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Por JUAN BATTALEME (*)
Otto Von Bismarck, estadista del multipolaridad europea, señalaba que la guerra preventiva era el equivalente a “cometer un suicido por temor a la muerte”.
Esta dinámica se refleja en las tensiones entre Corea del Norte y EEUU como consecuencia del incremento y mejoras de las capacidades nucleares y misilísticas del régimen de Kim Jong Un.
Desde que la capacidad nuclear es una realidad en la península coreana, las distintas administraciones norteamericanas han optado por un amplio rango de políticas como el apaciguamiento (Bill Clinton) mediante incentivos positivos para que abandone su programa militar; sanciones y presiones limitadas (George Bush Jr.); y la llamada “paciencia estratégica” (Barack Obama) que ponía el énfasis en una negociación de largo aliento. Estas marchas y contramarchas permitieron a Corea del Norte ser actualmente un actor con capacidades militares nucleares desestabilizadoras.
La administración Trump está resuelta a ser más asertiva en sus presiones tal como reflejan las declaraciones del Presidente y del Secretario de Defensa, moderadas por el Secretario de Estado.
Saben que sus predecesores fallaron en evitar que Corea del Norte tenga un programa nuclear plenamente desarrollado, por lo tanto, el establishment de seguridad norteamericano enfrenta dos problemas: En primer lugar, las capacidades nucleares de ese país estarán disponibles a quien pueda pagarlas debilitando aún más el conjunto de instituciones que hacen a la no proliferación.
El segundo problema, se relaciona directamente con la capacidad de desarrollo efectivo de misiles intercontinentales (ICBM) y la miniaturización de la cabeza nuclear como el Taepong II, o el KN08 o KN15, que eventualmente podrán impactar en territorio de EE.UU. brindándole cierta proyección de poder militar global, y chantaje, de la cual carecía. Esta es la ventana de vulnerabilidad que la administración norteamericana quiere cerrar.
El duelo verbal de Trump contiene riesgos como consecuencia de que el posicionamiento militar de Corea del Norte se centra principalmente en el mantenimiento y seguridad del régimen. Ambos actores han hecho explicita la opción militar, lo cual puede ser de utilidad para negociar, pero también, incrementa los errores de percepción y la posibilidad de “salto al vacío” desarrollándose acciones que terminan por impulsar -en vez de des-escalar- el conflicto.
El planteo del Presidente norteamericano busca “prevenir” el incremento de sus capacidades y desarrollos posteriores que eventualmente sirvan para atacar el territorio norteamericano.
Si EE UU ataca, enfrenta la posibilidad de ver afectada su infraestructura militar en Asia y pone a Japón y Corea del Sur en la línea de fuego
De manera simultánea, esta situación incentiva al presidente de Corea del Norte a “anticipar” un eventual ataque convencional norteamericano antes de quedar inerme, contra las instalaciones Guam, base donde se asientan los Bombarderos B-52 Stratofortess y los B-1B Lancer que, junto a los B-2 Spirit, desde EE.UU. pueden ser usados para intentar desarmar con un ataque a Corea.
Como consecuencia de ello, ambos aceleran sus despliegues militares en función de la llamada “ventaja del primer golpe”.
Ambas opciones implican riesgos altos. Si EE UU ataca, enfrenta la posibilidad de ver afectada su infraestructura militar en Asia, al igual que pone a Japón, Corea del Sur y su infraestructura militar en dichos países en la línea de fuego.
A nivel regional, Corea del Norte tiene una fuerza de misiles suficiente para dañarlos sensiblemente, e indirectamente a toda la economía mundial.
Para Kim, atacar anticipadamente es el equivalente “a tirarse el templo encima”.
Es una situación que si bien no se resuelve desde lo militar, por los costos que acarrearía, tampoco da la sensación que su resolución pase por el plano diplomático.
Aceptar el nuevo status quo implica un riesgo mayor: reconocer que las políticas de lucha contra la proliferación han fracasado y que en algún punto de nuestra historia volveremos a hacer uso de las armas nucleares, suicidándonos.
(*) Director de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Fundación UADE.
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