La jerarquía de River lapidó las intenciones de Gimnasia

Cuando se defiende mal, es casi imposible que un equipo de la jerarquía de River no se lo haga pagar a su oponente. Esa fue una de las claves de una dolorosa derrota para el Lobo, que empezó perdiendo por un gol desde el vestuario y, aún habiendo reaccionado, no aprovechó su cuarto de hora, se siguió equivocando atrás, y terminó cayendo sin atenuantes. La actitud destacable de intentar plantarse en la lucha mano a mano con el 0-1 parcial, no decora una goleada que deja mucho para corregir en el dueño de casa.

El gol desde el vestuario trastocó los planes de Gimnasia, pero, no obstante, no le quitó el afán de plantar batalla en la zona media, aún a riesgo de poder tener algún desequilibrio en la zona defensiva. La propuesto mens sana fue clara desde el vamos: salió a jugar el partido, no a esperar en su campo, de manera tímida, al margen de la superioridad de su oponente en el plano de la jerarquía individual.

Ese mazazo producto de la gran pared entre Alario y Driussi, que este último canjeó por gol con cierta complicidad de Alexis Martín Arias, un arquero que no se equivoca casi nunca, pero que en esa acción demostró también puede tener falencias, como todos, no hizo mella en el ánimo de los jugadores locales.

La dupla interina Martini-Messera decidió salir al campo de juego con un dibujo ambicioso, con cuatro hombres en el fondo, pero sólo tres hombres en la primera línea de la mitad de la cancha, lo que le permitió contar con un enganche y dos puntas netos. Hacía mucho tiempo que el Lobo no plantaba en la cancha un diseño táctico tan ambicioso. El 4-3-1-2, tuvo a Faravelli por la derecha, Rinaudo en el centro como eje y motor y Sebastián Romero, incombustible y rejuvenecido, del centro a la izquierda, aunque omnipresente en varios sectores del terreno. El enlace, con libertades de las que no venía gozando en el ciclo anterior, fue el oriental Alemán, más Mazzola como delantero central y Eric Ramírez con movilidad por la banda en el frente de ataque.

Ese esquema generoso del Lobo, le permitió salir del asedio que propuso el Millonario en los primeros diez minutos. Después de ese lapso de cierto desconcierto, Gimnasia pudo sacar la cabeza y, en base a crecer en el volumen de juego, empezó a inquietar a Batalla, que dio tantas dudas como venía mostrando en todo su recorrido en el arco de la banda.

Las proyecciones de Bonifacio, la claridad de Chirola y la laboriosa tarea de Mazzola aguantando la pelota le dieron a Gimnasia vida. Se apreció una búsqueda valiente, desprovista de los temores que hasta pocos días atrás se veían en el equipo, que venía haciendo de la especulación un culto. Se fue un equipo más fresco, arrojado y decidido en ese primer tiempo.

Sin embargo, esa concepción de juego chocó contra la jerarquía del equipo Millonario. Los de Núñez, en cada uno de los aspectos del juego en que Gimnasia dio ventajas, supieron capitalizarlas de la mejor manera.

LA ESPERANZA DURO POCO

Aquellos arrestos triperos que pusieron en jaque en la última media hora del primer tiempo al fondo visitante, se diluyeron por completo cuando a los ocho minutos del complemento Martínez aumentó la ventaja transitoria. En ese momento, todo el esfuerzo albiazul cayó en saco roto. El equipo había tirado toda la carne al asador, pudo aprovechar su mejor pasaje en el partido, y el segundo grito de gol riverplatense rompió por completo el partido. De allí hasta el final, Gimnasia se desdibujó por completo, se mostró impotente ante la mayor jerarquía de los de Gallardo en todos los aspectos del juego.

El equipo sintió el cimbronazo en lo anímico, dejó de creer. Evidenció el golpe de la peor manera: se dio cuenta que a esa altura del trámite, dar vuelta la historia ya era casi imposible.

La factura de ese segundo gol visitante generó más preocupación. Se trató de un pelotazo sin ton ni son, que derivó en una acción de peligro producto de la desinteligencia entre Licht y Guanini.

Auzqui puso cifras definitivas, después de una acción en la que picó en posición dudosa Alario, para habilitar al ex albirrojo, quien definió de manera certera, con absoluta soledad, sobre el caño izquierdo de Alexis Martín Arias.

El resto de los minutos estuvieron de sobra. Gimnasia no encontró la manera de producir acciones de riesgo (algo que sí había logrado en la primera parte) y River sacó el pie del acelerador. A media máquina, el Millonario ni se despeinó para sostener la ventaja sin la más mínima sensación de zozobra.

El corazón de Rinaudo y el oficio de Romero, no alcanzaron para torcer un destino que estaba marcado desde los ocho minutos de la parte final. La imagen final fue desteñida. Gimnasia fue un equipo con intenciones de no meterse atrás, pero la chapa de River, que golpeó en los momentos justos, destrozó las ilusiones locales.

Gimnasia tendrá que trabajar mucho. Y deberá hacerlo desde los cimientos, después de un ciclo como el de Alfaro que no le dejó nada más que muchas dudas y un plantel que tendrá que ser drásticamente remodelado en el próximo mercado de pases.