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Literatura y felicidad

Una relación compleja. Las utopías de Platón, San Agustín y Tomás Moro. La novela profética de Aldous Huxley “Un mundo feliz”, en la que anticipó el consumismo y el confort garantizados por el consumo de una pastilla

Literatura y felicidad

Por MARCELO ORTALE

2 de Abril de 2017 | 06:32
Edición impresa

Hace algunos miles de años que la literatura y la felicidad se miran de reojo. Quisieran vivir en armonía, pero se desconfían. Es un fenómeno común a los escritores y a los lectores. Todos buscan algún tipo de felicidad al escribir y al leer. Pero al final de cada historia, lo que les va quedando a los dos, al que escribe y al que lee, es como un interrogante central, un sin respuesta permanente

El escritor argentino Noé Jitrik (1928-) escribió que cada vez que un filósofo o un escritor de relieve quisieron abordar a fondo el tema de la felicidad, terminaron su aventura diseñando una utopía.

Al primero que le pasó fue a Platón que intentó “sugerir, suplicar, recomendar, convocar a los dueños del poder a que hicieran algo para que la sociedad fuera un poco mejor, más equilibrada o más justa, según lo que entendían por justicia”. Platón, como otros, lo que hicieron fue “imaginar mundos perfectos en los que la injusticia, la infelicidad, el dolor, la incomodidad y aun la muerte, estuvieran prohibidas, desterradas, abominadas”, pero todos, de una u otra manera, fracasaron.

Allí siguieron, agrega, San Agustín que imaginó la “Ciudad de Dios”, como una “pura armonía y esperanza de vida eterna”, Tomás Moro, “algo más mundano y terrenal tal vez inspirado por los relatos de Marco Polo que observó que todo andaba muy bien en los dominios del Gran Can” y así se llegó, en el siglo XX, a la utopía de la experiencia soviética de 1917, que “terminó como terminó”.

Pero falta la última utopía, la más desgarradora, la de Aldous Huxley (1894-1963) con su desesperanzada y brillante novela “Un mundo feliz”. Huxley fue un escritor y pensador británico que emigró a los Estados Unidos. Miembro de una reconocida familia de intelectuales, publicó también relatos cortos, poesías, libros de viajes y guiones.

Sobre esta novela tan contemporánea que describe una suerte de felicidad de oficio, dice Jitrik: “No es difícil advertir la ironía que respira la descripción de tanta perfección: la ciencia, pero qué ciencia, atiende a todo, acude a las necesidades más elementales y el conjunto de satisfactores exime de toda rebeldía y hasta de la imaginación, pero también del hambre y, solución extraordinaria, con una droga llamada “soma”, del orgasmo que se obtiene a pedido sin necesidad de cortejo, de seducción o aún de ganas, no hablemos de amor”.

En la introducción que escribió años después para una nueva edición de su novela, Huxley se lamenta de no haber advertido –como tema que debió incluir- el de la fisión nuclear. Pero alude a otros datos de la realidad que confirmaban algunos de sus vaticinios: “Ya hay algunas ciudades americanas en las cuales el número de divorcios iguala al número de bodas. Dentro de pocos años, sin duda alguna, las licencias de matrimonio se expenderán como las licencias para perros, con validez sólo para un período de doce meses y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar”.

La felicidad literaria que crea Huxley se alcanza consumiendo una pastilla, el soma. Todos los habitantes de Metrópolis, que es el nombre de la ciudad en la novela, la consumen. En la historia se cuenta que un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos y que la pastilla tiene todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios. Para evitar la depresión y ser feliz, hay que tomar una pastilla de soma.

En su libro, ciertamente profético y revolucionario, dice Huxley: “Si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma: medio gramo para una de asueto, un gramo para fin de semana, dos gramos para viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la Luna”. Una sociedad horriblemente estable, como resultado de una neurótica búsqueda de felicidad.

El mundo se vuelve feliz porque el soma –la droga- se consume en los helados, en el agua, en el café. Se reseña que el Estado se encarga de distribuir el soma para controlar las emociones de la gente, con el fin de mantenerla contenta y no poner en peligro la estabilidad de Metrópolis. El soma imaginado en 1930 por Huxley es como un viagra para la felicidad.

