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Bioy Casares, inventor

Vigencia de “La invención de Morel”. Los hologramas “descubiertos” por un literato antes que por la ciencia. Repercusión mundial de una obra que permanece actual. Anticipaciones de Verne, Bradbury, Orwell, Borges y otros

Bioy Casares, inventor

Por Marcelo Ortale

26 de Marzo de 2017 | 06:59
Edición impresa

A casi ochenta años de su presentación, “La invención de Morel, novela escrita en 1940 por el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, mantiene intacta su frescura, como si el punto final de esa obra hubiera sido puesto hace minutos.

La contemporaneidad de la novela de Bioy es tal que muchos críticos, aún en la actualidad, retacean sus trabajos por temor a revelar detalles sobre el argumento y arruinarles así a los lectores la ansiosa exploración de ir develando la trama de la obra.

Sólo se limitan a decir que un fugitivo de la justicia se oculta en una isla que creen deshabitada, pero en la que, con el correr de los días, el protagonista descubre a extraños habitantes en distintos edificios. El fugitivo espía a esos personajes, los ve bailar o jugar al tenis. Pero algo muy extraño sucede. Una máquina motorizada por las mareas es la responsable.

La estructura del relato se sostiene sobre hologramas. Se trata de un fenómeno lumínico que era absolutamente impensable en 1940. Los hologramas no existían en esa época. La novela contiene también una historia de amor, tan bella como desgarradora. El primer lector de Bioy fue, Jorge Luis Borges que -despojado de un subjetivismo crítico que entre ellos no existió a la hora de calificar sus respectivos trabajos- dijo en el prólogo: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”. Lo cierto es que Bioy sigue siendo un adelantado y, “La invención”, un antecedente del mundo virtual.

En 1947, siete años después de la novela, el físico húngaro Dennis Gabor inventó la llamada holografía y recibió por esto el Premio Nobel de Física en 1971. Sin embargo, se perfeccionó años más tarde con el desarrollo del láser, pues los hologramas de Gabor eran muy primitivos a causa de las fuentes de luz tan pobres que se utilizaban en sus tiempos.

El holograma es una proyección a partir de una luz que atraviesa una placa holográfica, que sería como un negativo fotográfico pero grabado de una forma diferente a la fotografía. Permite que el objeto registrado en la placa se vea tridimensionalmente en el espacio, como si de hecho estuviera ahí.

Hoy los hologramas están de moda. El rapero Tupac fue revivido como un holograma en un show en Las Vegas. Pero durante una de las presentaciones musicales de los premios Billboard, Michael Jackson revivió en el escenario, como de cuerpo entero, gracias a esta tecnología 3D y volvió a cantar sus composiciones. Cualquiera puede verlo en internet. El holograma de Jackson, su imagen proyectada en tres dimensiones, anduvo de exitosa gira por los Estados Unidos.

La novela de Bioy inspiró a dos cineastas. En pleno auge del cine francés, en 1960, el director Alain Resnais filmó “El año pasado en Marienbad”. El guión perteneció al talentoso escritor Alain Robbe-Grillet, que se basó en La invención de Morel, ya por entonces la famosa novela de Bioy Casares, esa “espléndida fantasía de lo eterno” según la calificó César Fernández Moreno.

En 1974 el director italiano Emidio Greco filmó “L´invenzione di Morel”, una película protagonizada por Anna Karina y Giulio Brogi, basada por supuesto en la novela de Bioy. Pese a que el escritor argentino se recluía, cada vez que podía, en el campo –sólo para poder leer y escribir- no pudo impedir que su nombre ingresara al Parnaso mundial de los escritores.

En un artículo publicado en Página 12, la escritora Esther Cross dijo que “los años no pasan para los libros de Bioy Casares. De La invención de Morel, Plan de evasión y Dormir al sol se dice que fueron proféticos pero el elogio, aunque cierto, no les hace justicia. La invención de Morel anticipó el holograma y la realidad virtual, Plan de evasión descubrió el poder bifronte de los neurotransmisores y Dormir al sol indaga quién es el receptor y quién es el invitado en un trasplante cerebral. Nadie podría subestimar la importancia de esas predicciones, pero el logro más importante y actual de Bioy Casares es su escritura, son sus libros”.

Cross intenta develar esa intuición o especial capacidad de anticipación de Bioy. Para ello recuerda que el escritor dijo alguna vez: “La realidad es fantástica en cualquier momento. En los sueños, en una enfermedad. O usted está caminando de noche por un corredor de su casa; la luz se apaga y usted de pronto está perdido. Ahí tiene un simulacro de algo fantástico”. Y añade casi con fascinación la escritora: “Lo contaba así, sorprendido, como diciendo miren, cuenten. La gran capacidad de asombro parecía la clave de sus libros, así como para otros escritores el origen está en la desesperación”.

