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Séptimo Día |LITERARIAS

“Lo que me apasiona y convoca del lenguaje poético es que desafía al cuerpo”

“Lo que me apasiona y convoca del lenguaje poético es que desafía al cuerpo”

Por JUAN RAPACIOLI

20 de Agosto de 2017 | 08:03
Edición impresa

“El desvío y el daño”, nuevo libro de la poeta argentina María Malusardi, indaga en la dolorosa relación de las palabras con la experiencia de un cuerpo que se mueve en los límites del amor, el dolor y el deseo, a través de un lenguaje sostenido en el fragmento que avanza como un largo poema en busca de su propio sentido.

“La escritura es la operación donde el poema suena como un libro dentro de otro, un proceso de condensación o continuidad a través de una obra, donde reconocemos la voz lírica de esta poeta inmensa que es María Malusardi”, señala el poeta Javier Galarza en el prólogo del libro, publicado por Buenos Aires Poetry.

Malusardi (Buenos Aires, 1966) es poeta, docente, periodista y autora de libros como “El sastre”, que obtuvo la Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba; “Artista del trapecio”, “La música”, “El orfanato”, “Trilogía de la tristeza”, “Museo de postales”, “Diálogo con pescadores” y “El accidente”.

Más que una serie de poemas, el libro se puede leer como un largo poema que explora los límites del lenguaje ante los impulsos del amor y el dolor...

Especialista en la obra de Raúl Gustavo Aguirre, realizó la selección, edición y el ensayo preliminar de su “Obra poética”, publicada por Ediciones del Dock en 2015, y rescató el ensayo “Las poéticas del siglo XX”, publicado por editorial Audisea en 2016. En diálogo con Télam, la autora habló sobre el origen de su nuevo libro.

- Télam: ¿Cómo nació “El desvío y el daño”?

- María Malusardi: Todos mis libros, que son largos poemas construidos y sostenidos en el fragmento, nacen de la experiencia. No una experiencia fácilmente deducible ni decididamente narrable. Son sensaciones que surgen de hechos concretos de la vida, de la infancia, de los sueños -hechos que laceran, que interpelan, que acongojan, que ahogan- y se condensan y salen a la luz en el lenguaje, se hacen lenguaje. Y luego la experiencia se produce en y con el lenguaje, en el poema. La relación entre el desvío y el daño, concretamente, me surgió como una epifanía. Ambos van juntos, ambas instancias se requieren, se necesitan para vivir, para sostenerse en la zona más infernal de la existencia.

- T: Más que una serie de poemas, el libro se puede leer como un largo poema que explora los límites del lenguaje ante los impulsos del amor y el dolor...

- MM: Exacto. Vos lo decís muy bien, con precisión. Sólo agregaría a los impulsos del amor y del dolor, los impulsos del deseo, que complejizan la experiencia, tanto en la vida como en el lenguaje.

- T: “Un poema es mi cuerpo desbocado”, se lee en un momento del libro. ¿Es el cuerpo un límite para las posibilidades del poema?

- MM: El cuerpo es un límite rotundo. Pero sin él, como dice Lucrecio, el alma no se manifiesta. Lo que me apasiona y convoca del lenguaje poético es que desafía al cuerpo, intenta trascenderlo, lo desarma, lo abisma, pero no puede con él. Aunque tampoco el cuerpo puede con el lenguaje. Es una relación intensa y desesperante. Lo que me fascina del poema es su imposibilidad de llegar adonde quiere llegar. Sin embargo, en ese intento, el cuerpo desaparece, se derrama en el lenguaje y es por esa razón por la que un poema logra atravesarnos. Al menos esa es mi experiencia lectora. Sólo entonces hay verdad.

- T: ¿Cómo fue el trabajo de selección con la poesía de Raúl Gustavo Aguirre, “Obra poética” y “Las poéticas del siglo XX”?

- MM: El de la “Obra poética” fue un trabajo apasionante y paciente. Tipié la obra entera de Aguirre y luego trabajé desmalezando. No es una antología sino una depuración, lo cual es mucho más difícil y arriesgado, considerando que la subjetividad interviene de un modo más complejo. No pasa por lo que me gusta a mí sino por poder detectar, con la delicadeza del caso, aquellos textos que caen, que no llegan a la misma altura de los otros. Es irreverente, lo sé, pero sin esa irreverencia es imposible hacer un trabajo así. Sin embargo creo que resultó bien. Fue un trabajo vital, desbordante, bello. Y un aprendizaje enorme. Es, también, una devolución. De alguna manera continué, trabajando con y sobre su obra, lo que hizo él con tantos poetas: brindarles con generosidad, y no sin rigor, un espacio diferenciado que, en ocasiones y aún más hoy en día, está tomado y consumido por una mediocridad asentada en la necesidad desesperada y absurda de aparecer. Aguirre es pura luz y virtud en el sentido filosófico. Y en una época como ésta, en la que tanta gente trabaja más para llegar a los festivales que para escribir y arar la escritura, me parece necesario. “Las poéticas del siglo XX” es una joya. Brinda todo: enseña, emociona, embellece e interpela. El trabajo con Aguirre ha sido y es pura felicidad para mí.

- T: ¿Cuál es el aporte más importante de Aguirre a la poesía argentina?

- MM: Aguirre aportó ampliamente. Desde la apertura de su revista, invitando y traduciendo a los poetas fundamentales que hicieron escuela durante las primeras décadas del siglo XX en el mundo, e incluyendo a poetas argentinos fundamentales. “Poesía buenos aires” es una revista, aún hoy, formadora. No tiene desperdicio. Y como poeta, me parece un autor fundamental. Delicado, preciso, exquisito, necesario. Un grande.

- T: ¿Qué poesía considerás formativa y qué autores actuales te interesan?

- MM: Es una pregunta difícil porque en verdad es inabordable. Podría nombrar algunos autores que son poetas del pensamiento, en palabras de George Steiner, como Lucrecio, Zambrano, Bataille, Blanchot, Jabés y que me acompañan siempre. Luego Baudelaire, Celan, Rilke, Sachs, Tsvietáieva, Szymborska, Dickinson, Plath, Quasimodo, Montale, Ungaretti, Darwix, Amijai, Char, Bonnefoy, Joyce Mansour y toda la poesía francesa que me fascina. Y de lengua española: Quevedo, Sor Juana, Vallejo, Gonzalo Rojas, Bayley, Calveyra, Olga Orozco, Gelman, Valente, Gianuzzi.

Y me fatiga pensar cuántos poetas importantes para mí quedan fuera de esta lista arbitraria. Sí quiero remarcar, y que no queden fuera de esta entrevista, mis dos maestros y amigos, poetas vivos que considero fundamentales y medulares en la trama de la poesía argentina: Alberto Szpunberg y Paulina Vinderman. Ambos son imprescindibles. Ambas obras se imponen con una estética propia e identificable. Y ambos poetas, además, mantienen un perfil bajo sostenido en un modo de vivir con el que siento absoluta empatía. Me interesan y gustan numerosos autores y autoras, pero dar nombres es imposible porque la lista es extensa, lo cual indica que la poesía argentina es riquísima, potente y variada.’

(Télam)

 

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