Los superhéroes vuelven a reírse en “Guardianes de la Galaxia”

El cine de superhéroes se ha vuelto algo demasiado serio: los millones invertidos en cada cinta precisan que cada decisión sea analizado por ejecutivos, productores y creativos, y también con los creativos, productores y ejecutivos de otros proyectos que se enlazan con los eventos de ese filme.

Todo esto, naturalmente, quita frescura a un género cuyo espíritu ha sido siempre liviano, pero que se transforma, con cada paso que da la cada vez más pesada maquinaria de Marvel, en una burbuja cada vez más hinchada.

Por tal motivo, la llegada de una secuela de “Guardianes de la Galaxia” es bienvenida en el actual panorama: la primera entrega, que apareció desde los márgenes del sistema para convertirse en un impensado éxito, recuperaba la capacidad de reírse (y de reírse de sí mismos) de la franquicia de superhéroes, y la segunda parte apuesta a ampliar ese espíritu festivo con más humor, más vértigo y el agregado sorprendente de una apuesta emocional en medio de un torbellino de chistes y destrucción inconsecuente.

“Guardianes de la Galaxia Vol. 2” no tiene, de todos modos, la anarquía de “Deadpool”, y mucho menos la gravedad de “Logan”, quizás los dos exponentes más brillantes que ha dado el western del siglo XXI. Pero vuelve a moverse con frescura y naturalidad allí donde otros (“Ant Man”, “Doctor Strange”) solo pueden intentarlo, gracias a un guión que cumple con la primera regla de una buena secuela: no intentar ser gracioso, sólo serlo.

Buena parte de esa liviandad se encuentra en el ADN de la ópera espacial, que nació al margen de la narrativa principal de Marvel y sus Vengadores y que todavía consigue sostenerse allí: un espacio donde puede jugar sin consecuencias, moverse libre de las ataduras de una anabolizada historia hilvanada a lo largo de una decena de películas.

Paradójicamente, en la posibilidad del libertinaje James Gunn, su director, sorprende al llevar a sus forajidos espaciales, entre broma y broma, entre estallido y estallido, al terreno de la gravedad emocional, anclando la película no en sus coloridas secuencias de acción sino en una algo remanida pero sorprendemente conmovedora (sobre todo en su final) trama familiar.

Russell y Stallone están cruelmente desaprovechados (¿volverán en la tercera entrega?), y el tono burbujeante aliviana la habitual acción higiénica y anabolizada de Marvel (se juega con los límites de ese cine técnicamente espectacular, emocionalmente chato y sin sangre en varias escenas, pero sin desafiar la calificación de “apta para todo público”), aunque las escenas de combates no consiguen volar ni siquiera bajo la imaginación desmesurada del siempre sorprendente Gunn; pero la pesada estructura del estudio que monopoliza la taquilla no logra evitar el triunfo de una risa autoconsciente y el entretenimiento puro de una saga que coloca en posición de pelear el puesto de “ópera espacial del siglo XXI”, lo que no es poco decir en el milenio que está viendo un renacer (muy logrado) de la Fuerza de la nostalgia de “Star Wars”.

BUENA (***1/2)