Connotaciones del traslado del histórico sable corvo de San Martín al Museo Nacional

La decisión de trasladar este domingo el histórico sable corvo del general San Martín, de su actual destino en la sede del Regimiento de Granaderos, donde permaneció por cuarenta años, al Museo Histórico Nacional, -fundada, según dice el decreto presidencial que así lo ordena, en la intención de formalizar una reparación de naturaleza democrática- se debe enmarcar también en los problemas que hacen a la seguridad de todos los museos y a la necesidad de garantizar la intangibilidad de los patrimonios que ellos atesoran.

Tal como se sabe, donado por San Martín a Juan Manuel de Rosas, el sable con el que realizó la campaña libertadora pasó luego a la familia Terrero que lo cedió en donación a la Nación Argentina, con el pedido de que fuera depositado en el Museo Histórico Nacional. Así fue cumplido por resolución del entonces presidente José Evaristo Uriburu que dispuso que el sable se depositara en ese lugar donde permaneció expuesto durante 65 años.

La reliquia fue sustraída de allí en 1963 y con posterioridad, tras ser recuperada, el ex presidente defacto Juan Carlos Onganía resolvió transferirla al Regimiento de Granaderos. Ahora, según se informó, si bien se valoriza este último traslado al Museo Histórico Nacional como una medida de reparación democrática, quienes integran entidades sanmartinianas no ocultaron su inquietud por razones de seguridad. Esos directivos recordaron que en 2007 fue robado del mismo museo el reloj que fuera propiedad de Manuel Belgrano, aún cuando también valoraron el hecho de que ahora vaya a exhibirse en un lugar donde la gente tendrá más posibilidades de verlo.

De todos modos, la advertencia no puede ser desoída y, por el contrario, debe ser tomada en cuenta. El episodio del reloj de Belgrano no fue por cierto excepcional. Es larga la lista de piezas -de mayor o menor valor- que han sido robadas de museos en nuestro país. Ello aconseja la conveniencia de que se examinen a fondo las medidas de seguridad en todos aquellos ámbitos en los que se guardan y exhiben objetos y colecciones con valor histórico, artístico o científico.

No se trata de ser alarmistas pero sí de ser precavidos y de extremar medidas para evitar este tipo de hechos. La seguridad debe ser una de las preocupaciones fundamentales en los museos. De allí que deba actuarse con la máxima responsabilidad y, asimismo, destinar recursos para la seguridad de los museos, revisándose las metodologías que se emplean para el control. En muchos casos, no se trata de poner más guardias sino de incorporar herramientas tecnológicas, como alarmas, sensores, cámaras de video, etcétera. Por supuesto que todo eso resulta costoso. Pero el valor del patrimonio a preservar justifica el esfuerzo.

El lamentable robo de una pertenencia de uno de los mayores próceres de la Patria, como lo fue Belgrano, sirvió, al menos, como señal de alerta. Todas las luces de alarma se deben encender. Hace algún tiempo varios museos de nuestra ciudad se sinceraron y reconocieron deficiencias en materia de seguridad. Ese es un buen punto de partida para evitar que otros robos de este tipo se vuelvan a producir.

En buena hora un testimonio invalorable de nuestra historia podrá ser admirado en el Museo Histórico Nacional. Pero ello implica, asimismo, el compromiso de que se extremen esfuerzos para la preservación, tanto de ése como de todos los objetos más preciados de nuestro pasado.