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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

La gula

20 de Agosto de 2017 | 07:53
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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

La gula es el pecado capital que designa el apetito desordenado en el uso de la comida y de la bebida, es decir la búsqueda desordenada de los placeres del paladar. Sin embargo, el placer que va unido al comer no supone en sí ninguna imperfección, y el no sentirlo sería una deficiencia fisiológica; pero cuando la comida y la bebida están fuera del control de la razón y tienden al desorden son un daño para el individuo y, por eso mismo, un pecado.

San Gregorio Magno afirma que “La gula nos tienta de cinco formas: nos hace adelantar la hora, exige manjares exquisitos o preparados con excesivo cuidado, traspasa los límites de la templanza en la cantidad y despierta una voracidad sin nombre”; a lo que santo Tomás de Aquino encierra en el verso: “la gula pide comer de prisa, manjar exquisito, excesivo, con voracidad y con exagerada preparación” (II-II q 148 a 4).

Se trata de un vicio que consiste en un desorden de la concupiscencia

Se trata de un vicio que consiste principalmente en un desorden de la concupiscencia. Ahora bien, “el orden de la razón que modera las concupiscencias es doble: uno se refiere a los medios, que pueden desarreglarse y perder su correspondencia con el fin; otro se refiere al fin en sí mismo, en cuanto que la concupiscencia aleja al hombre de su fin propio. Si el desorden cometido por la gula, nos aparta del fin último, es pecado mortal; caso que se da cuando ponemos en este deleite nuestro fin último, dispuestos a despreciar el verdadero, que es Dios, y a traspasar sus mandamientos con tal de satisfacernos en aquél. Si el apetito de placer nos lleva a excesos, pero sin alcanzar la magnitud de separación del fin último, es pecado venial” (Sum. Th. II-II, q. 148 a 2).

La gula puede darse en dos especies, que son la comilona y la embriaguez. La primera consiste en comer con exceso, y la segunda en beber en demasía. Una y otra son contrarias a la templanza.

La embriaguez, quizá más frecuente que la comida excesiva, es el vicio opuesto a la sobriedad: pecado grave en su especie, como consta por lo que dice san Pablo: “que los bebedores no heredarán el Reino de Dios” (1 Cor 6, 10)

El desorden en la comida y en la bebida son delitos graves cuando se prefiere el placer a los preceptos de Dios. Así, por ejemplo, cuando se quebranta un precepto grave como el ayuno o la abstinencia, por el mero placer de comer y beber; cuando se ingiere por placer sabiendo que provoca grave daño a la salud; cuando se pierde voluntariamente el uso de la razón; cuando supone un gasto grave e injustificado de los bienes materiales; cuando se ocasiona grave escándalo con el estado que se sigue al abuso en la ingesta. Este vicio capital engendra numerosos vicios y pecados; entre ellos: la torpeza de entendimiento, la locuacidad excesiva, la ordinariez y grosería en las palabras y en los gestos, la lujuria…

Generalmente puede suponerse que quien es débil y carente de autodominio en alguno de los pecados capitales, fácilmente puede incurrir en varios o todos ellos. Dios nos ha bendecido en nuestro tiempo de peregrinos en la tierra con alimentos que son nutritivos y aun placenteros. Hemos de tener el equilibrio debido para disfrutar de todos ellos controlando nuestros apetitos y evitando que las cosas materiales nos dominen y denigren: la comida y la bebida son para el ser humano y el ser humano no es para las cosas, por buenas que sean.

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