Embajadores del arte platense

Imaginen la ciudad que le da la espalda al Río de la Plata durante los años noventa: Las torres laterales de 124 metros de altura de la Catedral todavía no existían. Manuel Moretti (Estelares) se escondía detrás de paredes de monoambientes céntricos; Guasones sumaba fechas y público de la mano de sus primeras canciones –aún sin grabar– y el denominado “Nuevo rock” vivía su despertar de la mano de Los Peligrosos Gorriones, entre otros protagonistas.

La Facultad de Bellas Artes aún no contaba con sedes de extensión y el Teatro del Lago –hoy un ruinoso paisaje en el medio del Bosque de La Plata–, aún albergaba shows en vivo. Todavía se hacían recitales e intervenciones artísticas en el playón de la Municipalidad, en El Chacal, o en el Tinto Bar. En ese lento florecer, algunos de los artistas más importantes de la ciudad comenzaban a exponer sus obras y, también, a pensar en emigrar.

¿Las razones? Un mercado artístico local pequeño y una Buenos Aires tan cercana como cerrada. Además, había disciplinas que recién comenzaban su camino como la ilustración, el grabado o el muralismo.

20 años después, algunos de esos artistas son referencia cultural en otros puntos del mundo. Roma, Barcelona, Madrid, Nueva York, Miami, todas ellas grandes metrópolis donde surgen las vanguardias artísticas y culturales, han visto crecer y desarrollarse a muchos artistas platenses que, sin embargo, nunca se olvidaron de la ciudad.

“En mis sueños, siempre estoy en La Plata. Un 70% de mis sueños están ahí. Aparece gente y personajes que nunca en mi vida volví a ver: amigos, profesores, vecinos. Pero lo extraño es eso: que siempre estoy en mi ciudad”, cuenta el pintor Pablo Contrisciani, egresado de la Facultad de Bellas Artes de La Plata e instalado en distintas ciudades del mundo como Roma, Madrid y Nueva York, desde el año 1993. La primera parada fue Barcelona aunque en la actualidad su vida está organizada en Miami, Florida.

Pablo es colorista, pertenece al movimiento pictórico llamado fauve, que crea obras tridimensionales en las que la gente participa introduciéndose en ellas. Ha expuesto en Europa y en diferentes ciudades de Estados Unidos y nunca perdió el contacto con La Plata, adonde viene a mostrar su obra, a visitar a la familia y sus amigos. Antes de desarrollar su carrera en el exterior, Pablo ya se destacaba desde su rutina como estudiante universitario en Bellas Artes. Participó en las cátedras de Pintura y Lenguaje Visual y luego realizó varios shows –así les dice él a sus muestras– en museos e instituciones de la ciudad y también en Buenos Aires, Capital.

Llueve en Miami. En realidad diluvia y las calles se anegan. Detrás de la voz de Pablo se escuchan truenos épicos y un sonido parecido al que emiten las Cataratas del Iguazú. “Todo lo que estudié lo vi en vivo por mis viajes. El centro del arte contemporáneo lo viví, está en New York. Eso me enriqueció. Los artistas son apasionados más allá de las banderas. Digo, el intercambio lo encontrás en todos lados”, dice por teléfono. “Ese enriquecimiento también me propuso un desafío como artista, para ver para qué estaba. Todos los períodos de mi carrera, los 20 años acá en Miami, por ejemplo, fueron intensos y me formaron. Me hicieron más completo”, agrega Pablo.

Además de haber formado parte de las galerías de arte más prestigiosas de Barcelona, Nueva York y Miami, Pablo desarrolló un oficio, también, como profesor e instructor. “La docencia fue como una especie de segunda carrera. Con los años se convirtió en algo importante. Soy artista e instructor de pintura, podríamos decir”.

En Miami, Contrisciani trabaja cerca de la playa. Su estudio está ubicado en un lugar que se llama Little River, muy cerca del distrito de arte de la ciudad inmortalizada en la serie que se llama Wynwood, donde hay murales muy importantes y galerías. “Se ha convertido en un lugar de arte importante. El barrio se transformó en un lugar caro y las galerías y los artistas se han ido. Un poco como SoHo New York, por eso me vine a Little River que se va a convertir en un nuevo epicentro, de hecho ya hay varias galerías nuevas”, aclara el pintor.

El estudio de Pablo tiene una parte B donde hay siete artistas más y un lugar para eventos. Se trata de un espacio alternativo, dice, que tiene mucho flujo de gente gracias a la buena prensa. Allí también da algunas clases privadas, cuenta mientras reflexiona sobre la tormenta del día anterior, siempre en perspectiva artística: “Se inundó la ciudad pero ahora está todo quieto. El agua parece como si fuera un espejo. No hay viento, los árboles están quietos. Parece que hoy es el primer día de la humanidad”.

