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Información General |Los problemas de crecer “entre algodones”

Los rasguños y moretones “no son tan malos para los chicos”

Sostienen que los juegos que suponen ciertos riesgos físicos son importantes para el desarrollo del niño

Los rasguños y moretones “no son tan malos para los chicos”

fotos: shutterstock

10 de Marzo de 2017 | 03:52
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Los rasguños, moretones o las rodillas peladas que se consagraron como “marcas de guerra” de una infancia atravesada por juegos libres, desestructurados y acaso algo bruscos, están perdiendo posición frente a una generación de chicos que pasan gran parte de sus horas libres frente a pantallas, que tienen prohibido correr en los recreos de la escuela y que se mueven bajo el ala de padres sobreprotectores que evitan exponerlos a cualquier mínimo riesgo.

Si bien los golpes que pueden surgir de un juego no son beneficiosos en sí mismos, especialistas remarcan los aspectos positivos que aportan al desarrollo y, como contracara, alertan sobre los riesgos de “crecer entre algodones”, de una forma totalmente aséptica y sin desafíos físicos.

Investigadores de la institución británica Play England and British Toy and Hobby Association señalaron que los chicos que crecen sin exponerse a ningún tipo de riesgo, pierden la oportunidad de aprender a evaluar los peligros de la vida real, entre otras desventajas que supondría una infancia “hipercuidada”.

“Los niños deben tener chichones y rasguños para aprender qué es seguro y qué no lo es. Quienes tienen el camino despejado de cualquier tipo de elemento no seguro, crecen pensando que son invencibles (y eso sí que es peligroso). Y esto no sólo tiene efecto en accidentes que podrían tener en bicicleta o explorando un río, sino que también repercute en el hecho de no saber evaluar en el futuro los riesgos de meterse en problemas con la drogadicción o la violencia de pandillas”, explicó al periódico británico The Guardian la psicóloga Amanda Gummer.

En la misma línea, la psicóloga local Silvia Medina lamenta que los chicos no puedan correr libremente en los recreos de la escuela y que la actividad física en sus vidas aparezca totalmente regulada y cronometrada. Sostiene que el desgaste de energía contribuye a mejorar la concentración durante las horas de clase, además de otros beneficios.

“Mediante los juegos de contacto físico los chicos toman conciencia de su fuerza, aprenden a medirla y a calibrarla, se integran a los grupos, comparten reglas y códigos con sus compañeros. Este tipo de juego les da otra percepción del mundo, les permite conocer y conocerse”, dice Medina, y plantea la necesidad de generar ambientes favorables a los entretenimientos que suponen sociabilización y movimiento.

El juego como herramienta

Según explican especialistas, tanto para los hombres como para algunos animales, el juego se constituye como una herramienta vital para el desarrollo de la especie. Los conejos, por ejemplo, durante el primer tiempo de vida juegan a las escondidas. De grandes los ayudará a escapar de sus predadores. Las crías de los lobos, en cambio, juegan a cazar y a pelear porque estas actividades las necesitarán para sobrevivir.

Los hombres también necesitan de este tipo de aprendizaje. Si bien la tecnología puede ayudar a mejorar la coordinación y la concentración, mediante los juegos presenciales aprenden a compartir con otros reglas de convivencia y ensayan habilidades sociales complejas que en solitario o mediante la tecnología resulta difícil practicar.

Por otro lado, investigadores de la Play England and British Toy and Hobby Association explicaron que a partir del juego los chicos desarrollan la empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. En este sentido afirmaron que sirve como una herramienta más para prevenir el bullying.

Cuando juegan, los chicos se distribuyen roles: los buenos, los malos, el superhéroe y las víctimas que necesitan ser socorridas. Generalmente se turnan para que todos alguna vez puedan interpretar el “mejor” papel, porque si sólo uno acapara ese rol, probablemente los demás se aburrirán y no querrán jugar más. De esta forma los chicos aprenden a respetar turnos, a negociar e incluso a ser más compasivos porque saben que en algún momento les tocará el lugar que ocupa el otro.

Cecilia Passaro, vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Pediatría, filial La Plata, sostiene que a diferencia de lo que ocurre con los juegos mediados por pantallas, cuando los chicos se reúnen aprenden a compartir y también de límites, porque entre ellos se los van marcando. De ahí que las peleas entre pares también aporten al desarrollo psíquico.

Por otro lado, la pediatra afirma que los juegos presenciales también son importantes por la actividad física que suponen. “Los chicos no salen a andar en bicicleta ni tienen la libertad que tuvieron generaciones anteriores para correr libremente en la calle o en la escuela. La actividad física suele estar relegada a una vez a la semana. De ahí que estemos viviendo una epidemia mundial de obesidad”, alerta, y remarca la importancia de generarles espacios propicios para el desgaste físico.

Diego Sarasola, director del Instituto de Neurociencias Alexander Nuria, coincide con la importancia de los juegos que suponen movimiento físico e interacción entre pares. “Suponen beneficios múltiples: sociales, cognitivos y físicos”, dice el especialista, y detalla: “En principio los chicos necesitan moverse para mantener una buena salud. El segundo aporte viene de los aspectos relacionales: conocen sus límites y los del otro, mejoran el nivel de tolerancia y de frustración. También aprenden a respetar reglas y a ser más solidarios. Y el otro punto es el beneficio cognitivo directo: mejoran su nivel de actividad cerebral, ya que los deportes exigen al cerebro cálculos de pequeños problemas que se resuelven en el momento”.

También Sarasola considera que “los chicos están en pleno desarrollo muscular y no les alcanza con hacer un deporte una o dos veces por semana. Necesitan estar en movimiento aunque esto muchas veces suponga algunos golpes, que son parte del crecimiento”.

 

 

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