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Y sigue girando, Girondo

Homenaje en España al cumplirse 50 años del fallecimiento del autor de “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”. Un creador vanguardista, de obra escasa pero perdurable. Porteño, viajero incansable. Sus poemas al amor y a las mujeres

Y sigue girando, Girondo

Por MARCELO ORTALE

16 de Abril de 2017 | 08:11
Edición impresa

En estos días la ciudad de Madrid tributa un homenaje a Oliverio Girondo (1891-1967) de cuya muerte se cumplen ahora cincuenta años. El poeta argentino será, así, el príncipe recobrado de la gran exposición que lo presentará en el Centro de Arte Moderno de la capital española. Allí estarán las primeras ediciones de sus libros, revistas de la época, primeras ediciones, fotografías, dibujos y objetos personales de una de las personalidades literarias más vanguardistas que tuvo nuestra literatura. El 21 de este mes se hará también allá un coloquio, para analizar su obra.

No escribió Girondo muchos libros, pero todos son imperecederos: fueron en verso, “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” (1922); “Calcomanías” (1925); “Espantapájaros” (1932); “Persuasión de los días” (1942); “Campo nuestro” (1946) y “En la masmédula” (1953). En prosa, solamente dos: “Interlunio (1937) – relato y “Nuestra actitud ante el desastre” (1940) – ensayo. En esos títulos se refugia o exhibe, como en pocas otras obras, la creatividad más atrevida. Una creatividad que no termina de ser recordada, que Madrid quiere rescatar ahora.

Relacionado con la intelectualidad argentina, americana y española, leído y admirado entre otros grandes por García Lorca, Neruda, Alberti, Borges, Gómez de la Serna, casado con Norah Lange, viajero casi anual por Europa con estadías en España, Girondo fue una personalidad culta, extravagante, voluble y sigue siendo un poeta completamente libre e inclasificable. Esta es una autodescripción: “Yo no tengo una personalidad; yo soy un coctail, un conglomerado, una manifestación de personalidades”.

Para el Girondo viajero, Sevilla fue una de sus querencias. Allí escribió “Hay una capa prendida a una reja con crispaciones de murciélago” y agregaba de Sevilla: “¡Los patios fabrican azahar y noviazgos!”. Sube a un tranvía sevillano –esa ciudad andaluza disponía de una gran red de tranvías, primero de tracción animal en 1887 y diez años después de tracción eléctrica- y desde allí mira la calle: “Cada doscientos cuarenta y siete hombres,/ trescientos doce curas/ y doscientos noventa y tres soldados/ pasa una mujer”.

Pero en Sevilla siempre llegará la Semana Santa, con sus imágenes bamboleantes, como embriagadas por tanta fe. ¿Qué ve Girondo? “Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas.”

En España vivía Gómez de la Serna (que también vivió un tiempo en Buenos Aires y que vino mucho a La Plata y escribía, con sus lapiceras de distintos colores, en el American Bar de calle 7 cerca del cine Select). Allá por la década del 20 Girondo había escrito “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” y Gómez de la Serna lo leyó como debía ser…en un tranvía de Madrid. Fue como un homenaje. El autor de las greguerías cuenta que compró un boleto “hasta el último poema” y que, al final, pagó el boleto de vuelta para poder releer el libro.

No se puede, porque no sería justo o acorde con esa biografía deslumbrante, trazar un relato prolijo de Girondo. En su cabeza los puntos cardinales danzaban sin orden. Hay que leerlo de arremetida a Girondo como arremetía él. Dijo Borges: “Girondo es un violento. Mira largamente las cosas y de golpe les tira un manotón”. Hace poco el crítico Pablo Gianera aseveró que “Girondo no andaba con vueltas, y el “lirismo” de sus poemas era una música que nadie conocía en castellano”.

Hay poemas de Girondo que lo traducen y presentan. Uno de ellos el número 12 que dice así: “Se miran, se presienten, se desean,/ se acarician, se besan, se desnudan,/ se respiran, se acuestan, se olfatean,/ se penetran, se chupan, se demudan,/se adormecen, despiertan, se iluminan,/ se codician, se palpan, se fascinan,/ se mastican, se gustan, se babean,/ se confunden, se acoplan, se disgregan,/se aletargan, fallecen, se reintegran,/ se distienden, se enarcan, se menean,/ se retuercen, se estiran, se caldean,/ se estrangulan, se aprietan, se estremecen,/ se tantean, se juntan, desfallecen,/ se repelen, se enervan, se apetecen,/ se acometen, se enlazan, se entrechocan,/ se agazapan, se apresan, se dislocan,/ se perforan, se incrustan, se acribillan,/ se remachan, se injertan, se atornillan,/ se desmayan, reviven, resplandecen,/ se contemplan, se inflaman, se enloquecen,/se derriten, se sueldan, se calcinan,/ se desgarran, se muerden, se asesinan,/resucitan, se buscan, se refriegan,/ se rehúyen, se evaden y se entregan”.

