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Información General |Miedo al miedo

Ataques de pánico

Nadie estuvo cerca de la muerte, pero quienes han tenido ataques de pánico aseguran que debe ser algo parecido. Lo sufren un millón de argentinos. Los que más lo padecen, tienen entre 21 y 30 años. Palpitaciones, falta de aire, mareo y sudoración, entre otras sensaciones son las características que hoy en día muchas personas describen haber experimentado. Entendido como un episodio que irrumpe en la vida de una forma brusca e inesperada, pueden alcanzar su máxima intensidad en unos diez minutos

Ataques de pánico

Foto sobre ataques de pánico: “No conciliar el sueño”.

Por VALERIA NATALIA SANCHEZ

25 de Febrero de 2017 | 01:26
Edición impresa

Para el psicoanálisis los ataques de pánico se enmarcan dentro de los trastornos de ansiedad. En la Argentina, las cifras van en aumento y por el momento se estima que más de 6 millones de personas padecen alguno de ellos, y alrededor de un millón sufre concretamente Ataques de Pánico. Hoy en día, la mayor tasa de consultas corresponde a la franja de pacientes de entre 21 y 30 años.

“Estamos en un momento donde la tendencia de hoy es ser felices, donde los jóvenes tienen como característica ser exigentes y tener todo controlado. Algo que no se puede sostener siempre y que en el intento de padecer y responder a las presiones sociales, no hay lugar para el sufrimiento”, explica la psicóloga Mariana Avinceta.

El peso que llevamos sin darnos cuenta

En el 2009 Lucrecia “Lula” (26) terminó el secundario y se mudó a la ciudad de La Plata para continuar sus estudios, aunque también buscando dejar atrás el “ámbito familiar y esas cosas”. El motivo, o la excusa, fue una carrera que la había elegido porque le gustaba escribir y leer: Periodismo.

-Llegué a La Plata y era libre, de tan libre era lo peor. No te saludaba y no me importaba, pero no lo hacía de mala. Acumulás tanta soberbia que te creés que ya estás. Pero todo eso que creí mucho tiempo me llevó a darme cuenta que en mi familia era la más sumisa. Es difícil hablar de estas cosas familiares pero es importante.

Cuando Lula cursaba el último año de una carrera que muchas veces pensó en dejar, su hermana que tenía quince años, se fue a vivir con ella. “No quedaba otra, mi viejo se va a vivir a Chaco y me dijo que por el momento yo iba a tener que postergar mi felicidad. O sea, que tenía que ser la madre de mi hermana”.

Ese año Lula se convirtió en la tutora de su hermana y asistía a las reuniones de padres. Al momento de renovar contrato, decidió buscar un departamento con dos habitaciones. Hizo la mudanza (sola) con la plata que le pasaba su viejo y cuando todo estaba listo, su hermana decidió volver a su pueblo en 9 de Julio. “¿Qué hago? me pregunté. Soy difícil no puedo vivir con nadie. —Se corrige y se ríe— “Era difícil”. Decidió rescindir y mudarse momentáneamente con su novio.

Cuando uno está mal, muchas veces cree que la mejor opción es tapar la angustia con las cosas que te hacen bien. Lula creyó que tomar un taller de crónica en Capital la iba a ser “la persona más feliz del mundo”. Eran las seis de la tarde y el microcentro porteño es el lugar donde nadie quiere estar. Mientras las personas comenzaban a salir de sus trabajos, Lula advirtió que no podía enfocar la vista en ninguna de ellas y acompañada por un fuerte mareo sintió que si levantaba la mirada del suelo se caía. Cuando dejó de sentir las piernas, pensó que se estaba muriendo.

Pero cuando Lula comenzó a respirar con dificultad sus amigos automáticamente buscaron ayuda médica. El médico del SAME le tomó la presión y le hizo una pregunta que la desorientó.

— ¿Vas al psicólogo?

—No

—Deberías. Porque tuviste un ataque de pánico. Y te va a volver a pasar. Ahora váyanse a un lugar donde ella pueda estar sola.

