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Séptimo Día |TENDENCIAS

Poesía entre copas

La “Llamada de poetas” es un hecho que sucede a partir del encuentro entre la voz y el dolor y gente que viene de todos los puntos de la Región, pero también desde otras ciudades, provincias y países

Poesía entre copas

francisco albariño

10 de Septiembre de 2017 | 07:52
Edición impresa

Por JOSE SUPERA
Escritor

Las luces enfocan las palabras. El silencio expectante. Solo ruido de botellas. Todo se confunde y difunde y transfunde entre las presencias, entre los convocados por un grito, para que haya más gritos, o susurros, porque algunos leen en susurro, la timidez les gana, como si no les quedara otra que subir al escenario y leer lo que escribieron, porque si no para qué escribieron. Van pasando uno a uno. Se sientan en la sillita frente al micrófono. Despliegan el papel que traen. Leen la poesía que escribieron. A veces leen más de una. A veces algunos se pasan de mambo y quieren seguir leyendo a perpetuidad, y entonces les avisan del costado que ya está bien. La gente necesita escribir poemas. Los poetas tienen una tristeza aurea que necesita ser devorada por otros ojos. Hay una mezcla de ego y amor y odio en lo que hacen, y ahora que están ahí, después de tanta soledad, quieren ser escuchados, quieren que guste lo que escribieron, o quizás que no guste, que repele, o las dos cosas, pero que llegue, siempre que llegue a los otros, porque si no llega a ellos, quizá no tiene sentido lo que hacen, aunque lo intenten, y lo sigan intentando a perpetuidad, hasta el último de sus días, hasta la última de sus líneas.

Llamada de poetas. Así la llaman. El poeta Vladimir Jantus Castelli la organiza. Se viene realizando desde el 2015 en nuestra ciudad. Empezó en Malisia pero después fue rotando por diferentes lugares. Hay otros ciclos de poesía en otros lugares de la ciudad con otras voces pero todas las semanas. En tiempos de odio y diferencias, el amor por la palabra, por la poesía, empieza a unir a la gente en reductos secretos o públicos, pero siempre buscando que cada uno escuche la voz del otro, la intercomunicación. La llamada de poetas no es un hecho casual. Se llama a poetas con la excusa agruparse de reunirse.

Antes de que empiece, Vladimir me contó que la llamada de poetas tiene dos partes. Una donde se convoca a los poetas que van a leer, el hecho en sí, pero después terminada la llamada, se genera un reclutamiento de poetas, un intercambio muy loco. Y me dijo que a la última llamada de poetas fueron a leer un uruguayo, una ecuatoriana y una venezolana que huyó de su país. Pero también vino gente de acá, una poeta de City Bell como Silvia Montenegro, que era odontóloga y un día dejó su profesión y se dedicó de lleno a la poesía. Y me cuenta que también se vino gente del Oeste, dos pibes que lo contactaron por Facebook y se vinieron a leer poesía un día a la noche desde Morón con toda la familia, el padre, la mujer, los hijos, todos. Vladimir lo menos que pudo fue invitarlos con dos vinos y unas empanadas.

Llegan diez pibes. Entre 25 y 30 años. Diez pibes en una mesa. Mirando a cada uno de los poetas. Ninguno pasa a leer. Miran, toman unas birras, hablan entre ellos, pero están atentos a los que leen. Después de un rato se van.

Después de que concurra la llamada nos vamos a tomar una birra más y me va a contar que organizar la Llamada de poetas es difícil, porque tenés que estar gestionando el lugar, llamando a un poeta, a otro; que tu mujer te putee porque cada vez que la hacés perdés plata. Les pide a los invitados que le diseñen el flyer, me pone un ejemplo Vladimir, que también dice que en las llamadas se da una cosa de mística, algo de comunión y hermandad. Rosa Cantero es una abuela que lee poemas porno. Ella va siempre. En una llamada, como es una señora de ochenta años y vive en Berazategui, se tuvo que tomar un remís un sábado a la noche porque quería estar. Así es la cosa que se genera con esto. Lo que más interesa de la llamada es la diversidad: que el que pasa al escenario a leer después, sea distinto en todo al que leyó antes.

Algunos de los poetas que pasan al frente son consagrados. Los nombran. Son muchos nombres. Me enfoco en la birra artesanal que estoy tomando, pero también me enfoco en las palabras. Muchas salen con dolor. Aunque a veces el dolor se mezcle con el Yo, que por momentos es ganado por el Superyó.

Uno los ve pasar entre birras y vinos y empanadas. Una mujer de minifalda y zapatos con plataforma lee poemas que salen de una amargura tanguera. Una estudiante de veinte años parece explotar, o más que nada implosionar, o primero implosionar para después explotar, porque primero la voz siempre pregunta hacia adentro y después sale hacia afuera en forma de lo que sea, en este momento que miro, de poesía. Lee un poeta curtido por el vino y la vejez. Lee con una angustia preciosa. Después lee una mexicana, otras personas de acá, leen muchos, me voy perdiendo entre voces, en un momento estoy mirando un papel, la luz me da sobre la cara, toda la gente ahí adelante. Tomo aire llenando mis pulmones, abro la boca. Hablo.

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