En “Campo nuestro”, libro posterior, más sereno, más intimista, un tierno Girondo le escribe a la llanura: “Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,/ te me vas, despacio, para adentro…/al trote corto, campo, al trotecito./ Aunque me ignores, campo, soy tu amigo./ Entra y descansa, campo./ Desensilla./ Deja de ser eterna lejanía”. Dominaba todos los estilos y, curiosamente, como dirán muchos investigadores, se convirtió con su último libro –“La masmédula”- en el poeta más vanguardista y hermético, más que César Vallejo, de América.

La ciudad y la mujer, sobre todo las mujeres, fueron sus temas dominantes. Una mujer profundamente sexual, deseante, imantada. Su famoso poema “A las chicas de Flores” inmortaliza a las protagonistas y al barrio. Dice así: “Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como/ las almendras azucaradas de la Confitería del Molino,/ y usan moños de seda que les liban las nalgas/ en un aleteo de mariposa.// Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los/ brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y / si alguien las mira en las pupilas, aprietan las/ piernas,de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda.// Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin /madurar del ramaje de hierro de los balcones, para/ que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas,/ y de noche, al remolque de sus mamás –empavesadas/ como fragatas- van a pasearse por la plaza, para / que los hombres les eyaculen palabras al / oído y sus pezones fosforescentes, se enciendan / y se apaguen como luciérnagas. // Las chicas de Flores, viven en la angustia de / que las nalgas se pudran, como manzanas que/ se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las / sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse/ de él como un corsé, ya que no tienen el / coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y/ arrojárselo, a todos los que le pasan la vereda”.

En un artículo reciente en el diario Los Andes, Daniel Arias Fuenzalida reseñó que Enrique Anderson Imbert dijo sobre Girondo: “El es el Peter Pan del ultraísmo argentino”. Aclaró: “mientras los chicos (ultraístas) crecieron, él quedó siendo un niño”.

Borges no lo trató bien, aunque fueron amigos. Lo calificó en el escalón de “poeta menor”. Sin embargo, una memoria asegura que el autor de “El Aleph” quería allá por 1926 acercarse a la joven y muy bella poeta Norah Lange: “Ella, de porte y prosapia noruega, seducía la imaginación borgeana, ya tan ávida de mitologías nórdicas…”. Pero Borges cometió un error: se la presentó a Girondo. Después, Oliverio y Norah pasaron toda la vida juntos como marido y mujer, hasta la muerte de él.

Agrega Arias Fuenzalida que “Girondo había sido criado en una familia acomodada, lo que le permitió estudiar en Europa (en el colegio Epsom de Londres y en la escuela «Albert le Grand» de Arcueil, cerca de París). Al viejo continente volvería muchas veces durante su vida. Era, como quien dice, un hombre de mundo. Y no sin motivo sus amigos le habían inventado esta copla: “A veces rotundo / a veces muy hondo / se va por el mundo /girando, Girondo”.

Enrique Molina, en el prólogo a las Obras Completas de Girondo se detiene en el último libro de poemas -“En la masmédula”- en donde las palabras, no los conceptos, son todo. Lo que logra no es de un poeta menor. “Como experiencia de lenguaje –dice Molina- no existe en español un libro comparable. Vallejo, en Trilce, realiza un intento en cierto modo semejante, pero su tentativa queda a mitad de camino. Sólo en un reducido número de los poemas que integran ese libro consigue, en algunos momentos, hacer estallar el lenguaje, forzarlo a penetrar en zonas casi inexpresables de la subjetividad y el sentimiento…En cambio, “En la masmédula” es un todo orgánico, allí Girondo se instala en un universo verbal cuyas leyes impone pero cuyos elementos poseen, sin embargo, una irradiación paroxística y un extraordinario poder comunicativo. Por tales razones “En la masmédula” es el acontecimiento puro, sin parangón ni referencia, no sólo en las letras argentinas sino en la dimensión del idioma. Es por completo insólito y quedará siempre solitario e imprevisible, pues no hay nada que lo prefigurara o lo anunciara, del mismo modo que quedará siempre único, pues es imposible continuarlo”.

La investigadora Jessica Fabaro se interna en un poema de “Espantapájaros” y lo elige, seguramente, por su inolvidable último verso. El poema de Girondo dice así: ““No se me importa un pito que las mujeres/ tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;/ un cutis de durazno o de papel de lija./ Le doy una importancia igual a cero,/ al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco/ o con un aliento insecticida./ Soy perfectamente capaz de soportarles/ una nariz que sacaría el primer premio/ en una exposición de zanahorias;/ ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible./ No les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar”.

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