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Se cargaron al piropo y ahora van por los silbidos

POR ALEJANDRO CASTAÑEDA

26 de Marzo de 2017 | 03:36
Edición impresa

Mail: afcastab@gmail.com

Los albañiles de una obra sobre la calle 44, siguiendo los consejos del arquitecto de turno, se han llamado a sosiego y han prometido con cartel y todo no usar nunca más silbidos para calificar a las paseanderas. “Eso es violencia de género”, me dijo una amiga de buena estampa, a la que no le molesta cada tanto una chifladita aprobadora en una ciudad sobrada de quejas y gritones. Es que el silbido ha ido desapareciendo. Hoy los celulares se han quedado con todos los susurros. Pero lo de este arquitecto es un desafío. Sabe que nunca está de más el fogonazo de un halago ocasional en estas diagonales turbulentas. Pero también sabe que ya no quedan poetas vecinales que se puedan florear. Ni muchachas recatadas que esperen ruborizadas un cumplido. Y que el romanticismo al paso se ha extraviado entre veredas rotas, puteadas y arrebatos. Por eso inició la campaña buenos modales con los muchachos de la UOCRA, un gremio más acostumbrado al martillazo que a la galantería.

Las chicas de todas las épocas han sabido agradecer una gentileza bien puesta. Aunque el feminismo vea en cada piropeador un predador en ciernes, algunas mujeres esta semana han salido a defender albañiles y silbidos. El arquitecto ha dicho que curiosamente no son pocas las que se han quejado por esta veda. Lo critican no sólo por censurar albañiles. Sino quizá por dejarlas a ellas más expuestas a la indiferencia. ¿A título de qué –preguntan- este arquitecto pretende demoler los silbidos? No es procaz –es sólo música sin letra- y bien entonado refuerza la coquetería. El riesgo es que la moda de los cartelitos siga avanzando. Los tacheros, por ejemplo, temen que el gremio adhiera a esta exagerada campaña de cortesía y les obligue a bajar la vista cuando se cruzan con buenas vecinas. ¿Y qué hacemos con los camioneros y sus bocinas? No va a ser fácil. La ciudad se va ir quedando sin miradas sugestivas ante el avasallamiento de los suspicaces que ven en cada sonrisa una provocación. Es cierto que la anatomía muy silbable de las platenses antes recogía piropos como si fueran papelitos y ahora tienen que andar tapándose los oídos para no avergonzarse. Pero la calle se ha vuelto tan áspera que quizá no convenga cortar de cuajo una costumbre que se ha ido degenerando, es cierto, pero que le rinde homenaje callejero a esas siluetas fugaces que durante treinta segundos pueden mejorar la vida en el andamio.

Es cierto que la anatomía muy silbable de las platenses antes recogía piropos como si fueran papelitos y ahora tienen que andar tapándose los oídos para no avergonzarse. Pero el silbido no es procaz: una música sin letra que bien entonada apuntala la coquetería

El arquitecto de una obra sobre la 44 inició una campaña buenos modales con los muchachos de la UOCRA, un gremio más acostumbrado al martillazo que a la galantería.

La 44 siempre fue una calle para andar deprisa. Más para los apurados que para los curiosos. No es un lugar para detenerse ni para charlas largas. Los chiflidos aportaban cierta melodía en el concierto de frenazos, sirenas y corridas. Los otros albañiles de esa zona miran de reojo el cartelito que alardea en esa obra sin silbadores. Y por las dudas, antes que el maestro mayor de obra los obligue a cambiar el repertorio, prometen lanzar sólo suspiros al ver pasar a esa chica del kiosco que mal o bien, cuando llueve o se atrasa la quincena, les mejora el ánimo.

Las mujeres que se han quejado por esta prohibición reclaman para sí la libertad de elegir. Se escuchan cada cosa que los chiflidos pueden ser un alivio. Porque no es cuestión de emparejar. No todas ni todos piensan igual. La cosa pasa por dejarle algún margen para que lo políticamente correcto, tan cerrado a veces en sus proclamas, no descalifique de un plumazo el galanteo. En un lejano ayer, algunas iban a pasear por 8 para recoger los piropos que en su casa le mezquinaban. Pero hoy los celulares y los movilizados acaparan todo. Y ellas, que deben andar penando entre cajeros y agarrones, ya no tienen tiempo de disfrutar ni un cumplido. Los estruendos de la actualidad las obligan a estar más pendientes del monedero que de los obsequiosos de ocasión. La vereda se llenó de exclamaciones y groserías. Y allí los silbidos pueden ser el ringtone halagador que hace un llamadito a la autoestima. Pero el manto protector se ha extendido tanto que toda insinuación está mal vista. Los paseanderos de hoy deben ir muy despacio. Cuidar modales y expresiones. Y guardar el lance y el cortejo en el baúl de los chiflidos. Primero cargaron contra el piropo. Y ahora van por el silbido. Como a los expresionistas del levante se les achicará el poder de fuego, el galán silencioso se usará mucho esta temporada. Y los arquitectos, siempre listos para hacer ampliaciones, quizá quieran ensanchar esta campaña. La UOCRA va tener que generar una nueva escala retributiva para recompensar a sus afiliados más recatados. ¿Se permitirá el cuento verde? Es fácil imaginar los futuros currículum: “Se ofrece albañil, con experiencia y sin silbidos”.

 

(*) Periodista y crítico de cine

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