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Espectáculos |“La vendedora de fósforos”

Un trágico cruce entre política, arte y documental

En su nueva cinta, presentada en el Festival, Alejo Moguillansky busca señalar “ese espacio que existe entre la vanguardia artística y la vanguardia política”

Un trágico cruce entre política, arte y documental

“La vendedora de fósforos”, de Alejo Moguillansky: el director ganador de la competencia argentina en 2009 regresa al BAFICI - telam

26 de Abril de 2017 | 05:00
Edición impresa

Uno de los cineastas argentinos de la nueva camada del cine nacional surgida de la FUC, Alejo Moguillansky, vuelve al BAFICI, donde en 2009 ganó por su beckettiana cinta “Castro”, con “La vendedora de fósforos”, un relato que tiene que ver con una pareja en aprietos económicos y su hija: ella asistente de una pianista, él aspirante a regisseur.

El autor de “El loro y el cisne” y la celebrada “El escarabajo de oro” es parte de la productora verdaderamente independiente El Pampero Cine, que trabaja al margen de los subsidios del INCAA. Sitúa esta situación familiar con el trasfondo del estreno de una ópera experimental en el Teatro Colón, acorralado por una serie de medidas de fuerza sindicales, que ofrece, como en toda la obra de Moguillansky, la perfecta excusa para una simbiosis entre el relato y la música, desde Beethoven hasta la experimental ópera “meteorológica” de Lachenmann que da título a la cinta, en una cinta en la que también se borran los límites entre ficción y realidad, con la situación gremial como telón de fondo, los ensayos de la ópera y las deambulaciones laberínticas de la hija del matrimonio por los pasillos del Colón.

CONTRADICCIONES

“El rodaje de la película empezó filmando ensayos de la ópera. La puesta de esa ópera ya era en sí mismo algo bastante excepcional: montar una opera de un compositor tan radical como es Lachenmann, un sobreviviente de las vanguardias del siglo XX, en la sala grande era algo completamente novedoso, un hecho político. Se trata de una música que se ubica entre el intérprete y el instrumento, en la resistencia que ofrece un instrumento para ser tocado. Esa política de la música se cruzaba con otra política, que tenía que ver con los problemas a los que acaso estemos más acostumbrados”, explica el cineasta sobre el porqué del registro documental de esta puesta, revela que “no hubo jamás nada parecido a un guión”, y agrega que “los centros de atención fueron la fricción entre estas dos formas de política, sus correlatos, sus contradicciones y paradojas, sus puntos de encuentro. Los fuimos rodeando de ficción, todo en función de generar un entramado de capas entre las cuales los personajes deambulan como sonámbulos”.

“Los ensayos que vemos en la película son reales. La película después se encarga de incorporarlos al relato y convivir con elementos de ficción”, aclara Moguillansky, quien reconoce que en el cruce entre política y arte “hay, en efecto, una crítica a la burguesía. La película trata de retratar ese espacio que existe entre la vanguardia artística y la vanguardia política. Siempre existió un mar de contradicciones entre ambas. Cuando el campo de trabajo es el mismo lenguaje, la misma materia con la que están hechas las cosas, la música, las imágenes, la poesía, se genera un abismo con el tipo de pedagogía, demagogia o propaganda que a veces necesitan ciertos discursos. Es un problema inabarcable que la película puede apenas señalar”.

Una propuesta que encaja en el BAFICI a la perfección, pero que parecería no tener hogar en la cartelera comercial. Aunque Moguillansky difiere: “Lo masivo es un preconcepto. Lo popular y masivo no tiene por qué estar distanciado de formas críticas o trágicas. Los exhibidores de cine podrían tomar nota de esto. La cartelera de cine, con pocas y admirables excepciones, se ha vuelto inmirable. Hace tiempo desde El Pampero Cine soñamos con la idea de tener un cine. Y no sé qué espera el gobierno para reabrir la Sala Lugones. Es inadmisible que siga cerrada. No se puede matar la cinefilia de una ciudad de esta manera”.

 

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