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La Ciudad |Un recorrido por las librerias historicas de La Plata

Entre torres de papel

Desde locales que son parte de la ciudad, comercios centenarios y viajes en el tiempo, el circuito de librerías de la ciudad se consolida como uno de los más entrañables del país

Entre torres de papel

Rayuela: María Rosa Bordagaray, Elisabeth Pintus y sus dos hijas, Ana y Guadalupe Gómez Pintus dirigen Rayuela, una librería inquieta, siempre llena de nuevos proyectos - Sebastian Casali

Por Matias Julian Angelini

23 de Septiembre de 2017 | 04:26
Edición impresa

Entrar al local, pasear entre las estanterías y sentir ese aroma a papel nuevo, puro, para muchos es un placer comparable con degustar un vino bien añejo, escuchar en vivo un concierto de música o ver ganar al club de sus amores. Sopesarlo en las manos, adorar la textura de una edición de lujo o festejar, al fin, la de bolsillo que tanto esperábamos, nada de eso se experimenta con el e-book aunque cada vez estemos más acostumbrados a leer en pantallas. Para los fanáticos de los libros, La Plata alberga a míticas librerías, algunas reconocidas en todo el país.

DE empleados A dueños

La esquina de 5 y diagonal 80 se tiñe de un verde que es parte del espíritu de la ciudad: la esquina de la Librería Atenea. Un español llamado Buenaventura Gómez Alcázar, bonvivant y soltero empedernido, la fundó en 1923 y supo ayudar a muchos estudiantes con materiales que necesitaban. Poseedor de una Harley Davidson, adquirió fama en sus habituales paseos dominicales. La anécdota cuenta que en un viaje por América, se enamoró de una colombiana que lo tuvo a mal traer, yendo y viniendo por un tiempo.

La librería fue fundaba junto a varios socios y Gómez Alcázar se encargó de irles comprando la parte a cada uno hasta que quedó solo. En 1949 entra como empleado Héctor Alonso, quien junto a Gaspari, otro empleado, se hacen cargo del negocio en 1965, con la muerte de Gómez Alcázar.

Atenea tiene la peculiaridad de pasar de dueños a empleados, no como en la mayoría de los casos, que se heredan de padres a hijos. En 1987 y 1992 ingresan como empleados Javier Ringuelet y Eduardo Fuertes, respectivamente. “En 2008, Alonso dice basta para mí y nos ofrece la venta de la librería, nosotros aceptamos, la compramos y del 2009 hasta el día de hoy somos los dueños”, cuenta a El Día Ringuelet.

La librería se mantuvo en su local original hasta 2004 cuando por cuestiones de costos debió mudarse. “No se nos pasaba por la cabeza regresar al local histórico hasta que la inquilina anterior puso ‘Cierre definitivo’”, cuenta, “entonces hablamos con los dueños y rápidamente nos pusimos de acuerdo. Parece ser que a ellos les gustaba la idea de que volviéramos”.

En septiembre de 2015 Atenea regresó a su lugar en la ciudad. La mudanza ayudó a depurar el concepto de libros que ofrecían. Antes había muchos textos de exactas, física, matemáticas, algo de medicina. “Ahora sumamos cómics y novelas gráficas. Mi socio es un coleccionista. Sabe un montón. Incorporamos mucho cine y música, y agregamos una sección de infantiles que antes no ofrecíamos. Teníamos cosas muy viejas que fueron perdiendo valor para nosotros. Muchas cosas se las dimos a Don Cipriano, una librería de usados”, relata.

“Fue muy emocionante volver acá”.

Alonso falleció en abril de este año, con 90 años y buena parte de las historias de Librería Atenea se fueron con él. Durante mediados del siglo pasado fue visitada por personajes como Ernesto Sábato, Manuel Puig o Benito Lynch, al punto que la gente usaba a la librería como punto de referencia en la ciudad. “Estoy en tal lugar, a tres cuadras de Atenea”, rezaba el GPS voceado de la época.

ENTRE TORRES DE PAPEL AMARILLO

Entrar a Libros Lenzi es lo más cercano que tenemos a viajar en el tiempo. Entre lomos de libros marrones, estanterías altísimas y muchísimo papel amarillo ajado por los años, aparece una librería que encontró en los usados su quimera.

