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“El Gran Macabro” (“Le Grand Macabre”) de György Ligeti. Dirección musical: Tito Ceccherini. Dirección de escena: Pablo Maritano. Director del Coro: Hernán Sánchez Arteaga. Escenografía e iluminación: Enrique Bordolini. Vestuario: Emilia Tambutti. Iluminación: Esteban Ivanec. Coreografía: Carlos Trunsky. Principales intérpretes: Carlos Natale, Hernán Iturralde, Savio Sperandio, Flavio Oliver, Eugenia Fuente, Constanza Díaz Falú, Patricia Cifuentes, Daniela Tabernig y Alejandra Malvino.
Un desierto negro, y un artista esperando el fin del mundo en una tierra decadente; noticieros que muestran el descontento social como telón de fondo en el palacio de las autoridades que permanecen impertérritas; un coro de voces clamando solidaridad al poder: todo, o casi todo, en la noche de estreno y final de “El Gran Macabro”, la anti-antiópera de Ligeti, parecía remitir al fuera de escena.
Claro: el concepto del arte que puede existir en sí mismo, sin remitir al afuera (el arte por el arte), se ha diluido, pero persiste como voluntad de imponerse a las condiciones cada vez más complejas para producir arte en el mundo particularmente en los teatros oficiales; también se han retirado buena parte de los mecenas que costeaban la libertad creativa (con ciertas condiciones) de los autores, y que permitían que espectáculos costosísimos como las óperas brillaran esplendorosas sobre escena. El género clásico está en crisis en el mundo entero, y la primera puesta “casi” integral de la ópera de Ligeti en Argentina, realizada anoche en el Teatro Argentino, invita a realizarse un profundo cuestionamiento sobre la importancia del arte público y su futuro en Argentina.
La conclusión sobre esta cuestión pareció unánime cuando el público se puso de pie en la Ginastera para ovacionar el esfuerzo del elenco de afrontar tan importante desafío (un estreno nacional de una ópera complejísima) desprovistos prácticamente de escenografía: el análisis de la puesta del Argentino encuentra indisolublemente atada a sus condiciones de producción, marcadas por un conflicto del Teatro con los trabajadores de los talleres, que llevan años reclamando el pase a planta y que recibieron una oferta que no los satisfizo.
El resultado fue una Breughelland, la tierra de vicio donde tiene lugar el libreto, desprovista de las imágenes de Pieter Breughel, el pintor holandés que da nombre al lugar. En lugar de la escenografía creada en los talleres del Teatro, el elenco caminó sobre una “caja negra”, matizada por algunas pantallas y muebles: una puesta “minimalista” por urgencia, alejada de la fastuosa imaginación del libreto.
Los personajes cantaron en vestuarios alquilados y el coro, en protesta a la tercerización del trabajo y en solidaridad a los trabajadores del Teatro, vistió ropa de calle, enmarcados todos por la consigna que colgaba del escenario pidiendo el pase a planta de los artesanos del subsuelo del Argentino.
Pero por sobre ese marco brilló un elenco acertadísimo a la hora de llevar adelante, en las señaladas condiciones, una obra que ofrece numerosas complicaciones al artista.
La música “no atonal” (en palabras del propio Ligeti) no les brinda los habituales apoyos a la hora de la entonación (y es también un enorme desafío para la orquesta, que una vez más cumplió con creces), y la partitura está marcada por momentos donde los gags físicos (los golpes de látigo, cachetadas, etc.) son ejecutados también desde la orquesta, en la tradición cinematográfica del slapstick, obligando a una coordinación física y musical compleja e inhabitual en la tarea de los cantantes.
Y el elenco afrontó este desafío, además, con la frescura que la macabra comicidad de la obra exige, particularmente en el caso de Hernán Iturralde (Nekrotzar), Flavio Oliver (Príncipe Go Go), Eugenia Fuente (Mescalina) y Patricia Cifuentes (Gepopo). Así, en la caja negra de la Sala Ginastera, la música juguetona y el texto vital y ácido de Ligeti, compositor de una ópera amoral de notable contemporaneidad en su retrato de la decadencia y el poder, encantaron al público a pesar de todo en su estreno nacional, y consiguieron al menos parcialmente imponerse a sus condiciones de producción gracias a un gran esfuerzo de los artistas.
Pedro Garay
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