drama, la gente se concentró con globos negros, remeras estampadas con la foto de Pablo y Rosa, y carteles de todo tipo y tamaño. La movida fue organizada por sus sobrinos.

“Justicia por ellos”, “todos unidos por Pablo y Rosa” y “esta gran familia no va a bajar los brazos” eran algunas de las consignas que se enarbolaban. Sobre tela, papel o cartón, cada leyenda tenía que ver con la otra.

Algún letrero también avisaba “nos están matando”, perdido entre la multitud que, ya en movimiento, ocupó todo el ancho de un carril de la avenida y todo el largo de una cuadra.

Entre los 300 manifestantes se mezclaban los nietos de los jubilados y también otros parientes directos. Claro que también había gente que simplemente los conocía del barrio. Resultaba difícil encontrar a alguien que nunca hubiera cruzado una charla o un saludo cordial con ellos.

El matrimonio llevaba 52 años de casados. Sus dos hijos, Carlos y Gustavo, fueron los principales ausentes porque “no se sentían bien como para estar”, explicaron ayer en la marcha.

Una de las dos banderas que iban al frente pedía “justicia por nuestros abuelos”. La llevaban, lógicamente, los nietos: jóvenes y adolescentes, posiblemente en la primera manifestación de su vida, organizada por el motivo que nunca hubieran querido tener, ni imaginaron.

El grupo partió desde 143 y fue hasta 137, siempre por 520. En todo momento se mantuvo el silencio. El contraste con el ruido del tráfico habitual de autos, camiones y colectivos era ostensible.

De los negocios se asomaba gente que miraba, también callada, y daba su apoyo tácito. Ni siquiera sonaban bocinas por el carril contrario, que quedó habilitado al tránsito. Hasta algunos perros acompañaban al grupo.

En la segunda parte de la marcha, los manifestantes dieron la vuelta para volver al punto desde el que partieron. El sol seguía imposible, aunque la tarde se iba hacia su último tramo.

Las únicas sonrisas eran las de Pablo y Rosa estampadas en las remeras, recuerdo de un tiempo mejor. Todo lo demás era tristeza.