Mario Lenzi nació en Río Gallegos y es hijo del escritor y periodista Juan Hilarión Lenzi, narrador de historias de la Patagonia argentina. En la vidriera hay un libro colgado. ‘El túnel’ fue adquirido por un cliente el 5 de noviembre de 1981 y se convirtió en el primer ejemplar vendido por Libros Lenzi, la mítica librería que lleva casi 40 años en la ciudad.

“Yo estaba trabajando en otra librería con mi cuñado acá en La Plata. Hubo unas diferencias y me echaron. Así que me puse a buscar local en Buenos Aires con mi mujer. Nos caminamos toda la ciudad y no encontramos nada interesante y en buen precio. Entonces, un familiar me dice, ¿por qué no en La Plata? Yo, como decía el Genera,l ´de la casa al trabajo y del trabajo a la casa´. No conocía nada la ciudad. Me perdía. Hasta que me hicieron un plano para moverme y empecé a entender. Ahí empezamos, de a poquito”, repasa Lenzi.

Al principio alquilaron, y con el tiempo pudieron comprar. “Empecé a comprar libros, algunos había guardado de la dictadura que mi cuñado hacía autocensura. Recuerdo dos tomos de la vida de Sandino o un libro que tenía al Che en la tapa. Cuándo lo empecé a chusmear me di cuenta de que estaba en inglés y era en contra del Che. Era gracioso”, se divierte.

En esa época no había catálogos, ni internet, no había nada. Y de lo que no se sabía, había que inventar el precio. Al tiempo, un gran amigo de Mario y librero de primera – el mejor de la ciudad para algunos – Eduardo Butti de Juvenilia, lo empezó a ayudar. Cuando tenía alguna obra interesante iba y lo consultaba. Libros Lenzi fue creciendo. “Hace cuatro años mi mujer dejó de venir y llegó Gabriel, un empleado que va a ser un gran librero. Es joven y tiene la cabeza abierta. La mía se cerró hace rato”, ríe el dueño.

Con el negocio, no se hizo rico ni mucho menos. “Nunca pude tener casa, siempre alquilé. No me molestó. Con la plata que teníamos guardada compramos el local. Mi viejo falleció y a los dos años mi madre se ganó el Prode. Lo usó para comprarse un departamento muy lindo en Av. Santa Fe y Pueyrredón, en Buenos Aires. Yo la jodo a mi mujer con que se juegue uno cuando me muera”, humorea Lenzi.

“Laburo más de lo que leo. Un día entra un pibe al local y dice: esto va a desaparecer. Yo le respondí que los libros no mueren nunca. La tecnología no es tanta competencia por el libro sino por el tiempo. Las pantallas nos roban mucho tiempo. Un día un vendedor de Sudamericana me dijo: fijate que cuando llevan el libro entre los brazos contra el pecho es porque se lo llevan. A los dos días me pasó exactamente eso. Los libros son muy lindos”, sintetiza con pasión Mario Lenzi.

MERCADO CONTRA eL LIBRO

Están los libreros a quiénes les interesan los libros sólo como negocio. Los libros son una mercancía, pero no son una mercancía común. Cada contenido es único. La dirección que están tomando las librerías en el mundo tienden a la concentración en las grandes cadenas. El ejemplo es la librería tipo supermercado. Hay cosas que el librero chico o mediano no puede enfrentar.

Raul Campañaro es el dueño de la librería De la campana. Junto a un grupo de gente lograron abrir un pequeño sello editorial independiente llamado como la misma librería. Con la experiencia generada por este trabajo, Campañaro analiza: “en Argentina hay una triple concentración: en la materia prima, es decir en el papel y la cartulina; la gran concentración editorial; y la distribución. El 70% de los libros que producen en el país son de dos grupos editoriales solamente, y a su vez el 70% de los libros vendidos en el país, a nivel volumen, son vendidos por 200 librerías que pertenecen a medianas y grandes cadenas”.

Los libros en algunas editoriales tienen plazo de obsolescencia. ¿Cuál es el plazo de obsolescencia de Shakespare, Hemingway o de Borges para no irse tan atrás? Respuesta: Libro que no vende cierta cantidad en dos años va a la mesa de saldos. Incluso con algunos autores que por contrato tienen prohibido ir a mesa de saldo, es más económico para la editorial destruir el libro que almacenarlo en buenas condiciones. Se elige eliminarlo, antes que donarlo, paradojas de la irracionalidad mercantilista.

