Detrás de las burbujas del champán

El espectador está incómodo. No sabe si reírse o no, es cierto, pero es más que eso: hay algo dentro suyo, no muy claro al momento de ver la película, que como una luz parpadeante de un modem es difícil saber qué significa, pero está claro que es un aviso. Un aviso de que quizás reírse implique burlarse no de los personajes de “Los ganadores”, el documental de Néstor Frenkel que se muestra hoy en el FESAALP, sino de uno mismo, de sus deseos de reconocimiento, de sus ambiciones de éxito.

El trabajo retrata la trastienda de una serie de entregas de premios realizada en Buenos Aires, un mundo antiheroico que trasciende lo bizarro al encontrarse en pleno rodaje con situaciones ocultas detrás de escena. Y sin embargo, esa peripecia, señala Frenkel en diálogo con EL DIA, no está en el corazón de la película.

“No me parece que ese es el nudo de la cuestión, como si la película fuera un documental de investigación que descubre un costado oscuro… En un punto es un detalle menor, yo siento que todos los premios son igual de inventados, no hay una diferencia esencial entre el Oscar y el Estampas de Buenos Aires: es gente, que necesita afecto, que se reúne a festejarse con alguna excusa, que hay algo que tiene que ver con un intercambio monetario que a veces es más evidente, donde se notan más los hilos, y a veces es algo mucho mejor orquestado y con mucho más prestigio, donde es muy difícil filmar esos entretelones. En un premio más simple es todo más transparente, pero en esencia es lo mismo: se trata de la necesidad de sentirse reconocidos, útiles, valorados, queridos”, explica.

Frenkel, uno de los documentalistas más valiosos de la actualidad, vuelve a hacer gala de su empatía para las criaturas mundanas que retrata y los mundos maravillosos que ocultan: el realizador de “El gran simulador”, mágico filme sobre René Lavand, y descubrió el mundo de las entregas de premios “de casualidad”, a través de otro objeto de sus filmes, Jorge Mario, protagonista de la memorable “Amateur”.

Habitante de Concordia, el personaje de aquella película había recibido varios premios por su programa de radio y, cuando años tras el filme volvió a Buenos Aires para recibir otro galardón, la buena relación que sostenía con su documentalista ameritó un aviso. Frenkel lo encontró en la entrega de premios porque “venía solo por el día, el encuentro fue ahí” y, confrontado con ese mar de gente esperando su estatuilla, “me impactó estar en ese lugar, me afectó de diversas maneras”.

Y ahí nomás imaginó una película “con su curva dramática” de acuerdo a sus propias reacciones: “De entrada me conecté con lo raro, con lo diferente, pero luego fui conectando con lo que había, con lo que sucedía. Me pareció algo curioso, desconocido, inimaginable, y después con el rato me fue pareciendo algo lógico, natural”, relata. Un año después llegaba a la siguiente edición de la entrega con sus cámaras.

El mismo vaivén emocional que sintió Frenkel confrontado con la situación es el que atraviesa el espectador, atraído primero por el humor, ese aspecto casi kitsch de este submundo de los premios menos que prestigiosos. Luego, empieza a percibir algo alegórico, sobre todos los premios, sobre el éxito, sobre el mundo y, más importante, sobre sí mismo.

“Es uno de mis trabajos que más interpela en ese sentido, y en diferentes niveles: hay un plano del espectador con la película, ‘me río, no me río, está bien que me ría’; y también te interpela ante los propios logros, y tus deseos, y cómo se para cada uno ante la idea de ser premiados, y de merecer premios, y de qué premios son válidos; y además hay un plano del espectador conmigo, donde la audiencia pensará ‘a este tipo qué le pasa, es un cínico, es un loco, es un mal tipo… o me está mostrando algo desconocido’”, dice entre risas el cineasta, y debido a esta montaña rusa, afirma, es una película “para ser vista en conjunto”: la chance será esta noche, a las 20 en la Sala Polivalente, con entrada libre y gratuita, cuando la cinta entre en competencia, paradójicamente, en el FESAALP.

La misma paradoja atraviesa la película en cada festival: presentada en Mar del Plata, “hasta gané un premio, ¡y tuve que dar un discurso y todo!”, dice risueño Frenkel, que incluyó el Astor junto a los galardones que aparecen en su filme en el afiche de la película.

“Es que no es un tema que yo haya superado, no me paro afuera: me gusta que me den un premio, lo disfruto, no me es indiferente, no me parece que sean basura. Pero es un tema que me toca, claro, obviamente”, explica, y valora esta “flexibilidad” del filme, esa aparente contradicción que indica la ausencia de dogmatismos.

Y que tiene que ver, en definitiva, con el modo en que ve el mundo Frenkel, reflejado en la comedia tierna y desternillante de su obra: “No es que ando riéndome de todo, pero si mi mirada está teñida de humor, primero sobre mí mismo, no es que me veo como alguien importante y del resto me río. Así me relaciono con mi familia, con mi trabajo, creo que la solemnidad y la corrección política son algunos de los grandes males de estas épocas y están tallando muy fuerte en la construcción de la forma de ser del humano de hoy y contra eso batallo casi inconscientemente, me sale naturalmente quitarle solemnidad a las cosas y reírme un poco de todo”, afirma.

Quizás esa apertura sea el arma secreta que permite a sus personajes confesarse y mostrarse naturales en cámara. Un arma desconocida hasta para él, que afirma no tener un método para entrevistar más allá de “nunca exigirle al otro más de lo que quiere dar, jugar de visitante, poner la cámara y jugar al juego del otro”.Mientras sigue mostrando “Los ganadores”, Frenkel prepara un documental sobre los hombres que se visten de Papá Noel en la temporada navideña, y avisa que probablemente ya no vuelva a probar ficción (hace más de una década filmó “Vida en Marte”).

“El documental tiene más que ver conmigo, me gusta el lugar en el que me pone en el momento mismo de trabajar, me gusta trabajar con poca gente, me gusta más mirar el mundo que crear el mundo”, dice, y la posproducción, en soledad, en su casa, también lo seduce mucho más. “Estoy cómodo así, aunque quizás algún día tenga ganas de estar menos cómodo y me busque una incomodidad por ese lado”.

Frenkel acepta que ser documentalista en Argentina esconde, sin embargo, dificultades profundas: “Claramente uno está jugando en Primera D, no entrás en ninguna gran liga de éxito, de glamour. Cuando me preguntan de qué trabajo y digo que dirijo cine, me empiezan a mirar con cara de ‘sos amigo de Darín’, y entonces aclaro que hago documentales… y dejo de importar enseguida”.

“Pero”, avisa, “también es un beneficio, no precisar de ciertos intercambios con los grandes presupuestos y con las grandes pretensiones de éxito y de taquilla. Uno juega en una categoría chiquita y aunque trabajamos de manera profesional, disfruto de cierto costado amateur. Los resultados me dejan contento artísticamente, y económicamente, aunque ninguna película me va a cambiar la vida, las cosas se hacen, se van haciendo”.