Exceso de futuro

Verónica Miranda, Médica General con formación en Terapia Gestáltica compara el ataque de pánico con un estado febril. Si hay fiebre, es porque hay una infección. Entonces hay que descubrir de qué se trata. “Cuando nos enfermamos algo nos está sucediendo. Entonces, ¿Cuál es el mensaje que me deja esta enfermedad? Si logramos ver el mensaje, logramos la sanación”, dice. Además, una definición que a ella le ayudó mucho para entender los ataques de pánico es pensar el miedo como un “exceso de futuro”.

La Gestalt es un tipo de terapia que se basa en el presente, en el aquí y el ahora, a través de distintos recursos como las charlas y el trabajo corporal. Desarrolla una perspectiva unificadora del ser humano, integrando a sus dimensiones sensoriales, afectivas, intelectuales, sociales y espirituales.

Las sesiones de Verónica se adaptan dependiendo de la particularidad de cada paciente. “De acuerdo a lo que veo, determino que tácticas o herramientas uso de la Gestalt. A veces trabajo con la mirada sistémica fenomenológica (las constelaciones individuales), con técnicas de integración cerebral, cartas asociativas terapéuticas y también la parte más espiritual que es el Reiki o Diksha”.

De todas maneras, al igual que otras terapias como el psicoanálisis o terapias conductistas, no descarta a posibilidades de medicación: “A algunos tuve que medicar, con psicofármacos, a otros derivo porque veo necesario una mirada psiquiátrica. En general han andado bárbaro. Hay personas que necesitan de la medicación, en un principio para calmar los ataques y poder trabajar desde la terapia. Siempre con una mirada integral, no me cierro solo en mi formación”.

Depender solo de uno mismo

Facundo tiene 30 años, es platense, su cable a tierra y una de las pocas cosas que le gusta hacer es la fotografía. Sus primeros ataques de pánico los tuvo a los 13 años. Descompostura, dolor de panza y ganas de vomitar era lo que sentía. “Cuando estaba en el colegio me preocupaba sentirme mal y no poder irme. A veces me llevaban a la secretaría, y cuando llegaba mi vieja, se me iba todo. Yo no sabía lo que me pasaba y ella nunca entendió tampoco. Incluso me cambió de colegio porque pensó que alguien me estaba molestando”.

A los 17, Facundo comenzó a trabajar de fotógrafo en los boliches, y tenía una página web llamada “Noche Platense” donde publicaba sus trabajos. Para ese entonces, si bien los dolores de panza nunca habían desaparecido, se intensificaron cuando empezó a frecuentar estos espacios.

Entonces le echó la culpa al alcohol y dejo de consumirlo, le echó la culpa a la comida y dejo de ingerir alimentos a partir de las siete de la tarde. Como había días que no le funcionaba, optó por una tercera estrategia: “Sacaba las 200 fotos la primera media hora para quedarme tranquilo que en cualquier momento de la noche si me sentía mal me podía ir”. Hasta ahí Facundo nunca pudo ponerle nombre a lo que le pasaba, lo único que recuerda con seguridad era la sensación de “estar todo el tiempo preocupado por algo y no saber por qué”.

El mayor miedo era no poder irse de los lugares que frecuentaba. “Si iba al cine con una chica sentía que no podía irme porque quedaba mal, si viajaba en colectivo no podía bajarme cuando quisiera, si salía al boliche prefería hacerlo solo así me podía ir cuando quería. Esa preocupación, angustia y dolor de panza se me iban cuando lograba irme de donde estaba”.

¿Sorprende que un chico de 13 años tenga Ataques de Pánico?

Para Valeria Arzuaga, licenciada en psicología en clínica de niños, la respuesta es no. No le sorprende, pero le preocupa: “Tengo más de veinte años en clínica es una presentación sintomática nueva. En un año tuve alrededor de diez casos.”

Si bien para Arzuaga es fundamental poder trabajar el “caso por caso”, señala que se podría pensar en el ataque de pánico como una enfermedad relacionada con la posmodernidad: “De alguna manera los sujetos nos sostenemos en las instituciones para resolver determinadas cuestiones que nos resulta difícil resolver de manera personal. En los últimos tiempos, las instituciones han sufrido modificaciones que antes le daban garantía a los sujetos. Por ejemplo, el ámbito laboral que significaba más que eso, hay cambios en el concepto de pareja y matrimonio, etc. La cultura cambia a una velocidad que el aparato psíquico no ha podido de alguna manera adaptarse para los tiempos que corren”.