LITERATURA DIVINO TESORO

De la campana surge como una librería del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades. “En un momento el decanato decidió comenzar a administrarla y nos quedábamos sin trabajo. Decidimos alquilar un local. Cuando abrimos, pusimos una estantería atravesando el local a los seis metros de distancia. Teníamos tan pocos libros que no llenábamos ni un tercio del espacio. Nuestro crecimiento se medía en el retroceso de esa estantería”, recuerda entre risas Campañaro. La librería abrió el 8 de julio de 1991.

Un profesor de rugby de Humanidades que daba clase en Educación Física nos dice: traigan un libro sobre minirugby que yo se lo voy a recomendar a los alumnos y como es un libro muy barato lo van a comprar. Dijimos bárbaro y compramos 30 ejemplares de ‘Iniciación al rugby y minirugby’ de los cuales, cuatro años después cuando abrimos el local, teníamos 27. Cuando armamos la vidriera rellenamos con lo que teníamos. El primer libro que vendió De la Campana fue ‘Iniciación al rugby y minirugby’. Se lo llevó una abuela para su nieto.

En Argentina, Uruguay y Chile aún hay un arraigo fuerte al libro. Sólo en Argentina hay 700 librerías. Buenos Aires tiene 25 librerías cada 100 mil habitantes, lo que la convierte en la capital con más librerías per cápita del mundo. La escoltan Hong Kong con 22, y Madrid con 16.

ALGO NORMAL EN LA CIUDAD

La Plata puede agregar a su lista de grandes orgullos la medalla de poseer entre sus calles a la librería más antigua del país y una de las más antiguas en todo el mundo. La Normal Libros fue fundada un 9 de marzo de 1892 – diez años después de la fundación de la ciudad – por Martín García, un inmigrante español que trabajaba como maestro en el Colegio Hispano-Argentino. La librería estaba situada en calle 8 entre 57 y 58. En esa cuadra funcionaba la Escuela Normal Popular, de donde proviene el nombre.

Pero para que un comercio y sobre todo una librería pueda decir que sobrevivió 125 años de historia argentina (como si fuera poco), hay que considerar quienes sostuvieron el timón durante tanto tiempo. Y estos paladines en la actualidad son Jorge García y su hijo Jorge Octavio García Abdelnur, tercera y cuarta generación de libreros que mantienen vivo el fuego sagrado que supieron conseguir sus antepasados.

Mientras discuten fechas y años de hechos importantes, los García destilan algo en común: un profundo interés por la historia familiar y por el legado. “Hay una librería en Buenos Aires que dice que es la más antigua, pero estuvo cerrada un montón de tiempo, cambió varias veces de dueño. Nosotros nunca cerramos y nos caracterizamos porque siempre se mantuvo en la familia”, cuenta orgulloso Jorge García hijo, acodado en un sillón a la izquierda de su padre.

Más allá de su antigüedad, lo que distingue a La Normal Libros es su vanguardismo. Los García siempre tienen un ojo en el futuro, observando qué pueden sumar al negocio que los mantenga más allá. Fueron los primeros en utilizar códigos de barra en sus productos, los primeros en catalogar todos sus libros de forma digital y también fueron los primeros en tener una computadora en un local. Jorge García padre tuve varios años atrás una idea novedosa: poner todos los títulos del lado de la tapa para que siempre se puedan apreciar las portadas. Renovador para lo que se acostumbra en casi todas las librerías que conocemos.

La visión que tiene La Normal trasciende lo administrativo y lo comercial. Fueron los primeros en apadrinar el club de fans de Harry Potter, en la época previa a la salida de las películas. “Yo veía que los chicos pasaban por enfrente de la librería y la esquivaban. Eso no me gustaba para nada. Cuando vinieron los nenes con la idea del club de fans me pareció genial”, cuenta lleno de entusiasmo García hijo, y agrega: “Quería que los chicos no se olviden más de la librería. Mandé a hacer gigantografías, puse humo de esos de fiestas para simular el tren de la plataforma 9 ¾ con sonido típico. Disfraces para todos. Los nenes estaban encantados”.

