Hombros anchos

La moda es como un enorme baúl que cada tanto se da vuelta y aquello que había quedado abajo y olvidado vuelve a irrumpir en las pasarelas. Esta vez, parece que le llegó el turno a las hombreras masculinas, que de a poco resurgen en las pasarelas con tamaños exagerados y seguramente, en unos años las veremos adaptadas a los estilos urbanos. Claro que no serán usadas por cualquiera, sino por aquellos que tienen un perfil definido y se animan a más.

Pero, como todo en la moda, las hombreras tienen su historia, como muchos accesorios del vestir a lo largo de la historia. Usadas antiguamente también denotaban el poder de quien las llevaba, dijo la socióloga Susana Saulquín.

No hay necesidad de mirar hacia el pasado lejano, aquel de los reyes poderosos, como Enrique VIII de Inglaterra, quien no dudó en llevar túnicas y capuchas de espaldas generosas, que también daban fe de su fuerza y poder, como recuerda el Corriere della Sera.

Mucho más cerca en el tiempo, y si de dar vuelta el baúl se trata, el siglo XX tuvo tres décadas en las que el tamaño de los hombros masculinos insistió en sobresalir por sobre todas las cosas: los cuarenta, los cincuenta y los ochenta.

Fue en Estados Unidos, en los ‘40, cuando los afroamericanos e hispanos comenzaron a pasear por las calles el “Zoot Suit”, un conjunto con saco largo, hombros muy amplios, pantalones “ababuchados” y sombrero de ala exagerada.

Probablemente fue esa la primera vez que las minorías crearon su propio estilo, que -claro- no se ajustaba al de los blancos estadounidenses, que se resistían a ese tipo de variantes étnicas.

Fue por eso que en los años de la Segunda Guerra Mundial este estilo de vestir fue calificado como excesivamente ostentoso y poco patriota.

De hecho, entre 1942 y 1943, sobre todo en Los Ángeles, hubo cacerías punitivas contra los “Zoot Suiter” e incluso miembros de fuerzas de seguridad, organizados en bandas, atacaban a quienes vestían ese estilo.

Aun así, los propios blancos terminaron adoptando el estilo siguiendo a dos íconos de los géneros musicales en boga, jazz, swing y jive.

Esos campeones del “zoot” fueron el cantante de jazz Cab Calloway y el mexicano Germán Valdés, o “Tin Tan”, actor y cantante cuyas películas y discos generaron millones de dólares, y que mucho después sería conocido por estos lados como “Don Ramón”, el personaje del Chavo del Ocho.

Una década después la historia se repitió en el Reino Unido aunque con variaciones domésticas. Allí los sacos con hombros exagerados se convirtieron en el uniforme del “Teddy Boy” (lo que traducido sería algo así como “chico oso de peluche), jóvenes que mostraban su rebelión contra el establishment y la rigidez de clases.

Molestos por las dificultades económicas, exacerbadas por el conflicto y la rígida división de clases, los representantes de esta subcultura británica no sólo querían vestirse diferente, aunque ello también les resultara bueno.

Por lo tanto adoptaron y adaptaron algunos de los elementos de principios de siglo, como el del estilo eduardiano, en el que sobresalían los chalecos y las solapas de seda de la chaquetas.

Hablar de rebelión no es exagerado ya que el Teddy Boy eduardiano fue protagonista de la agitación, casi siempre relacionada por el alcohol, a lo que se sumaban los enfrentamientos y golpes con la policía.

Pasaron unos cuantos años hasta que las hombreras volvieron a aparecer en escena y lo hicieron en un mundo ya globalizado, en la década del hedonismo puro.