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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Suicidio adolescente, un tema para adultos

Por SERGIO SINAY (*)

Suicidio adolescente, un tema para adultos
13 de Agosto de 2017 | 08:38
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Con esta frase contundente, abre Albert Camus (1913-1960) su ensayo “El mito de Sísifo”, una profunda reflexión sobre la vida y su sentido. Camus, periodista, novelista, dramaturgo y filósofo, hombre de enorme estatura moral entre cuyas obras se cuentan “El extranjero”, “La peste”, “Los justos”, “El hombre rebelde” y más, no dejó de explorar la respuesta a lo que consideraba una pregunta fundamental y excluyente: ¿la vida vale la pena de ser vivida?

La alumna del Colegio Nacional platense que se suicidó días atrás no solo dio su propia y dramática respuesta ante propios y extraños, ante preocupados y distraídos, ante conscientes y negadores. Esta pregunta no se elimina eludiéndola a través de múltiples atajos, como suelen ser el consumo, el aturdimiento, la búsqueda obsesiva del peligro, el dinero, el poder, tres minutos de fama, las adicciones, el placer a cualquier precio, etcétera. Nos acompaña a lo largo de nuestra existencia, se manifiesta a través de las diferentes situaciones de todo tipo que nos tocan vivir, toma diferentes formas. Está siempre presente.

EL LUGAR IMPENETRABLE

Por muchas y desesperadas vueltas que se le dé, difícilmente haya una respuesta que nos deje tranquilos ante un suicidio. Cualquiera de ellas funcionará como analgésico, aunque no eliminará las dudas más profundas. El ser humano es una criatura que se sabe finita, se angustia por ello y trata de aplacar esa inquietud fabricándose respuestas que toman, según el caso, forma de leyendas, diagnósticos, suspicacias, teorías, dogmas. Pero antes que un fenómeno social, escribía Camus, hay una estrecha relación entre el pensamiento y la historia individual y el suicidio. Nadie puede penetrar en el alma de otra persona y salir de ella con una respuesta a los actos más extremos. “Un acto como este se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra”, se lee en “El mito de Sísifo”. Pero el mismo suicida ignora a menudo que ese preparativo avanza. Algo va minando su espíritu. El suicidio es el final de un proceso, pero, apuntaba el pensador francés, “rara vez la gente se suicida por reflexión”.

Acaso no se trate de que deseen morir, sino de que no quieren vivir como viven. No lo soportan. Y no han encontrado otra manera

¿Cómo responder a la pregunta por el sentido de la vida sin que ese interrogante termine en suicidio? ¿Y por qué, específicamente, se suicida un adolescente? Cualquier respuesta terminante y taxativa a estas preguntas sería presuntuosa. Pero eso no exime de abordar la cuestión. Sobre todo cuando, como informaba este diario en su tema central del domingo anterior, 800 mil personas se suicidan cada año en el mundo (menos muertes ocasionan las guerras y los homicidios en ese lapso) y 438 adolescentes lo hicieron en el país solo en 2015. “Matarse, pensaba Camus, es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida”. O que no se la comprende, agregaba. No comprenderla sería equivalente a no haber encontrado su sentido. Haber respondido “no” a la pregunta sobre si vale la pena vivirla. Pero no es tan sencillo como reducir el tema a dos respuestas: sí o no. La mayoría de quienes abordan el interrogante existencial no llega a una conclusión terminante.

No existe forma de desligarse de la cuestión. Y hay un punto clave en ella. Camus apunta: “Quienes se suicidan suelen estar con frecuencia seguros del sentido de la vida”. ¿Qué los lleva, entonces, a terminar con la propia? Acaso no se trate de que de que deseen morir, sino de que no quieren vivir como viven. No lo soportan. Y no han encontrado otra manera. Quizás si, en lugar de decir “no quiero vivir”, pudieran hacerlo, dirían “no quiero vivir más de este modo, pero no conozco otro”. Por una ley natural, todo lo vivo aspira a vivir y tiende a ello. Pero, dice el gran pensador existencialista, “en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el ser humano se siente extraño”. Exiliado sin remedio. ¿De dónde? De la vida. Cae en el absurdo. El absurdo es la disociación entre el hombre y la vida, define en “El mito de Sísifo”. Y el suicidio una solución para el absurdo.

Camus se pregunta una y otra vez qué hacer para que la vida no se reduzca a un simple absurdo, a un parpadeo de luz entre eternidades de oscuridad. La respuesta que encuentra es explorar su sentido. En esta y en otras obras insistirá en la rebelión ante el absurdo, en crear un destino propio a través del esfuerzo cotidiano. Viktor Frankl (1905-1997), el médico y pensador austriaco que escribió “El hombre en busca de sentido” lo habría dicho con estas palabras: vivir para algo, vivir para alguien.

NI NIÑO NI ADULTO

¿Cómo se le transmite esto a un adolescente, que está atravesando un período turbulento de la vida? Su identidad está en construcción, sus sentimientos y sensaciones son cambiantes y extremos, no sabe aún quién es pero necesita saberlo. Busca con quién identificarse, una referencia. Generalmente tiene que ser alguien distinto de los padres para, de ese modo, poder diferenciarse. Está creciendo, sabe, consciente o inconscientemente, que lo espera la adultez y que, con ella, se aguarda que defina un futuro. La adolescencia es una etapa breve y de transición, una inflexión entre la infancia y la adultez (esta última es la etapa más larga de la vida). Sin embargo, al adolescente la adultez le parece ajena, lejana en el tiempo, en las experiencias, en las ideas. El mundo de los adultos lo rodea, pero ser adulto le resulta distante e inaccesible, explica el psiquiatra infantil Bernard Golse en “El caos del amor”, un estudio sobre este tramo de la vida y el papel de los padres en ella.

El propio Golse advierte que, aun cuando al adolescente le falte un tramo para ser adulto y un trabajo difícil para salir de la adolescencia, el trayecto, y lo que le espera al final del mismo, no es tentador. Ante casos trágicos como el de la chica suicida del Colegio Nacional (un emergente de tantas otras tragedias similares y continuas) se puede hablar de “grooming” (acoso a través de redes sociales), de “bullyng”, se puede culpar a series de televisión (como “Por 13 razones”), a juegos electrónicos violentos y a las mismas redes sociales. Son factores a considerar, pero acaso no los esenciales. Por detrás de todo aparecen interrogantes cruciales: ¿Qué modelos de comportamiento, de relaciones, de vida les están mostrando los adultos a los adolescentes? ¿Cómo les están transmitiendo la idea de que en la vida hay un sentido? ¿Cuáles son las conductas a través de las que se les transfieren valores? ¿Cuánta voluntad, tiempo y esfuerzo se invierte en el conocimiento del mundo adolescente, en la comprensión de lo que a los jóvenes les pasa? ¿De qué modo se los lidera en la vida, se los conecta con nociones de límite, de reglas, de normas?

Situaciones dolorosas y conmocionantes como es el suicidio, u otras formas de muertes trágicas, de un adolescente tientan a la búsqueda inmediata de culpables para calmar la propia angustia adulta. Pero quizás antes que hablar de culpas haya que pensar en responsabilidades. Y asumirlas. Una de ellas es transmitir la convicción de que la vida vale la pena ser vivida y por razones ciertas y trascendentes. Esto no se comunica con discursos, sino con modelos. Con paciencia, con tiempo, con presencia. Aunque no lo parezca, los adolescentes nos miran. Preguntémonos qué ven. Aunque la respuesta duela.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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