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Mariana Chiesa sentía el aire en su cara mientras recorría en bicicleta las calles de La Plata a principios de los años noventa, época en que se formó en la Facultad de Bellas Artes. “Andaba de día y por las noches. Era una ciudad menos transitada. La recuerdo con menos autos y menos gente. Era fácil mirar hacia los lados, apreciar la arquitectura de las casas y la enorme variedad de árboles. Íbamos a casas de amigos, sin tener que llamar por teléfono antes”, rememora.

Especializada en Grabado, Chiesa se movía en el círculo de la música mientras empezaba a ganar premios, becas y reconocimiento en la ciudad y en Capital. Los fines de semana frecuentaba bares. Estuvo en el periodo del bar El taller y del Boulevard del Sol. Solía ir sola, pues siempre encontraba amigos allí sin necesidad de citas previas. Era muy amiga de Gustavo Astarita –mítico músico y artista que aún vive en Barrio Hipódromo–, iba a los conciertos de sus bandas antes de la formación de Mister América y también la inspiraban Las Canoplas y Los Peligrosos Gorriones. “Tuve la suerte de ver a Virus en su formación inicial y de asistir a los primeros conciertos de Los Redondos”, asegura.

“El oficio para mí en ese periodo era el grabado, los procesos de impresión, sus límites y posibilidades. Supongo que estaba muy ocupada en aprender, y en ese aprendizaje pretendía a su vez ir definiéndome como artista. Era rigurosa en los métodos pero intuitiva en cuanto a los conceptos y al discurso en sí. Diría que no era muy consciente del discurso artístico que estaba articulando”, explica Chiesa mientras nombra algunos maestros y referentes: Alberto Breccia (historieta), Alfredo Benavidez Bedoya (Historia del arte y Grabador) y Claudio Trotta (Grabador).

Pablo es colorista, pertenece al movimiento pictórico llamado fauve, que crea obras tridimensionales en las que la gente participa introduciéndose en ellas. Ha expuesto en Europa y en diferentes ciudades de Estados Unidos y nunca perdió el contacto con La Plata

La historia de Matías Rossi es particular porque aunque haya estudiado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP) desde siempre se sintió más cómodo en proyectos que utilizaban la información como material para crear

Entre los movimientos artísticos más destacados de Luchini en el exterior, se pueden mencionar la creación del Festival Internacional de edición independiente Ilustation, pionero en Barcelona

Chiesa vivió en Barcelona durante once años. Hizo de todo. Al principio, tuvo que trabajar de cosas que no tenían que ver con su disciplina pero que a la vez le sirvieron para seguir desarrollándose. Probó con ilustración hasta que descubrió el amor por los libros. “En Barcelona viví en un tercer piso por escalera, en un edificio donde vivían otros argentinos, el ilustrador Gusti y el escritor Dante Bertini. También por ese departamento de la sórdida calle Escudellers Blancs pasó y vivió mucha gente de La Plata. Dibujantes, artistas, músicos y diseñadores”, relata.

Respecto a su obra, Chiesa advierte que hubo muchos cambios. Por ejemplo, los formatos se achicaron, los conceptos se modificaron y el discurso también. “Pero hubo un hito”, aclara. “Vicente Ferrer de la fabulosa editorial Media Vaca de Valencia me propuso hacer un libro sobre trabajo infantil, que ilustré con linóleos y xilografías a dos tintas y es el primero como autora, ilustradora y grabadora. Allí se reunieron el oficio, la autoría y la nueva disciplina de la ilustración. Es un libro al que le di mucho tiempo y amor. Lamentablemente ninguna editorial argentina lo publicó aún. Y sin embargo recibió premios en Munich, entre otras ciudades”, cuenta. Luego, los proyectos siguieron. Migrando, otro de sus libros, dice que fue muy importante para el conocimiento de su obra.

Ahora vive en Italia y asegura que fue por amor. “Vivo en el campo, en las afueras de Bolonia. En la casa de mi compañero junto a nuestra hija Sara. Está en una colina, que para mí y viniendo de la llanura es una montaña difícil de subir. Alejada, a veces aislada, tuve que volver a manejar para poder ser autónoma nuevamente, ya que allí no llegan autobuses ni nada”, reflexiona mientras describe su nuevo hogar.

Cuenta que su casa está rodeada de castaños y que es un sitio muy frío en invierno pero bastante fresco en verano. “Lo más hermoso para mí es ver los ciervos que escurridizos se acercan al jardín o cruzan la calle a través de los agujeros que ellos mismo hacen en los alambrados”, ilustra, mientras quizás también graba en su memoria artística.

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Maximiliano Luchini dibujó desde niño. Dice que, mientras sonaba la Pantera Rosa de fondo en un pequeño televisor, él se envolvía en un trance total mientras dibujaba sin parar. “Aprendí a hacerlo con la Pantera, Bugs Bunny y Anteojito”, asegura.

Rondando los 13 años entró en el Bachillerato de Bellas Artes y continuó con un proceso de aprendizaje y exploración. “Esa época fue muy fuerte para mí, el descubrimiento fue total, porque a esa edad ver una exposición de Picasso o de Dalí y en paralelo compartir con tus amigos las revistas Metal Hurlant, la Fierro y toda publicación con esa onda que aparecían entonces, era increíble. El virus del dibujo no se me fue nunca más. Ahí pude ver que me podía ganar la vida dibujando, que era lo que más me apasionaba del mundo”, explica Luchini.

