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Opinión |PUNTOS DE VISTA

Construir puentes, el gran desafío de la época

Construir puentes, el gran desafío de la época

Por PABLO JULIANO (*)

17 de Junio de 2017 | 02:28
Edición impresa

La política argentina viene signada por largos procesos de desencuentros. Con el abrazo Perón-Balbín, en 1972, los máximos referentes de la política intentaron construir un puente simbólico de diálogo y paz en una sociedad absolutamente dividida. Pero desde 1974, con la muerte del líder del movimiento peronista, en nuestro país se desató un baño de sangre. Luego de una dictadura que llevó la violación de DDHH a una escala aberrante con secuelas que aún sufrimos, en 1983, bajo el liderazgo de Raúl Alfonsín, comenzó un nuevo proceso de paz con un discurso integrador de los argentinos. El preámbulo de la Constitucional Nacional era una invitación inclusiva para todos los seres de buena voluntad. A la generación de 1983 le tocó ejercer la actividad política bajo dos consignas: la paz y la defensa de la vida.

Lamentablemente, un camino lleno de espinas en tierra de la economía hizo que la mejora en la calidad de vida para la sociedad se relegara cada vez más. Luego llegó una década donde el peronismo se transformó en menemismo, dejando una deuda social potenciada con un núcleo duro de pobreza estructural. El modelo neoliberal que el peronismo aplicó entre 1989 y 1999, no pudo torcerse en los dos años de gobierno de Fernando De la Rúa y así llegó el estallido de la “convertibilidad” en diciembre de 2001.

Desde entonces, a la fractura social se le sumó un discurso de fractura política que, desde 2003, se fue edificando como estrategia de diferenciación de todo aquel que pensara diferente. Nacía el kirchnerismo, y las consignas de las nuevas generaciones que ingresaban a la política no eran aquella defensa de la “vida y la paz”. Tanto en sus formas como en la substancia, la virulencia, que hizo que se naturalizara el mote de “enemigo”, pasó a ser una regla del discurso político que se agravó desde la llamada crisis del campo. Con Cristina Fernández de Kirchner, se pasó a una etapa que algunos llamaron de “exacerbación populista”. En los últimos 10 años se construyó un “relato” que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, hicieron propio, aun cuando la realidad mostraba de manera palmaria otra cosa muy distinta. El mecanismo de defensa que se accionaba era similar en cada problemática: la inseguridad era una sensación estimulada por los medios hegemónicos; la droga y el narcotráfico no eran problema en la Argentina; no había inflación ni crisis energética; y finalmente, la más célebre de las frases del relato: “en Alemania hay más pobres que en la Argentina”. Esta cáscara vacía, esta construcción, se derrumbó ante las cachetadas de la realidad: en la capital del “relato” a los maestros les ofrecieron un aumento del 3 %; los pobres, a quienes no se podía nombrar para no estigmatizarlos, se hicieron visibles en la crudeza del número estadístico real: 30%; el desabastecimiento energético ya no se pudo ocultar. Y la lista podría seguir.

Esta larga introducción y reflexión lleva a preguntarnos: ¿Qué proyecto de país puede sustentarse a partir de relatos que los propios líderes construyen desde la falsedad de los datos? ¿Qué generación de dirigentes tendrá la democracia si continuamos pensando el futuro de forma tan fragmentada? ¿Qué esperanza de un mañana mejor puede abrigar el pueblo si seguimos caminando en círculo dentro de la llamada “grieta”?.

Como nueva generación política no podemos mejorar el futuro si seguimos haciendo las cosas del pasado. Algo debemos cambiar.

Sería deseable que los jóvenes que abrazamos la política construyéramos nuestra visión de los problemas pensando en el futuro, no utilizando los conflictos de las generaciones anteriores como insumo.

Concentrarnos en que el pasado es experiencia que debemos leer y comprender, no adoptar como propia. La democracia debe ser en el futuro el espacio amplio donde hay lugares para confrontar ideas y también para el diálogo sobre temas comunes, que requieren de acuerdos por afectar a la sociedad toda: droga, violencia, derechos humanos, el hambre como grado extremo de la pobreza, entre otros.

Debemos asumir como generación que lo que tenemos en común es la condición de ser parte ineludible del futuro, más que del pasado. Preguntarnos y darnos respuesta a estos interrogantes: ¿Cuáles serán los trabajos del mañana? ¿Cómo preservar los recursos naturales y lograr acceso equitativo para el futuro? ¿Qué políticas podemos adoptar para disminuir los niveles de violencia dentro de la sociedad? ¿Cómo lograr que la escuela sea un lugar donde los niños se preparen para ser buenos ciudadanos?

En todas las actividades hay momentos en que las personas encuentran el lugar de intercambio de ideas, aun cuando tengan posiciones distintas. En la política todo el tiempo hay diálogos de café entre personas de distintas vertientes ideológicas. Allí, muchas veces se coincide en aspectos globales, temas que son comunes a todos, soluciones en que no hay mayores disensos. ¿Qué impide que esos diálogos se desenvuelvan en un contexto de mayor formalidad? Las mezquindades personales y las exasperadas carreras maratónicas en la disputa del poder, no hacen más que obstaculizar ese paso cualitativo que debemos dar hacia adelante. Y las Cámaras Legislativas deben estar a la altura de este desafío que nos interpela y nos necesita decididos, sin titubeos.

Como Perón y Balbín, los grandes enfrentamientos en la sociedad pueden necesitar de un gesto de arriba hacia abajo. Aquel abrazo hizo que la civilidad comenzara a “amigarse”, decía el líder Radical. Los últimos 12 años fueron un retroceso para esa idea de pacificación. La grieta debe ser superada con diálogo. No hay futuro si seguimos atrapados en una lógica que nos impide concentrarnos en los problemas de hoy y los que podríamos tener mañana.

No podemos permitirnos ser una generación más que desperdicia oportunidades, mientras el pueblo sufre frustraciones. Si no pensamos en soluciones audaces corremos el riesgo de envejecer, aun mientras sigamos siendo jóvenes.

Es hora de cerrar la grieta con diálogo generacional, y es la sociedad quien nos exige que construyamos puentes. Por eso estas palabras no se agotan en una reflexión. Mis palabras tienen toda la intención de ser una invitación.

 

(*) Presidente de la Juventud radical de la Provincia de Buenos Aires

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