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Un escritor contra los agroquímicos

En su libro Envenenados, el periodista y escritor Patricio Eleisegui, investiga por qué somos uno de los países más enfermos por el uso de agroquímicos.

Un escritor contra los agroquímicos
21 de Mayo de 2017 | 08:36
Edición impresa

La historia de Patricio Eleisegui es más o menos así. Es el año 2011 y nunca escribió sobre temas relacionados con el medio ambiente o los agroquímicos. Trabaja escribiendo para un portal de noticias. Un día ve una nota, un diario del interior. Se reportan unas enfermedades. Nombran la palabra agroquímicos. Investiga, pero no encuentra mucho más.

“Empecé a investigar en el año de 2011. Siguiendo a diarios del interior. Noté que en entre Ríos, en Córdoba, Santa Fe, había casos de personas que estaban haciendo denuncias y contaban que tenían problemas de salud derivados de la utilización de agroquímicos en la zona donde ellos vivían”.

Se obsesiona con el tema. Lo atrae algo poderoso: el dolor de los demás, de los enfermos, que nadie haga o diga nada. Lee todo lo que hay dando vueltas en Internet. Ve que hay muchos casos de denuncia, más de los que creía. Se da cuenta que le dan poco espacio a esos temas. Eleisegui quiere saber más. Y sigue buscando. Y sigue leyendo. Pero lo que lee tampoco es mucho; ni muy profundo. Ve dónde ocurren las cosas, quiénes son las personas que están denunciando. Hace una carpeta en el escritorio de su computadora. Ahí va guardando todos los archivos que junta. Por semanas se olvida del tema. Las fotos que vio no se las puede sacar de la cabeza. Es un tema que nadie tocó. Alguien además tiene que hacer algo. Así es cómo empieza a hablar con médicos, con gente del Conicet, los científicos le dan datos, tiene que buscar por tal o cual lugar, hablar con tal o cual persona. Y en esa obsesión aprende cómo funciona el modelo: Qué es un transgénico, cómo funciona la soja, el maíz, qué químicos usan.

Y ahí va entendiendo todo.

Y todo es tan simple que aterra.

“Me pareció fuerte que hubiera tantos casos; venían de hacía muchísimos años. Había material científico, médicos hablando, pero no había espacio en ningún lado sobre la cuestión, salvo en alguna entrevista. La pregunta era qué estaba pasando en esos lugares, que se estaba muriendo tanta gente. Y entonces tuve que contactar a las víctimas. Si no tenía a las víctimas contándome sus historias, no tenía libro”.

Le cuesta encontra a esa víctimas. Algunos no quieren hablar. Se protegen entre familias. Hay familias enteras que trabajan en cultivos. Hay algunos que le contestan. Los contacta por Facebook. Viaja. Paga todo de su bolsillo. Se va a algunos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires. También a Entre Ríos, a Córdoba, Santa Fe, Mendoza. Investiga. Lee diarios locales. No dice qué es lo que está haciendo. Es una especie de investigador privado que llega y duerme en hoteles baratos, cena solo, habla con uno, se entrevista con otro, no detalla mucho, sólo pregunta, pregunta y pregunta. Y a la mañana siguiente ya no existe. Pero escribe y escribe. Y banca. La que tenga que venir. Porque sabe que hay mucha plata de por medio. Y piensa que van a venir palos en la rueda, pero Eleisegui, banca. Le pone el cuerpo a su investigación, el cuerpo que no pueden poner otros, acaso llenos de cáncer, acaso lleno de tristeza en forma de manchas, o de la enfermedad que sea, pero sin nombres, sin fuerzas, sin nada. Por eso tiene que hacerlo, porque vio esos ojos, esas miradas de desesperanza. Nadie escribió sobre el tema. Si no lo hace él, quizás no lo haga nadie, se dice. Le debe algo a esas miradas, a esos cuerpos infectados por el virus de la codicia.

Quizás se deba algo también a él.

