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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Semillas de sentido para los dolores del alma

Por SERGIO SINAY (*)

Semillas de sentido para los dolores del alma

shutterstock

16 de Abril de 2017 | 08:10
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

Solemos pasar rápidamente sobre las estadísticas sin detenernos en ellas. En un mundo que produce cifras y datos en cantidades imposibles de asimilar, y muchas veces de dudosa o nula utilidad, con frecuencia las estadísticas terminan por ser números vacíos de significado. Pero en muchas de ellas los números resultan mucho más que eso. Son personas e historias. Son dramas. Detrás de cada cifra, de cada porcentaje, laten vidas.

En semanas recientes este diario publicó dos informes que merecen observarse desde la perspectiva a la que me refiero. Uno de ellos, el 5 de marzo aludía a la depresión y la ansiedad, dos fenómenos que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) crecieron un 18% y un 15% respectivamente en la última década. La depresión, en sus diferentes manifestaciones, afecta a 322 millones de personas en el mundo, dice el informe, y los trastornos de ansiedad aquejan a otros 264 millones. Salvo la industria farmacéutica, que ve crecer día a día el consumo de ansiolíticos y psicofármacos (con los réditos económicos consecuentes) nadie puede estar contento con estos recuentos. Otra investigación, publicada el 9 de abril, señalaba que el Programa de prevención y Asistencia del Juego Compulsivo de la Provincia de Buenos Aires atiende 600 casos de ludopatía por mes y lo hizo con 7.395 personas desde que fue creado, en septiembre de 2015. Estas cifras adquieren mayor dramatismo cuando se añade que aumentan los casos de adictos que llaman para pedir ayuda y que 1.800 de ellos tienen prohibido el ingreso (por propia y expresa voluntad) a salas de juego de todo tipo.

LA SEMILLA Y EL ÁRBOL

Estos datos pueden contemplarse como cuestiones patológicas, y tienen un aspecto de tales, pero es posible ampliar y profundizar el foco y verlos como emergentes de una cuestión filosófica y existencial que afecta a la sociedad contemporánea. Hace ya cuarenta años, en un trabajo titulado “La idea psicológica del hombre”, el neurólogo, psiquiatra y profundo pensador austriaco Viktor Frankl (1905-1997) decía que “el hombre de hoy padece por la sensación de que su existencia carece de sentido”. Otro gran pensador, como fue el alemán Erich Fromm (1900-1980), expresaba (en “Del tener al ser”, una lectura muy apropiada para estos tiempos) que en la naturaleza del ser humano está la finalidad de ejercer y realizar plenamente sus posibilidades. Cuando esto es posible, subrayaba Fromm, se plasma el sentido de la vida de una persona.

El sentido de una vida se consagra en lo que hacemos y en cómo lo hacemos, en cómo nos vinculamos y cómo expresamos en esos vínculos nuestros sentimientos y en cómo ponemos nuestros valores en el mundo a través de conductas y actitudes

Fromm ponía el ejemplo de un rosal. La finalidad de la vida de un rosal es actualizar todo su potencial de manera que sus hojas se desarrollen bien y su flor sea la más perfecta que pueda producir su semilla. Habrá circunstancias que faciliten este proceso y otras que las obstaculicen. Pero aun ante estas últimas el rosal procurará cumplir su proceso. Si la tierra y la humedad no son las apropiadas él no podrá modificarlas, porque son condiciones ajenas a él, que escapan a su voluntad y a sus posibilidades. Pero se inclinará hacia el sol en cuanto tenga oportunidad y obtendrá el máximo provecho de la más mínima gota de agua. Buscará cumplir su fin en la vida. Es que cada ser es único y encarna un potencial a realizarse. Se suele decir que en la semilla está el árbol y nacemos para ser el árbol que está en la semilla. El curso de una vida, con todas sus situaciones y tribulaciones, es el proceso por el cual esta potencialidad busca convertirse en acto.

Frankl señaló que así como tenemos órganos físicamente detectables y palpables, como el riñón, el corazón, el cerebro, los pulmones, etcétera, los humanos contamos con otro órgano esencial para nuestra vida. La conciencia. La llamaba órgano de sentido, porque con ella detectamos que hay un sentido en nuestra existencia (la de cada uno en particular) y es la que nos guía en la búsqueda de ese sentido. No solo es necesario encontrar el sentido, escribió Frankl en “El hombre doliente”, sino que es posible. Cuando esa posibilidad no se concreta, de nada valen los logros materiales, de nada vale aturdirse con todo tipo de analgésicos como éxito, dinero, fama, poder, placer, diversión, sexo, consumismo y demás cuestiones. A pesar de ellos habrá una angustia subyacente. Es la angustia existencial, proveniente del vacío que se produce en el alma cuando se abandona o no se emprende la búsqueda del sentido de la propia existencia, o cuando una persona se extravía en esa búsqueda.

Existe la depresión endógena, sin duda, aquella que se desencadena por factores genéticos o hereditarios, e incluso hay quienes apuntan iguales orígenes para las adicciones. Pero cabe preguntarse, si no son las depresiones y la ansiedad noógenas (como llamaba Frankl a las que no provienen de determinismos biológicos sino de conflictos existenciales y morales) las que prevalecen. Sobre todo a la luz de la creciente incomunicación entre las personas, de las dificultades para sostener vínculos, de la notoria superficialidad y adocenamiento que va ganando al pensamiento, de la búsqueda obsesiva y por cualquier atajo del placer, el poder, él éxito y la fama (aunque dure cinco segundos y se obtenga posteando cualquier banalidad en las redes sociales), de la concepción utilitaria del trabajo con inocultable desprecio por el factor humano (una cruel paradoja cuando tanto énfasis se pone en departamentos y gerencia de “recursos” humanos), del consumismo desenfrenado y alentado como salvavidas económicos de los gobiernos. Las adicciones suelen deberse al intento de llenar con un placebo el vacío existencial (al no funcionar, es necesario aumentar la dosis). Y la ansiedad y la depresión pueden ser el resultado de la impotencia mismo vacío.

RECUPERAR EL SENTIDO

El sentido de una vida se consagra en lo que hacemos y en cómo lo hacemos, en cómo nos vinculamos y cómo expresamos en esos vínculos nuestros sentimientos y en cómo ponemos nuestros valores en el mundo a través de conductas y actitudes. Hay otra fuente de sentido. La que se abre con nuestra actitud ante el sufrimiento, ante la imposibilidad y ante el dolor, porque ellos pueden ser el punto de inflexión que lleva a una vida hacia su realización. Esto depende de la actitud. Si bien hay situaciones de la vida que son ajenas a nuestra decisión y nuestra voluntad, lo que hacemos ante ellas es siempre responsabilidad nuestra. Frankl decía que entonces emergen los valores de actitud. Los problemas y las preocupaciones, escribe su discípula Elisabeth Lukas en “También tu vida tiene sentido”, sirven para activar las fuerzas humanas, constituyen las condiciones bajo las cuales una persona puede mostrar de qué es capaz.

Acaso las estadísticas e informes médicos y sanitarios no muestren enfermedades sino síntomas. Y acaso las verdaderas y extendidas enfermedades de nuestro tiempo estén más en el alma que en la mente o en el cuerpo. También es posible que, más a menudo de lo que se piensa, las herramientas de sanación estén en los mismos dolientes, cuando pueden poner en funciones su órgano de sentido. Las 1.800 personas que pidieron ser alejadas del escenario de su padecimiento hablan de un comienzo en esa dirección.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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