En ninguna de las grandes búsquedas literarias de la felicidad, es decir en las utopías –añade Jitrik- “se propone un regreso a la naturaleza, a alimentarse con los frutos que cuelgan de los árboles ni a fornicar libremente, cuando se tengan ganas: son raros los que se vanaglorian de vivir en pleno campo, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin televisión, sin drenaje ni agua corriente pero algunos hay sin que sean necesariamente hippies. Al contrario, las utopías descansan sobre estructuras racionales y urbanas, su objetivo es la satisfacción y su condición la regla, algo así como un mundo de semáforos en el cual lo único que tendría sentido es el movimiento y la circulación, no todas esas demoras en las que los seres humanos creen que vale la pena vivir y que traen tantas complicaciones, la conversación, la amistad, el amor, el pensamiento, el placer, la lectura y todo lo que es propio de este mundo perturbado e injusto. Pero, pese a esa condición general, también hay utopías, o intentos utópicos, que preconizan un regreso a la naturaleza; fueron pensadas por espíritus anarquistas y en ellas las reglas eran abolidas, así como el interés material e incluso la avidez productiva: Macedonio Fernández y algunos amigos lo intentaron en algún lugar del Paraguay pero los mosquitos y las víboras limitaron esa bella libertad”.

Es curioso que de Macedonio Fernández se hayan dicho tantas cosas certeras y lúcidas, pero que en ninguna de ellas se lo hubiera señalado como, tal vez, el único que impulsó un proyecto utópico despojado de “estructuras racionales y urbanas”, como dice Jitrik, es decir de un contexto normativo y político propenso a definiciones productivas y totalitarias.

Otro escritor argentino, Abelardo Castillo (1935-), ofrece en un párrafo una definición acerca de la relación –o falta de relación- entre la literatura y la felicidad. Expresa que “la literatura está cargada de fatalidad y de tristeza. ¿Por qué? La vida no es siempre fea. Lo que pasa es que, en el fondo, la literatura es un conjuro contra la infelicidad y la desdicha. La gente quiere ser feliz. Pero la felicidad no hay que escribirla: hay que vivirla. O por lo menos intentar vivirla. En la literatura se pone el deseo, la nostalgia, la ausencia, lo que se ha perdido o no se quiere perder. Por eso es tan difícil escribir una buena historia feliz. La historia de amor más hermosa que se ha escrito es Romeo y Julieta. Pero es una catástrofe. Ella tiene catorce años y él dieciocho, y terminan suicidándose. Qué linda historia de amor. Uno confunde la felicidad con las felicidades, con ciertos momentos transitorios de dicha o alegría. La felicidad absoluta no existe, y se escribe, justamente, porque la felicidad no existe. Existen pequeños instantes de felicidad, o alegrías fugaces, que, si se consigue perfeccionarlos en la memoria, pueden ayudar a vivir durante muchísimos años. La literatura también es un intento de eternizar esos momentos”.

AFORISMOS, SENTENCIAS

A continuación se transcriben definiciones de algunos escritores célebres, que atañen a la relación siempre compleja entre la literatura y la felicidad:

MARK TWAIN: “La cordura y la felicidad forman una combinación imposible”.

LEV TOLSTOI: “La felicidad es una alegoría, la infelicidad, una historia”.

ERNEST HEMINGWAY:“La felicidad en la gente inteligente es la cosa más rara que conozco”.

JULIO CORTAZAR: “Pobre amor el que de pensamiento se alimenta.”

FYODOR DOSTOIESVKI: “A la persona solo le gusta contar sus males, no calcula su felicidad”.

JACK KEROUAC: “La felicidad consiste en darse cuenta de que todo es un gran y extraño sueño”.

ALDOUS HUXLEY: “La felicidad siempre parece bastante escuálida en comparación con la sobrealimentada tristeza. Y por supuesto, la estabilidad no es ni de cerca tan espectacular como la inestabilidad”.

ANDRE MAUROIS: “El primer truco para conseguir la felicidad está en evitar pensar demasiado en el pasado”.

ALBERT CAMUS: “Nunca serás feliz si continuas preguntándote qué es la felicidad. Nunca vivirás si te pones a buscar el sentido de la vida”.

HONORE DE BALZAC: “Toda la felicidad depende de la valentía y del trabajo”.

ANTON CHEJOV: “Incluso en Siberia hay felicidad”.

VOLTAIRE: “Todos buscamos la felicidad, pero sin saber donde encontrarla. Como borrachos buscando su casa, recordando vagamente que tienen una”.

NATHANIEL HAWTHORNE: “La felicidad, cuando viene, viene siempre de forma casual. Hazla el objeto de tu búsqueda y nunca le darás caza. Sigue algún otro objeto, y probablemente consigas la felicidad sin ni siquiera haber soñado con ella”.

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