La adolescencia de Luchini en La Plata fue arrolladora. Rodeado de proyectos, lecturas y muchos amigos del ambiente artístico desarrolló un micromundo a su medida. La ilustración y las revistas de historietas siempre estuvieron muy presentes. Después de vivir un tiempo en Capital Federal y trabajar para muchas revistas como Billiken, Playboy, Az Diez, entre otras, en 1998 tomó la decisión de emigrar.

“Nos fuimos a vivir a Barcelona con mi mujer y su hija, que para entonces era también la mía. Trabajamos mucho para el mundo editorial francés, ella traduciendo y escribiendo y yo ilustrando libros y revistas. En esa época hicimos muchos viajes a París donde están muchos de los editores con los que aún hoy seguimos trabajando”, cuenta y dice que eligieron vivir en Barcelona por la cantidad de cafés que tenía, les hacía recordar a los de Buenos Aires y La Plata donde siempre iban a escribir e ilustrar.

Entre los movimientos artísticos más destacados de Luchini en el exterior, se pueden mencionar la creación del Festival Internacional de edición independiente Ilustation, pionero en Barcelona. “Allí coincidimos con gráficos de todo el mundo a los que invitamos a participar. El festival incluía exposiciones en distintas galerías de Barcelona con conciertos y workshops. El intercambio con autores de otros lugares fue constante, allí conocimos al grupo Misma de Francia que edita comics; a Biografiktion, un grupo de autores Alemanes que editan en serigrafía sus trabajo y a muchísimos autores de Barcelona”, detalla. Luchini también creó la colección Mamut Cómics, donde también publicaron autores de todo el mundo y en tres idiomas: castellano, francés y catalán. “La editorial hoy en día es una referencia importante dentro del comic infantil en España”, asegura el ilustrador.

Ahora el olor a café que tanto le gusta a Maximiliano se volvió a mezclar con el aroma de los tilos y el aire fresco del verde de la ciudad de La Plata. Volvió, pero sigue trabajando para Europa. Sin ir más lejos, está preparando una exposición para Barcelona y entregando trabajos, también, para Corea. Asegura que no dibuja tirado en el piso mientras mira la Pantera Rosa pero esos recuerdos, cada vez que vuelve a ilustrar desde esta óptica sur, lo vuelven a abrazar. “Este es mi lugar”, dice mientras siente aquellas primeras sensaciones de deslizar el lápiz en un papel.

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La historia de Matías Rossi es particular porque aunque haya estudiado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP) desde siempre se sintió más cómodo en proyectos que utilizaban la información como material para crear. En este sentido, la clave para él fue la música. “Creo que el mejor ejemplo de esto fue Planeta, la revista que hicimos entre 1995 y 1999 con Javier Belza. Tratábamos a cada número como si fuera un disco y a cada contenido como una canción”, explica. Por otro lado, también desde un principio experimentó como músico. Estuvo en proyectos compartidos con artistas como Astarita, Fabián Andrade, Facundo Lavié, Laura Piñel y Fernando Mochen.

La noche platense, en ese sentido, reforzó sus vínculos con la música. “Íbamos a ver tocar a los grupos que nos gustaban en lugares como El Tinto, El Bar, Cafetal, Bukaro, Ultra Bar, Islas Malvinas, Bellas Artes. El Tinto y El Bar fueron muy especiales para mí. Tenían cierto aura de refugio, de lugares donde, aparte de divertirnos, pasaban cosas”, recuerda desde España.

Luego de un tiempo instalado en Barcelona, y como si hubiera continuado su bohemia freak platense, fue conociendo referentes del under musical. Así terminó siendo parte de Bradien, reconocida banda pop con etiquetas como la de indietrónica. “Para mi fueron más importante las personas que el lugar. Aunque también demuestra una de las particularidades de Barcelona: es una ciudad donde es habitual coincidir con gente de otros lugares del mundo”, reflexiona desde su departamento, ubicado cerca de la Sagrada Familia, en la ciudad donde Messi hace arte con el fútbol.

Si bien la mayoría de los artistas instalados en el exterior se sienten cómodos en tierra ajena, la nostalgia es como la sal para el mar. Pablo Contrisciani recurre al artista Jodorowsky para tratar de explicarlo: “A pesar de haber extrañado muchísimo, y por eso haber vuelto en 1997 durante un año, a veces tengo momentos en que estoy en La Plata, en Plaza San Martín o Plaza Moreno, y me da la sensación que tuvo el chileno cuando regresó de su exilio: cuando camino por esas plazas siento las suelas de mis zapatos”. Mariana Chiesa dice que extraña hablar la lengua natal y Matías Rossi echa de menos a la familia y los amigos, claro, pero también un clásico platense: la muzzarella con espinacas de Carloncho, otra maravilla del arte platense lamentablemente extinguida.