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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

La responsabilidad light

Por SERGIO SINAY (*)

La responsabilidad light
28 de Mayo de 2017 | 06:44
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

Nacido hace casi 81 años (el 23 de junio de 1936), Richard Bach resulta una suerte de Ícaro feliz. En la mitología griega el joven Ícaro, es hijo del arquitecto Dédalo. Ambos estaban presos en el laberinto del Minotauro, en la isla de Creta, castigados porque Dédalo entregó el secreto que permitió al héroe Teseo entrar al laberinto y matar al monstruo (cuerpo de hombre, cabeza de toro) que el rey Minos encerraba allí. Ese Minotauro era fruto de una infidelidad de la reina Pasifae, apareada con un impresionante toro blanco. Teseo cumplió su hazaña a pedido de la princesa Ariadna. Luego Dédalo y su hijo Ícaro escaparían a su vez del cautiverio gracias a un par de enormes alas que el arquitecto construyó y pegó con cera en las espaldas del muchacho. Este, fascinado con la experiencia, desconocería más tarde los límites y volaría tan alto que el sol derritió la cera, las alas se despegaron e Ícaro cayó al mar, donde se ahogó. Bach, por su parte, amó volar desde pequeño y, recibido de técnico aeronáutico, lo hizo durante toda su vida con mejor suerte que el personaje mítico. No sólo eso. También se reveló como escritor al trasladar las sensaciones y experiencias del vuelo a historias que recorrerían el mundo fascinando a millones de lectores. “Juan Salvador Gaviota”, la historia de una gaviota entregada a la realización de sus sueños, es la más conocida.

Reparar, restaurar, devolver, enmendar, curar, asistir, remediar, asumir son algunos de los verbos que podrían convertir a la responsabilidad en mucho más que una simple declamación

“La mejor forma de rehuir a la responsabilidad consiste en decir: Tengo responsabilidades”, dijo una vez Richard Bach. Sabia conclusión que podría pertenecer a su personaje alado. La responsabilidad es un valor esencial y habilitador de otros, como la libertad y la confianza. Y consiste en responder por las consecuencias de las propias acciones, más aun cuando se tiene conciencia de esas consecuencias. Y responder (de esta palabra deriva responsabilidad) significa hacerlo con hechos, con conductas, con acciones. Reparar, restaurar, devolver, enmendar, curar, asistir, remediar, asumir son algunos de los verbos que podrían convertir a la responsabilidad en mucho más que una simple declamación.

BILLETES DE JUGUETE

Abundan hoy en diferentes ámbitos, sobre todo públicos, quienes disparan con ligereza frases del tipo “Soy consciente de que lo que hice…”, “Me hago cargo de…”, “Si dañé a alguien le pido perdón”, “Reconozco que…” y abundantes variaciones sobre el mismo tema. Esas frases sobrevienen a faltas cometidas, a acciones que lastimaron a otros, a daños provocados, a omisiones graves, a mentiras descubiertas, a infidelidades de todo tipo, a valores y principios traicionados. Se las oye en boca de políticos, gobernantes, famosos, mediáticos, deportistas y hasta delincuentes y asesinos. Se pronuncian como si se tratara de un mantra absolutorio. Como si su sola enunciación tuviera el poder mágico de enaltecer a quien las dice. Y la verdad es que pretender reparar daños graves (que van desde lo físico a lo moral, pasando por lo económico y lo afectivo) con frases que simulan toma de conciencia es como ensayar el pago de una cuantiosa deuda con billetes del mítico juego llamado El Estanciero.

No es así la cosa. Se trata de reparar con acciones, de permanecer, de poner el cuerpo y el rostro, de manifestar conductas. Parchar no es reparar. Declamar no es responder. La libertad exige responsabilidad. Nadie se opone a nuestras decisiones y elecciones, pero tenemos el deber de responder por ellas. Ya decía el filoso dramaturgo, periodista y crítico social irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), autor de “Pigmalion” y “La profesión de la señora Warren”, que “la libertad supone responsabilidad y por eso la mayoría de las personas le temen tanto”. Donde se abusa de la libertad sin el ejercicio de la responsabilidad suele agonizar la confianza, que deriva directamente de ambas.

Vivimos una época en que la responsabilidad escasea y hay graves confusiones respectos de la libertad, que no consiste en hacer lo que manda el deseo inmediato, sino en elegir qué hacer, cómo hacerlo y cómo responder por las consecuencias de lo elegido, sabiendo que somos seres limitados por múltiples circunstancias, biológicas, psicológicas y sociológicas. Por supuesto, cuesta entender esto, pero al hacerlo accedemos a la madurez. De lo contrario nos desenvolvemos de modos infantiles, lo que es permitido a los niños pero resulta siempre dañino (sobre todo para otros) entre adultos.

PALABRAS SIN HECHOS

En este contexto escuchamos a futbolistas o directores técnicos que tras decir “yo no hablo de los árbitros” cargan sobre los jueces la responsabilidad (que les es propia) sobre una derrota debida al mal desempeño del equipo. Oímos a un ex gobernador que atribuye a los “nervios propios de toda mujer” la deplorable acción que él mismo propuso llevar a cabo con el embarazo de ella, y a lo cual no responde. Leemos cómo una modelo que protagoniza por enésima vez una zarzuela de infidelidades, esta vez con el futbolista padre de sus hijos, se quita públicamente responsabilidades de encima entregándose a una exótica filosofía que ofrece absoluciones y amnistías a cambio de repetir una y diez veces palabras como “Lo siento. Te amo. Perdoname. Gracias”. Un gobernante repite hasta el desgaste que sufre con el sufrimiento de sus gobernados mientras les sigue proponiendo como única reparación un venturoso porvenir que siempre está un trimestre o un semestre más allá del horizonte. Después de violar, asesinar y enterrar a su víctima un psicópata pide perdón a la familia de la chica en el caso de que los hubiera dañado. El juez que dejó libre al asesino violador escapa de su responsabilidad por la vía rápida de una licencia por estrés.

Antes de que el lector termine con esta enumeración se habrán multiplicado los ejemplos de atajos por los cuales todo tipo de personas y personajes huyen de su responsabilidad. Y no faltará el que diga, como sugiere Richard Bach, que no la puede asumir “porque tiene responsabilidades”. Todo está a la vista, los protagonistas lo hacen público, con naturalidad, como si se tratara de logros, de méritos que se les deben reconocer. Siempre hay tiempo y disponibilidad para lanzarse a seguir el llamado del deseo, del impulso, de las ganas, sin importar lo que vendrá después. Y siempre falta la responsabilidad para ese después. Como yapa, en el momento de la consecuencia acaso se termine pidiendo respeto por la privacidad y hasta por los hijos que en su momento no fueron cuidados por los propios actores del caso.

“En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”. Así escribía Viktor Frankl (1905-1997), el gran médico, psiquiatra y pensador vienés, en “El hombre en busca de sentido”, ineludible llamado a la responsabilidad y a la búsqueda del sentido de la propia vida. Encontrar la respuesta, dice Frankl, no huir de ella. Porque, en definitiva, quien cree que puede elevarse con alas artificiales más allá de las consecuencias de sus actos puede y suele terminar como Ícaro, en una dolorosa caída hacia la profundidad de la responsabilidad no honrada.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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