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Séptimo Día |La Iglesia de hoy

Ser sal... ser luz...

14 de Enero de 2018 | 03:01
Edición impresa

Dr. Jose Luis Kaufman
Monseñor 

 

Queridos hermanos y hermanas

En el célebre “Sermón de la montaña” Jesús propone como el fundamento del Reino de los Cielos y, después de enunciar las Bienaventuranzas, pronuncia una sentencia de capital importancia: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los humanos. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los seres humanos la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5, 13-16).

En tiempos de Jesús, como ahora, se constata una gran corrupción, ante todo por el pecado - que es la causa de toda corrupción - y el Señor tiene suficientes agallas para denunciar la situación con claridad y sin componendas ni descuentos. Pero, todo pecado puede - ¡y debe! - ser sanado por la conversión honesta y permanente de cada varón y de cada mujer, para lo cual nunca faltará la divina Misericordia.

Para que la conversión de los seres humanos sea efectiva, el Evangelio ofrece los caminos adecuados y más seguros. Entre ellos, exhorta que cada uno sea sal de la tierra y luz del mundo.

Ser sal equivale a prevenir la corrupción y dar buen sabor a todas las cosas. Al respecto, en una de sus homilías sobre san Mateo, san Juan Crisóstomo afirma, entre otras cosas: “… Jesús enseña que todos los seres humanos han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello, exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias… De nada sirve echar sal a lo que ya está podrido. Su labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y conservar, así, lo que el Señor había antes renovado y liberado de la fetidez… En efecto, si los otros han perdido su sabor, pueden recuperarlo por el servicio de ustedes, pero si son ustedes los que se tornan insípidos, arrastrarán también a los demás a la perdición… Para que no teman lanzarse al combate, al oír aquellas: “Cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo”, les dice de modo equivalente: ‘Si no están dispuestos a tales cosas, en vano han sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra ustedes, sino la simulación de parte de ustedes; entonces sí que perderán el sabor y serán pisoteados. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por lo tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada los perjudican…’.” (Sermón 15).

El mensaje es palmario: ser coherentes con el Evangelio, cueste lo que costare, sin temor a ser despreciados o rechazados, pero manteniendo en nosotros el vigor de sal para ser útiles, evitando la corrupción y dando sentido a la existencia.

De modo semejante, “ser luz”, es decir iluminar con el mensaje del Evangelio la propia vida y la de los demás, a fin de que todos rechacen el mal en cualquiera de sus formas, para alcanzar una vida de honestidad, sinceridad, verdad, justicia, amor…

Los cristianos hemos sido constituidos por el mismo Jesús en sal de la tierra y luz del mundo, sin límites, hasta el último rincón, en todas partes.

¡Sólo es necesario tener el coraje de dar una respuesta afirmativa de total disponibilidad, “a fin de que Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28).

“Ser luz”, es decir iluminar con el mensaje del Evangelio la propia vida y la de los demás, a fin de que todos rechacen el mal en cualquiera de sus formas

 

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