Así que viaja hasta Entre Ríos. Pacta una reunión en el café de una estación de servicio al costado de una ruta. Un ingeniero agrónomo con el que se habló por Facebook. Que llega en auto. Lo ve venir por el ventanal de vidrio. El hombre lo saluda desde afuera porque Patricio es el único que está en ese café esa tarde. El hombre se pide un cortado con una medialuna. Después le explica cómo son los pooles de siembra ahí en Entre Ríos. El tema de los pooles es el nervio del sistema económico de Argentina. Meterse con eso es tocar de lleno la clave económica del país. Si se investiga o se sale a decir que de la manera que trabajan la tierra se está matando, eso, significa comprarse un problema. Uno muy muy muy grande.

“Me amenazaron un montón de veces, pero no tengo miedo. El año pasado yo tenía el dato que en Trenque Lauquen habían ocultado un acopio de agroquímicos que hizo una empresa en el centro de la ciudad. Me pasaron fotos del depósito y las publiqué en mis redes sociales. Tenían audios de whatsapp de la Secretaría de Ambiente de Trenque Lauquen. Y la secretaria en persona me amenazó con iniciar acciones legales. Le dije que haga lo que quiera, que yo le iba a hacer un agujero grande como una casa. Nunca más me contestó”.

El envenenado de la tapa del libro

En Entre Ríos se mueve hasta la casa de Fabián Tomasi, en Basavilbaso. Y ahí conoce lo que es la muerte en vida. Fabián Tomasi había trabajado de peón y de albañil. Fabián Tomassi tenía una vida normal. Era un hombre común en un pueblo perdido. Pero en 2005 se enteró que buscaban un apoyo terrestre para los aviones que fumigaban por la zona. Siempre le habían gustado los aviones. Y a eso se le sumaba que le ofrecían un poco más de dinero que en sus anteriores trabajos. Se presentó. En un galpón le explicaron cómo era la cosa: Tenía que abrir unas bolsas que dejaban al costado del avión, volcarlas en un barril de 200 litros, ponerle agua, mezclarlo, y con una manguera, meterlo en el tanque del avión que iba a fumigar. No le daban una vestimenta que lo protegiera de los vapores o salpicaduras del producto que usaban. Apenas unas indicaciones. La cosa parecía pan comido. Pasaron unos meses y Fabián sintió su cuerpo raro. Empezó con calambres, dolores en el cuerpo, algo de fiebre. Lo que estaba desarrollado este pobre hombre era una polineuropatía tóxica, una enfermedad que afecta el sistema nervioso. Además de esto, se sumó que era diabético, y la enfermedad se le acentuó. En el expediente médico figura “Intoxicación con agroquímicos”.

“El de Tomasi es un caso muy fuerte porque es alguien que trabajó específicamente de esto y hoy milita activamente y participa de charlas y encuentros, pero al mismo tiempo, su caso, dentro de Basavilbaso, está muy mal visto. El tipo recibió -y sigue recibiendo- intimidaciones y aprietes, lo ven como un paria, alguien que quiere sacar redito de la enfermedad. Han venido a comprarlo con dinero pero nunca aceptó porque es un hombre de bien. Lo llaman por teléfono a la casa o al celular, lo amenazan, ahora están más tranquilos, me parece, porque saben que está muy mal de salud. Una vez hasta le rompieron los vidrios de la casa por las denuncias que hizo contra la empresa”.

La semilla del mal

Alexa Estévez tiene 20 años y está embarazada de varias semanas. Alexa camina por su pueblo. Su pueblo se llama Solidaridad. Solidaridad está pegado a América, una localidad de la provincia de Buenos Aires que se encuentra cerca de La Pampa. Un día, una tarde, yendo camino a su casa, decide acortar camino por una zona que no transita mucho. Ve dos depósitos de chapa. Enormes los depósitos. No le llaman la atención en ese momento, pero los ve. Alguien le contó hace un tiempo que ahí mismo se realiza acopio de cereales. Pasa por la puerta de ese lugar. Y es la única vez que pasa. Porque esa tarde de Alexa Estevez sigue su camino. Pero ya nada será igual en su vida.