Liberarse del prejuicio de la medicación

Yamel (25), estudiante de Ciencias Políticas, a partir del 2013 tuvo muchos ataques de pánico, pero solo menciona dos terribles y significativos.

El primero fue en su departamento mientras cenaba con su hermana. “Me muero, hace algo porque me muero”, fue el pedido de ayuda que la llevó a terminar en una guardia médica. “Se me bajó la presión, el corazón a cinco mil y todo el cuerpo un cosquilleo que no se me pasaba”. En la guardia le diagnosticaron crisis nerviosa por la situación de pre examen. Ella a su vez menciona un hecho puntual: “Había vuelto de Salto -Provincia de Buenos Aires- porque mi papá había tenido un ACV .Entonces estuve unos meses allá ayudando a mi mamá. Cuando volví, una vez que mi papá ya estaba mejor, me bajó todo”.

La noche del primer ataque y, las que le siguieron, Yamel durmió con su hermana. Su rutina tampoco fue igual: todas las mañanas se tomaba religiosamente el pulso y los comparaba con los valores normales, dejó el cigarrillo por miedo a ahogarse, dejó de salir por miedo a que le pase algo, dejó de reunirse con amigos porque se sentía incómoda. “Si no me pasaba nada, empezaba a sentir que le iba a pasar a alguien querido o que se iba a derrumbar el edificio, que iba a ver una explosión. Todo era terrible. No podía pasar la puerta de un boliche porque de verdad creía que me iba a morir. Es difícil manejar la parte social, la gente no te puede entender”.

El segundo ataque también le agarró en su departamento, pero con detalles más alarmante: “Se me paralizó el cuerpo a un punto que no podía ni hablar”. Desde ese día Yamel decidió consultar un psiquiatra para acompañar su terapia de psicoanálisis: “Me recetaron ansiolíticos. Estando medicada me bajó la frecuencia de ataques y eso me permitía empezar a salir y donde me sentía mal podía entender lo que me estaba pasando. Sabía que era pasajero y que no me iba morir. A su vez arranque yoga que me permitió controlar la respiración”.

Si es que existen los finales

Todos estos años Facundo transita por un camino que todavía no tiene fin. Psicólogo, psicóloga, medicación. Cree que todavía no está curado. La manera que encontró de vivir es manejarse solo, no tomar colectivos, no entrar al cine, andar siempre en su auto. “Mi sensación siempre fue, y es querer en ese momento desaparecer de la faz”.

“Prefiero la depresión y no los ataques de pánico, porque los ataques te limitan un montón”, Yamel con tratamiento y medicación puso fin a los ataques pero luego cayó en una depresión, en casa y en cama. Cambio de psicóloga, siguió yoga, nunca abandonó la facultad. Cree que la terapia conductista la sacó de un pozo de angustia terrible. “Empecé otro tipo de análisis y ahora me siento re contenida. No había manera q saliera de mi cama. Me hizo hacer una rutina y escribir todos los días que hacia hora por hora y lo mismo con las comidas. Me fue ayudando a crear la rutina y el hábito.

“Si me tiraba de arriba de mi propio ego me mataba -afirma Lula, acordándose de ella ocho años atrás-. Creo que ahora estoy mejor.

Después de ese primer episodio en Plaza de Mayo, Lula pasaría por muchas situaciones angustiantes: los llantos que nunca cesaron, dolores fuertes en las piernas, el verano que se pasó encerrada sin dormir, el miedo a dormir con la luz apagada por sentir que se le caían arañas encima, dolores fuertes en el pecho. “Era el miedo a algo que no existe y es la ansiedad misma. Eso lo entendí después, porque me quise ayudar sola”, reflexiona. Ayudarse sola para ella fue durar tres sesiones en psicoanálisis y decidir cambiar de terapia participando de constelaciones familiares, leer al psicomago Alejandro Jodorowsky y continuar informándose sobre educación holística, el Ser y el Universo. “Si no hubiera tenido ataques de pánico, nunca me hubiera conocido”.

Lo que se dice, un final feliz.

 

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