Tercer Mandamiento

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

El tercer Mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado ó séptimo día: “Observa el día sábado para santificarlo, como el Señor, tu Dios, te lo ha ordenado. Durante seis días trabajarás y realizarás todas tus tareas, pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios” (Deut 5, 12-14).

La Sagrada Escritura hace al respecto memoria de la creación: “Porque en seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo” (Ex 20, 11)

El Evangelio relata algunos incidentes en que Jesús es acusado de quebrantar la ley del sábado, lo cual no es así, sino que con autoridad explica: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado” (Mc 2, 27-28).

A todo esto surge una pregunta: “Y entonces, ¿por qué observamos el Domingo?”.

Ante todo cabe colegir que, así como el sábado ha sido hecho para el hombre, el Domingo ha sido hecho para Dios.

En efecto, Jesús resucitó “el primer día de la semana” , que recuerda la primera creación.

En cuanto al “octavo día”, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección del Señor.

Para los cristianos el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, es el “Domingo” ó “Día del Señor”.

“Durante seis días trabajarás y realizarás todas tus tareas, pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios”

La fiel observancia del Domingo cumple el Mandato divino inscrito en el corazón de cada persona, de dar a Dios un culto externo, visible y público.

El culto dominical de los cristianos realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo (cf. Catecismo, 2176).

La celebración del Día del Señor tiene mucha importancia en la vida de la Iglesia y se remonta a sus comienzos en la edad apostólica.

El autor de la Carta a los Hebreos exhorta: “No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos; al contrario, animémonos mutuamente” (10, 25).

Uno de los cinco preceptos de la Iglesia determina y precisa este Mandato del Decálogo: “El Domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor y disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo” (C.D.C., canon 1247).

En la afanosa persecución a la única Iglesia de Dios, hasta se ha modificado sutilmente el calendario, ubicando el día Domingo como último día de la semana y hablando del “fin de semana”, cuando en realidad el Domingo - en el calendario gregoriano, que es el que está en vigencia - es el primer día.

En el respeto a la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos debemos esforzarnos por obtener el reconocimiento del día Domingo y de los demás días de precepto de la Iglesia como días festivos legales, y todos hemos de dar ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, defendiendo nuestras tradiciones como una contribución a la vida espiritual de la sociedad humana.

Nosotros somos propiedad de Dios, a Él pertenecemos, y dedicarle un día a la semana no es más que un deber de justicia.