Casi todos los colegios de La Plata y la zona hicieron el taller de Harry Potter que ofrecía la librería. “Hoy muchos chicos ya adultos vienen y dicen que estuvieron acá y la pasaron genial. Eso me llena de orgullo”.

TIERRA DE MUJERES

“Rayuela nació en el patio de una escuela”, cuenta Elisabeth Pintus, una de las dueñas de la librería ubicada en 44, entre 6 y Plaza Italia. Pintus, nacida y criada por dos maestras, junto a su marido, Raúl Gómez y María Rosa Bordagaray- concretaron su afán por darle un espacio a la literatura infantil en un tiempo donde no circulaba tanto. De allí, el nombre. “Le pusimos Rayuela en una referencia clara a la novela de Julio Cortázar, pero también nos decidimos por este nombre porque queríamos que fuera relacionado automáticamente con los chicos”, cuenta Pintus con mirada amorosa, curada en sus años de docencia. La librería tiene pintada en su vereda de la calle 44 una rayuela de colores donde a veces se ve saltar a chicos, y no tanto.

“Nosotras como maestras siempre estábamos en la búsqueda de material para leerles a los alumnos. Y en ese buscar, yo estaba casada con un librero de ‘Juvenilia’. Junto a mi socia pensamos: ¿por qué no abrir una librería infantil?”, recuerda Pintus. Y se hizo real. Con su apertura en 1991, Rayuela se convirtió en una de las primeras y únicas librerías para chicos del país.

El mercado editorial de estos títulos era muy escaso por aquellos días. Comenzando con un pequeño local frente a Plaza Italia, Rayuela nunca dejó de crecer. Obligada a ampliar su repertorio a literatura en general, siempre mantuvo la impronta del texto infantil. “Es mentira que los chicos no leen. Por ahí cuesta más trabajo, pero siempre que haya una familia lectora, los chicos se suman”, resalta la docente, hoy jubilada.

Rayuela es una tierra incansable de proyectos e iniciativas. La librería organiza todos los primeros viernes de cada mes un ‘CuentoEncuentro’ donde se leen cuentos infantiles con una asistencia ejemplar de casi cien niños. También se lee para adultos los terceros viernes de cada mes. “Estamos siempre pensando en cosas nuevas que sean creativas y que nos diferencien”, sostiene orgullosa Pintus.

“Rayuela siempre fue dirigido por mujeres y lo decimos con mucho gusto, porque siempre es un esfuerzo más”. Raúl Gómez falleció hace cinco años y su parte fue heredada por las hijas del matrimonio, Guadalupe y Ana. Juntas dirigen una librería importante con diecinueve empleados y planifican la mudanza a un nuevo local propio a media cuadra del actual, frente a la plaza.

Es curioso que la palabra ‘libro’ no tenga un sinónimo. Y tal vez sea porque para los amantes del libro, los puristas y fetichistas que disfrutan al ver sus bibliotecas perfectamente ordenadas – con sus libros jamás subrayados con birome –, el vínculo generado sea imposible de describir. Como con todas las cosas que amamos. Tal vez sepamos algunas de las razones que dan origen a ese amor, pero nunca todas. Duele prestarlos y cada vez que pasamos por alguna librería nos detenemos a mirar atentos, a encontrar una nueva joya a sumar, recordando que ese dinero debería destinarse, seguro, a algo más urgente. Pero sin embargo nos gana la pulsión. ¡Larga vida al libro!

 

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Rayuela: María Rosa Bordagaray, Elisabeth Pintus y sus dos hijas, Ana y Guadalupe Gómez Pintus dirigen Rayuela, una librería inquieta, siempre llena de nuevos proyectos - Sebastian Casali

Lenzi: Hace 36 años, Mario Lenzi fundó la librería en honor a su padre escritor y periodista. - gonzalo mainoldi

De la campana: Hugo Campañaro, luego de quedarse sin trabajo en la Facultad de Humanidades, decidió junto a unos amigos fundar una librería. De la campana hoy tiene 25 años y abrió un pequeño sello editorial. - dolores ripoll

Atenea: De empleados a dueños, Javier Ringuelet y Eduardo Fuertes hoy dirigen Atenea, una de las librerías más antiguas de la ciudad. - Sebastian Casali

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