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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Adicciones que no se nombran

Por SERGIO SINAY (*)

Adicciones que no se nombran
25 de Junio de 2017 | 10:42
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

Quizás muchas personas que se preocupan por el crecimiento epidémico de la drogadicción, que temen por la posibilidad de que sus hijos caigan en esas redes, que critican el avance del fenómeno y piden y esperan medidas al respecto, ignoren que ellas mismas están enredadas en una adicción. O acaso se nieguen a reconocerlo. Pero hay peligrosas adicciones que lo son, aunque no se las llame así. Es que la cuestión tiene un aspecto criminal, otro económico, otro político y, acaso el más determinante, un aspecto existencial. Y, aunque no sea el más analizado, este punto es la madre del tema.

Durante 2016, de acuerdo con información proveniente del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb) se prescribieron en el país 96 millones de recetas de psicofármacos (es decir, más de dos por habitante) y se expendieron 120 millones de envases de 30 comprimidos de esos compuestos (a razón de tres cajas por habitante). De ese total, 29.2 millones de recetas y 42 millones de envases correspondieron a inductores del sueño. Muchas de esas drogas, se informa, son recetadas con cierta ligereza por “algún médico amigo”, otras son vendidas aun sin receta por algún farmacéutico que hace “una gauchada” y otras, como el clonazepam, que no es de venta libre, se puede comprar fácil y abundantemente hasta por Internet, en donde esa venta se promociona sin inconvenientes. Con este panorama, al final del día los hipnóticos y ansiolíticos circulan y se ingieren con la misma facilidad de un caramelo a lo largo y ancho del país, e incluso con esa misma facilidad se convidan.

La cuestión tiene un aspecto criminal, otro económico, otro político y, acaso el más determinante, un aspecto existencial que, sin ser el más analizado, es la madre del tema

En una muy específica minoría de los casos hay una necesidad válida de ese consumo que, como suelen señalar los profesionales responsables, deben aplicarse a dolencias puntuales y, en general, por períodos bien determinados. En todos los demás casos se trata, y hay que decirlo así a esta altura del fenómeno, de una adicción. “En la Argentina prevalece una alta medicalización, que combina un alto consumo de medicamentos para conciliar el sueño bajo receta y una auto prescripción muy preocupante”, advirtió recientemente el jefe de Toxicología del Hospital Fernández y jefe de la cátedra de Toxicología de la UBA, doctor Carlos Damin. Las consecuencias son claras: la segunda causa por intoxicación en el país es el consumo de medicamentos, que está por encima del consumo de drogas ilegales, como la cocaína y otras sustancias sintéticas. La primera es el alcohol, otro tóxico socialmente aceptado. A diferencia de las drogas ilegales, los psicotrópicos no se esconden ni se consumen con disimulo o en la clandestinidad (tampoco se venden así, está dicho). Están en los botiquines de las casas, en los cajones de las mesitas de luz, en la cartera de las damas y los bolsillos de los caballeros. Aún no suben vendedores a ofrecerlos en los transportes públicos, pero quién sabe, quizás no falte tanto.

¿Y POR CASA COMO ANDAMOS?

Volvamos aquí a la cuestión existencial. Cuando se analiza la problemática de la drogadicción en adolescentes y jóvenes inevitablemente se habla de falta de horizontes, de valores en crisis, de ausencia de estímulos y ejemplos para encarar la búsqueda y consolidación del sentido de sus vidas. Todos esos puntos, y algunos emparentados, merecen y deben considerarse. Pero cabe una pregunta si se quiere incómoda: ¿cuántos de los adultos que diagnostican así la raíz de la drogadicción juvenil están libres de adicciones farmacológicas, aunque las justifiquen en nombre de cuestiones de salud?

En tren de hacer preguntas advienen estas: ¿qué es lo que impide dormir y mantiene ansiosos a tantos argentinos como para que el país figure a la cabeza de los consumidores mundiales de benzodiacepinas? ¿Por qué tantas personas buscan la fórmula mágica de la despreocupación en pastillas hasta el punto de no poder dormir, y acaso tampoco vivir, sin ellas? Los estudiosos de este fenómeno señalan que, en verdad, los problemas de sueño que requieren medicación son pocos. Desde hace tiempo se sabe que un gran número de auto declarados insomnes duerme más de lo que creen, puesto que desde siempre el sueño normal entre los humanos se da en etapas y su interrupción por un lapso no es una anomalía. Eso en condiciones de vida normales y, por decirlo así, “humanas”. Es decir, cuando se respetan los ritmos del organismo, que son los de la Naturaleza (el día para la acción, la noche para el reposo), cuando se lleva una vida lo más armónica posible, cuando se da a cada necesidad el tiempo y la cadencia que necesita, cuando hay conexión con la interioridad, cuando se registran las emociones y se honran los vínculos dedicándoles tiempo y espacio, cuando se reconocen los propios límites y los que imponen la vida y sus circunstancias. Cuando no se trata al propio cuerpo como un artefacto ajeno, como una mera herramienta de producción (laboral, deportiva, económica, sexual), sino como lo que es: parte indivisible de una trinidad física, psíquica y espiritual que define a nuestra identidad.

Aquellos mismos especialistas dicen que buena parte de esas condiciones están hoy ausentes, y no es difícil advertir sus razones. No hay lugar para la verdadera nocturnidad (oscuridad, silencio, retiro), en cambio se ve una frenética oferta de actividades “abiertas las 24 horas”, las pantallas de celulares, televisores y computadoras nunca se apagan (y excitan las terminaciones nerviosas que deberían calmarse rumbo al descanso), las salidas sociales o recreativas comienzan cada vez más tarde, hay voracidad por estar en todas partes, por no “perderse” nada, por tenerlo todo. Esto es imposible en términos de tiempo y ubicuidad física y lo es hasta económicamente (a menos que se desenfunde espasmódicamente la tarjeta y después haya que trabajar más horas y dormir menos para pagarla). Sin embargo, es frecuente la resistencia a aceptar la imposibilidad, el límite, y el resultado es un estado de ansiedad y excitación que quienes los padecen no conectan con su modo de vida. Simplemente corren en busca del “soma”.

RAZONES DEL BUEN SUEÑO

“Soma” se llama en la clásica novela “Un mundo feliz”, escrita en 1931 por el británico Aldous Huxley (1894-1963), la sustancia que todos toman para evitar la melancolía, el dolor, la frustración, y que mantiene a toda la población en un estado de inconsciente estupidez, al margen de la vida verdadera. En la novela es el Estado quien provee soma, porque eso le permite hacer y deshacer a sus anchas mientras la población está, como se suele decir, en Babia. La droga está en los alimentos, en el agua, en el café, en las bebidas, y a nadie le falta. Lo que si le falta a todo el mundo es aquello que Víktor Frankl definía como el sentido de su vida: vivir para algo, vivir para alguien. O como señaló el pastor escocés Thomas Chalmers en el siglo XIX: «La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar».

Es frecuente la resistencia a aceptar la imposibilidad, el límite y el resultado es un estado de ansiedad y excitación que quienes los padecen no conectan con su modo de vida. Simplemente corren en busca del soma, la sustancia que en el “Mundo feliz”, de Huxley, todos toman para evitar la melancolía

Quizás nada ayude tanto a dormir y soñar (que es también una necesidad de la psiquis) y a levantarse en las mañanas con la sensación de reposo y con un propósito, como las propuestas de Frankl y Chalmers. No hay pastilla que proporcione eso. Pero sí muchas drogas, legales e ilegales, algunas disfrazadas de medicamentos, que pueden narcotizar, pero no eliminar el insomnio existencial.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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