“Según los médicos, en el informe, cuando ella pasó por ese lugar, justo ese día, habían fumigado los cereales, y la realidad la chica, estaba en un período muy sensible de la gestación, una semana clave, y sólo por el hecho de pasar por ahí, por ese simple hecho, derivó en una malformación tremenda en el nene. Fue así que unos meses después, Eloy, el hijo de Alexa, nació con casi el doble de los dedos de las manos y los pies, entre otras malformaciones. Dos días después, fallece”.

Este es uno de los casos que se agregaron a la reedición de Envenenados. Pero además se actualizó la información estadística de los números que ha generado con el negocio de la soja, como también los números que generan los agroquímicos. Se actualizaron datos de las compañías, cómo Bayer compró Monsanto, por ejemplo.

“Una muestra de como las autoridades locales se van pasando la pelota en cuanto a la responsabilidad fue el caso de Alexa, ya que no está asentado en América. Con el primer estudio de embarazo que se hace, ahí nomás, la derivan a Trenque Lauquen, para que se haga otros estudios. Cuando en este último lugar, se dan cuenta de la gravedad del tema, la vuelven a derivar, pero esta vez a La Plata. Toda la historia de Alexa, a nivel expediente, está situada en La Plata. Es muy común esta práctica. Cuando muchos chicos con cáncer vienen a tratarse al Garraham, y fallecen acá, el lugar que queda asentado es el del fallecimiento y no el del lugar de origen. Estadísticamente están trasladando el problema a otro lado. Con eso es imposible saber las estadísticas, y si no hay estadísticas por región, no hay delito, no hay nada”.

La bomba mediática y química y sus repercusiones

Eleisegui, en su libro, denuncia que los actores del sector quieren reducir las enfermedades a cuestiones relacionadas con el mal uso, como que quieren dar a entender que el problema no es el químico, sino el uso que se está haciendo. Mientras se siga con este modelo de producción con agroquímicos, van a seguir con estas consecuencias. La frontera agrícola se está corriendo día a día; cada vez más cantidad de hectáreas sembradas, cercanas a las poblaciones.

“Se usan productos que están prohibidos en Europa. La atrazina, es el segundo o tercer herbicida más usado en Argentina, y hoy por hoy, está prohibida en toda Europa y Estados Unidos. O el endosulfan, que también está prohibido en todos lados, y acá se usó hasta agotar stock. Traen los productos de contrabando, Senasa no controla. Los actores del Gobierno avalan todo esto; todo el tiempo se está promoviendo más y más: cada vez que hay un transgénico nuevo, solamente tienen resistencia a un tipo de agroquímico. Todos los cultivos que hay en Argentina, todos, desde las pasturas hasta los granos almacenados, todo se fumiga. Salvo que sea orgánico, claro”.

En cada lugar que Eleisegui presenta Envenenados, siempre, se generan dificultades. Gente que arma escándalos en la presentación misma, diciéndole que lo que dice en el libro no es así, que miente, que es un operador político. A las presentaciones iba gente del Senasa, del Inta, y cuando terminaba la presentación y se permitía hacer una ronda de preguntas, ahí aparecían ellos, los de siempre.

“Te quieren correr, por ejemplo, que el estudio de Andrés Carrasco sobre el glifosato no estaba bien hecho. Nunca llegó a ponerse violento, pero se llega a levantar la voz en las presentaciones. Si la cosa se pone tensa, les digo que lo seguimos hablando en otro lado. Pero lo interesante de las presentaciones es que ahí mismo se encuentran los mismos vecinos con el tipo que fumiga, y se ponen a discutir y se arma; son localidades chicas donde se conocen todos. Se caen las máscaras. Y cuando se caen las máscaras ves a la bestia. Y a veces la bestia es violenta. No me importa, no tengo miedo. Yo le pongo el cuerpo a esto, el cuerpo que no pueden poner los otros”.

 

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