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Juan Rulfo, 100 años después

Juan Rulfo, 100 años después

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21 de Mayo de 2017 | 08:37
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En línea con el centenar de tributos que se vienen realizando en Latinoamérica para celebrar los cien años del nacimiento de Juan Rulfo, la Biblioteca Nacional inauguró una muestra sobre el narrador mexicano donde se explora la persistencia de su legado y la fuerza de una narrativa tan concisa como potente. Extrañamente, la ponderación sobre la narrativa de Rulfo se basa solo en dos obras, “Pedro Páramo” (1953) y “El llano en llamas” (1955), a las que seis años antes de su muerte -ocurrida en 1986- se les sumó la novela “El gallo de oro”, de circulación un tanto marginal.

En ese corpus tan condensado como poderoso se despliegan una infinidad de mundos transfigurados o inexistentes que fundan su singular topografía literaria, precursora del realismo mágico que marcó decisivamente al colombiano Gabriel García Márquez. La producción de este hombre nacido el 16 de mayo de 1917 en el estado mexicano de Jalisco ha sido fuertemente atravesada por su precoz condición de huérfano: esa conciencia temprana del despojo y la ausencia se filtra en un corpus de relatos en los que asoman criaturas arrojadas a un mundo hostil, inmersas en uno de los períodos más convulsionados de la historia mexicana.

Tan vigoroso como su lenguaje narrativo es su imaginario fotográfico, que alimentó de imágenes sutilmente melancólicas sobre la geografía mexicana y el retrato de la vida rural. Su reconocimiento como fotógrafo fue respaldado incluso por la ensayista norteamericana Susan Sontag, quien lo definió como “el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamérica”.

“Cuando uno lee a Rulfo, oye uno silbar al viento a ras de la tierra seca, oye uno el olvido, oye uno las cenizas. También la tristeza. Rulfo se alza como un personaje desolado que va caminando encima de esta tierra baldí­a, violenta, agria, de noches muy largas”, lo definió alguna vez su compatriota, la escritora y periodista Elena Poniatowska.

“Cuando uno lee a Rulfo, oye uno silbar al viento a ras de la tierra seca, oye uno el olvido, oye uno las cenizas. También la tristeza. Rulfo se alza como un personaje desolado que va caminando encima de esta tierra baldía, violenta, agria, de noches muy largas”

¿Cuáles son los atributos que lograron que su escueta obra sea considerada como una renovación de la tradición literaria del continente? “Es un escritor que percibe de un modo muy profundo cierta verdad social y existencial, pero no lo hace por una ví­a mimética sino por un grado de metaforización que logra un resultado más verdadero que una verdad literal”, apunta la poeta y narradora María Teresa Andruetto.

“Después de tantas relecturas, me asombra todavía la invención de un lenguaje -no imitación, sino invención poética- tan realista como oní­rico, tan de su gente como universal -sostiene Andruetto-. Rulfo es único, quien lo lee ya no puede olvidarlo. Entre otras cosas es también una cachetada a la idea de hiperproducción, a nuestra necesidad de estar siempre haciendo. La contundencia y brevedad de su obra nos enseñan que la presencia es otra cosa, que está hecha de otra consistencia”.

El escritor mexicano Rafael Toriz, por su parte, asesor cultural del sello Fondo de Cultura Económica, asegura que “Rulfo inventó una lengua viva al interior de la lengua, es decir, construye una lengua nutrida de los susurros mestizos, complejos y vastos del español mexicano que ayudan a construir un tiempo fuera del tiempo -mítico y por ello siempre presente- donde la vida comunica con la muerte; de ahí su vigencia absoluta y sobre todo su capacidad de comunicar con personas de cualquier época y geografía”.

Para Toriz, “en su brevedad, que es lo de menos (calidad sobre cantidad es un atributo de los buenos artesanos), Rulfo construyó una de las mejores novelas de todos los tiempos a través de las imágenes despedazadas de un país, que puede ser cualquiera, donde se intuye que el único sosiego para nuestras almas errabundas es el infierno. De manera que hasta ahora solo él pudo conseguir, al menos con las imágenes que llevan su impronta, representar la vida y sus dolores en el lenguaje de la muerte”.

Andruetto, por último, asegura que el legado de Rulfo sobrevive intacto: “Más que ningún otro escritor latinoamericano de su época. Me parece muy distinto a todos los otros escritores del realismo mágico. Si me apuran, diría que no se quedó en ninguna superficie, que fue a lo hondo, a lo áspero, a una Latinoamérica menos arquetípica, menos fascinante para un lector europeo, traspasando el sensualismo y el tropicalismo que se esperaba de ‘lo latinoamericano’”.

 

 

 

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