Daniel Sorín: desde los mingitorios de un bar hasta la Casa Rosada

La novela negra es, esencialmente, un género de denuncia. No se pregunta tanto quién o cómo, sino que lo que importa es que el delito está allí, en la sociedad que retrata, en las instituciones, en los dirigentes y en todos los rincones a donde llega el imperio del dinero. Es decir, describe un mundo en descomposición.

En este sistema corrompido y movido por la ambición entra Damián Vives, el protagonista de Tres segundos es una eternidad, novela de Daniel Sorín. El comisario Vives fue licenciado tras un plan urdido en su contra; Vives conoce el paño porque estuvo en Narcóticos, se enfrentó con bandas que dirigían desarmaderos de autos y no le tembló el pulso cuando tuvo que señalar policías corruptos. Y este mismo Vives que se fraguó en el barro de ese mundo en descomposición se parece un poco, sin embargo, al Dupin de Poe y al Holmes de Doyle; es un erudito, escucha Mozart y toca jazz. Dice el texto: “Es abogado, habla dos idiomas extranjeros, además del latín (…), lo suyo es la deducción y la observación criminalísticas”.

Vives considera un ostracismo, una degradación su designación al frente de la oficina de “casos raros”. Él quiere otra cosa, imagina inscribir su nombre en los libros, que su labor sea materia de estudio en las academias. Esta visión lo lleva a rumiar un plan que involucrará al mismísimo presidente de la Nación. La ambición es la clave en la novela: “Todo individuo que tenga el deseo ardiente de conseguir algo, posee media batalla ganada”.

La ambición es la clave en la novela: “Todo individuo que tenga el deseo ardiente de conseguir algo, posee media batalla ganada”

La oficina de “casos raros” es un territorio abierto a “los casos excepcionales, a lo improbable, a lo que no posee antecedentes ni admite argumentos, en definitiva, a lo inverosímil”. No es raro, entonces, que a ella llegue el caso de un tipo que mea sin pudor sobre las barras de los bares de Buenos Aires. Y más allá de lo insólito de la situación, Sorín pone en primer plano una ciudad de Buenos Aires y, por extensión, una sociedad regida por el imperio del mercado, que subordina las necesidades primarias al negocio. “Buenos Aires carece y careció siempre de baños públicos”, denuncia el narrador.

Las representaciones hacia adentro de la institución policial no sólo pasan por la corrupción y la homofobia (“la homosexualidad es perdonable a condición de oculta”) sino que también muestra su faceta machista: “La sargento Veiga es suboficial y es mujer, razón por la cual no fue tenida en cuenta por las autoridades a la hora de repartir responsabilidades. (…) Una mujer es como si dijéramos un ‘subhombre’. La suboficial Veiga era, entonces, dos veces ‘sub’”.

Tres segundos… es una novela hilvanada con notable habilidad. La trama que construyó Sorín transcurre en tres planos sin que se noten las costuras: por un lado, se relatan los días de Vives en el último resquicio de la estructura policial, la oficina de “casos raros”, y su plan para salir de ese agujero; en otro plano, el narrador repone la historia de la caída en desgracia de Vives; y, en simultaneo, vamos conociendo detalles de “El caso”: Vives deberá descubrir quién y por qué mea sobre la barra de los bares de Buenos Aires. ¿Lo sabremos? Sí. Pero no será lo más importante.