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La Ciudad |Juntarse a bailar, una “terapia” y un “cable a tierra” en épocas de encierro

Milonga con barbijo: el tango y la plaza hacen “buena yunta”

En días de COVID-19, cada miércoles, al caer la noche, un sector de la Plaza Malvinas se convierte en una inmensa pista para despuntar la pasión del 2x4. Historias milongueras

Milonga con barbijo: el tango y la plaza hacen “buena yunta”

Al ritmo del dos por cuatro. Por la pandemia hay menos milongas, por eso empezaron a bailar en la plaza/g.c

MÓNICA PÉREZ
MÓNICA PÉREZ

31 de Enero de 2021 | 04:19
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“Barrio plateado por la luna, rumores de milonga es toda tu fortuna”, como esos versos de “Melodía de arrabal”, cada miércoles al caer la noche, un sector de la plaza Islas Malvinas se transforma en una inmensa pista para unas quince parejas que durante casi un año dejaron de bailar tango por la cuarentena.

A la fuerza, la pandemia alejó a los tangueros de las milongas hasta que, hace unos tres meses, alguien propuso pedir permiso a las autoridades y montar una vez por semana un equipo de sonido en la plaza San Martín para bailar en la Glorieta. La convocatoria, coordinada por Elizabeth Arone, reconocida como el alma máter del grupo, fue tan exitosa que tuvieron que mudarse a la Plaza Malvinas en busca de mayor espacio.

Enrique Santos Discépolo, uno de los máximos poetas del género, definió al tango como «un pensamiento triste que se baila». En la misma línea, José Celi, otro bailarín de los miércoles, asegura: “El ambiente del tango es muy serio y muy pasional”.

Fue casi un año sin milongas, pero ahora él, junto a Mabel Mérida, su pareja, es parte de los que disfrutan de apropiarse algunas horas de ese espacio para compartir la pasión por la música ciudadana.

En el grupo hay hombres y mujeres de 40 años en adelante y todos cuentan con tapabocas, alcohol en gel, reposeras para los intervalos y heladeras. Algunos también llevan sus zapatos de baile.

“Los tacos de tango nunca pisan la calle”, asegura Mabel para aclarar por qué, aunque estén en una plaza, muchas mujeres se cambian de calzado y dejan las zapatillas a un lado para dibujar cortes y quebradas con sus zapatos de taco.

Todos se conocen, pero es raro ver a los bailarines charlar durante mucho tiempo con otras parejas. La consigna es bailar y se concentran como si cada paso fuera un lenguaje de señas pasional que los lleva al viejo arrabal, a recordar al amor perdido o a “la viejita” que ya no está.

“El tango es pasión, alegría, contacto. Después de tanto encierro, esto es lo mejor que hay, baja las tensiones”

Ciro Turini, profesor de tango

“Fue un año difícil, nos habíamos endurecido; esto es un cable a tierra que nos hace bien física y socialmente”

Mabel Mérida, Bailarina de Tango

“Fue un año difícil por la pandemia, nos habíamos endurecido y acá encontramos un cable a tierra que nos hace bien física y socialmente para salir de la rutina”, cuenta Mabel, y señala a otra pareja que, de a ratos, baila con su nieto.

Ciro Turini, vecino de La Loma y profesor de tango, también reconoce que, después de tanto encierro, “esto es lo mejor que hay, baja las tensiones”.

Para él, el tango es pasión, alegría, contacto. Su romance lleva décadas y lo resume con la frase de uno de sus maestros: “Me decía que podía gustarme una mujer y ella no saberlo, pero el tango me daba la oportunidad de abrazarla durante varios minutos, que es lo que dura una pieza”.

Tango terapia

“Nada, nada queda de tu casa natal, solo telarañas que teje el yuyal”, se escucha en la voz de Julio Sosa, uno de los intérpretes preferidos del grupo, y se llena la improvisada pista de baile que está pegada al histórico portón del Regimiento 7.

“Yo ya sé cuáles son los temas que más les gustan”, dice Luciano, un disc jockey de 39 años que descubrió su pasión por esa música hace 14, en el Tigre, cuando en la pequeña habitación en la que vivía escuchó el tema “Cuartito azul”.

Luciano también es profesor de tango y acompañante terapéutico y afirma que, más que un gusto por ese género, descubrió una filosofía de vida, un mundo con códigos en el que “se halla”. “El tango me dio la vida, un ritmo, una perspectiva”, asegura. Para él, entre las bondades de su música y poesía, está la de ser un motivador para que, en su rol de acompañante terapéutico, muchos pacientes hablen de su vida y de diferentes situaciones que atravesaron.

Todos se conocen, pero es raro ver a los bailarines charlar mucho tiempo con otras parejas

 

En otras historias, el tango fue una especie de cupido, como en el caso de Héctor Fernández, “bailarín de toda la vida” que siempre vivió en Mataderos pero, en una milonga porteña, conoció a Amelia De Ferrari, una doctora en Ciencias Biológicas, también amante del ritmo del dos por cuatro. “Hace 9 años que somos pareja, él baila de toda la vida, sabe llevar”, cuenta con orgullo la platense, y agrega que no hay lugar al que viaje sin sus zapatos de baile.

Héctor y Amelia bailan tango en la plaza Malvinas pero, también, “le sacaron viruta al piso” en la milonga “Lo de Raúl” -en 23 entre 43 y 44-, en cruceros y en diferentes salones de Europa.

El tango, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, estuvo, está y estará. Parece que no hay “percanta” que lo amure y resiste, a lo malevo, los tiempos de COVID-19.

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Al ritmo del dos por cuatro. Por la pandemia hay menos milongas, por eso empezaron a bailar en la plaza/g.c

Para muchos bailarines el tango es como una “terapia” / Gonzalo calvelo

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