Algunos críticos sostienen que la “La invención de Morel” se trata de un verdadero clásico de la literatura de ciencia ficción, un género que, sin embargo, no pocos consideran subalterno, sobre todo a partir del avance de la novela psicológica. Sin embargo, si así fuera así, la lista de autores que quedarían subestimados se podría integrar con Julio Verne, Isaac Asimov , Ray Bradbury , Arthur C. Clarke, Aldous Huxley, George Orwell y Úrsula K. Le Guinn, entre otros grandes.

LA AMISTAD

La amistad de décadas –traducida no sólo en conversaciones interminables sino en varios libros escritos en colaboración (los dos redactaban y corregían, Bioy mecanografiaba) vuelven impensable no suponer que Borges influyó en “La invención de Morel”. Borges fue también un augur, un iluminado ironista que previó varias décadas antes las pasmosas tecnologías que hoy asombran al mundo.

Alberto Rojo, tucumano, doctor en física y profesor en la Universidad de Oakland (Estados Unidos), especializado en física cuántica, dijo que Borges es “el poeta más citado por los científicos. Si uno pone “Borges Jorge Luis” en la Web of Science, el banco de datos de artículos de ciencia, aparecen miles de citas a su obra en trabajos de matemáticas, física, biología, economía, lingüística y paleontología. Quizá se deba a que Borges -el supremo conciliador del lirismo con la precisión- hace de sus metáforas un reservorio de imágenes donde conviven la ciencia con la visión mágica del mundo. O a que detrás de los planteos científicos fundamentales hay un precepto de raíz borgeana: para entender algo del universo, primero hay que dudar de todo”.

En uno de sus viajes a Buenos Aires, Rojo visitó a Borges en su departamento de la calle Maipú. Al hablar de uno de esos dos cuentos diría el científico: “No deja de asombrarme su anticipación literaria de la llamada teoría de los universos paralelos en el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan” de 1941. Las leyes de la mecánica cuántica que describen el comportamiento del mundo microscópico dicen que las partículas –átomos y moléculas invisibles al ojo humano– pueden estar simultáneamente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa con un detector. En el cuento, Borges propone un laberinto temporal en el que cada vez que uno se enfrenta a varias alternativas se elige simultáneamente por todas, creando así diversos tiempos y porvenires que se bifurcan”

Algunos observadores aseveraron que Borges fue quien, cincuenta años antes de la explotación masiva de Internet, imaginó la revolución del mundo virtual y adelantó categorías compatibles con el hipertexto, el link o la hipermedia.

Perla Sasson-Henry, en un libro publicado en los Estados Unidos, se sumó al número creciente de intelectuales contemporáneos, entre otros Umberto Ecco, que opinan que Borges, al que califica de visionario, prefiguró la existencia de la World Wide Web. Sobre este tema se publicó en The New York Times un artículo titulado “Borges y el futuro previsible”

¿Es aventurado suponer que ambos –Bioy y Borges- decidieron convertirse en los promotores de la literatura fantástica en nuestro país?

LA SEMILLA

Algunos creen ver la semilla de “La invención de Morel” en la adicción que sentía Bioy Casares por la fotografía, plasmada también en la novela “La aventura de un fotógrafo en La Plata”, que publicó en 1985. Allí el personaje central, el fotógrafo Almanza, a quien le encargaron una serie de fotos de nuestra ciudad, definió en una frase cargada de contenido por qué vino a La Plata a realizar tomas: “Es una ciudad nueva, de gran pasado. Su pasado es de cuando el país tenía futuro”.

Lo cierto es que, dedicado por entero a la literatura, en su vida real Bioy fue también un obstinado y buen fotógrafo aficionado. Su devoción por la imagen ya era anterior a “La invención de Morel” (1940), en donde tramó esa anticipación tecnológica que luego se llamaría holograma, mucho antes inclusive de que la televisión llegara al país.

Según alguno de sus apologistas, Bioy veía en la fotografía un mecanismo para detener el tiempo. Para preservarlo y también proyectarlo. El fotógrafo Almanza vive una historia especial en la novela, mientras inmortaliza, acaso sin darse cuenta, a una ciudad rica en valores y en misterios que no puede descifrar. Una ráfaga de “La invención de Morel” sopla sobre este libro.

“Máquinas de la vida eterna” dijo el estudioso Javier Hildebrandt para definir los enigmáticos acercamientos de Bioy a tantos artefactos mecánicos que producen o proyectan imágenes y a tantos mundos extraños. Lo que el escritor enfrenta es la soledad, la finitud, la libertad, el amor. Para eso creó máquinas fantásticas, capacitadas para “contrarrestar ausencias”. El caso emblemático es el de “La invención de Morel”, una isla solitaria en la que “viven” personajes filmados. Son los viejos amigos de Morel eternizados en hologramas. Bioy no sólo pensó en esto y en la fotografía; también anticipó que es posible, más allá de la realidades o irrealidades ópticas, proyectar para siempre el amor de una mujer.

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