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Dividir la Provincia, un debate sobre el futuro
Por JULIAN PORTELA (*)
¿Es la provincia de Buenos Aires una gigantesca jaula que limita el desarrollo de sus más de 16 millones de habitantes? Otra vez vuelve a plantearse en la agenda política la posible división del gigante bonaerense como una salida a la mayoría de nuestros problemas estructurales (pobreza, desempleo, ineficiencia, descontrol).
Si somos la provincia más grande, la más productiva, la más poblada, la única electoralmente determinante, ¿por qué pensar en dividirla? Justamente por eso mismo, estamos condenados a ser un gigante con pies de barro, inestable con su propio peso. En principio, cabe reseñar que nuestra Constitución Nacional no previó en su redacción original el desequilibrio notable que ocasionaría al sistema federal el crecimiento desmesurado de una sola provincia que ya equivale casi a la mitad de todo el resto, por lo que no ha tenido reacción a esta decuplicación estructural y simplemente la considera como una más, ignorando que así se condena a sus millones de habitantes a ser sub-ciudadanos argentinos, y olvidando la máxima aristotélica que refiere que es tan injusto tratar desigual a los iguales, como igual a los desiguales.
El exagerado tamaño de nuestra provincia constitucionalmente atenta contra su administración eficiente, contra su adecuada representación política, contra el control de los gobernantes y contra el desarrollo de su propia identidad. Sobre esto último, ¿acaso nadie se percató de que, desde la separación y federalización de su capital original y emblema en 1880, somos en realidad la Provincia sin Buenos Aires? Desde entonces, somos lo que quedó de la extirpación de la metrópoli (hoy una cuasi provincia diferente, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), su patio trasero, un saldo ambiguo y que genera recelo al resto del país, “la” Provincia tras la Avenida General Paz en la que se escudó el tradicional unitarismo porteño. Por eso, cuanto menos, para empezar habría que actualizar nuestro nombre, anacrónico conceptualmente, confuso pedagógicamente y, sobre todo, identitariamente insignificante. Adviértase que los bonaerenses que sí nos reconocemos por nuestra sólida identidad local (platenses, bahienses, y así), carecemos en cambio de la necesaria mediación provincial de la que sí gozan cordobeses, mendocinos y hasta los recientes fueguinos, para defender sus intereses regionales.
Más aún, existen datos objetivos, números duros y dolorosos, que demuestran que los bonaerenses, lejos de favorecernos por nuestro tremendo número y productividad (en ambos casos, casi el 40% del total nacional) somos postergados olímpicamente respecto al resto de los argentinos: desde siempre somos los que menos recibimos proporcionalmente por habitante del Tesoro nacional en todo sentido, vulnerando los principios de igualdad ciudadana para todas las provincias (arts. 8 y 16 CN), además de estar expuestos como ninguna otra provincia a las intromisiones federales en la política interna (económica, institucional y hasta salarial, como vemos ante cada paro de maestros). El ejemplo más concreto es que ninguna otra provincia tiene siempre gobernadores digitados inexorablemente desde la Casa Rosada, cualquiera sea el oficialismo de turno. Y lamentablemente es lógico que así sea, ya que ningún presidente dejaría librado al devenir local el andar de casi la mitad de su capital político, y suelen definir desde el escritorio que “baje” a la Provincia más importante su vicepresidente -ha pasado tres veces en los últimos veinte años- o su principal carta política, para que gestione con recursos siempre nacionalmente direccionados a un Estado provincial gigantesco, lento, pesado y distante de los ciudadanos de un territorio extensísimo. En ese contexto, es entendible que ni aún las buenas gestiones -que no han abundado- puedan coronar a un gobernador como futuro presidente, justificando la existencia del mentado “maleficio bonaerense”.
Quizás por eso, ahora conocedora de lo complejo que será gestionar una provincia tan postergada, nuestra novel Gobernadora está impulsando lógicos reclamos de reconocimiento económico en la Corte de Justicia federal (respecto al Fondo del Conurbano) y ante el Senado nacional por la recomposición del porcentual del producto de la coparticipación (donde recibimos históricamente la mitad de lo que nos correspondería por tamaño y producción), aunque es dable anticipar un escenario realista: el resto de las provincias jamás accederán racionalmente a renunciar ni a un ápice de sus beneficios a favor del Leviatán bonaerense. Poco podremos hacer con nuestros tres senadores nacionales bonaerenses -a quienes ningún lector seguramente pueda enumerar de corrido, en otra muestra de nuestra débil identidad provincial- ante los otros sesenta y nueve que no se comprometerán a que siga creciendo una provincia que todo lo desequilibra con su potencialidad electoral, tornando insignificante al resto.
Por ello, ante este tibio renacimiento del cíclico debate acerca de si es viable la provincia de Buenos Aires tal como subsiste desde hace casi 200 años, cabe alertar sobre su trascendencia y factibilidad para evitar que se desgaste este tema central como bandera electoral de quienes quieren llamar la atención. En definitiva, sostenemos que más temprano que tarde los habitantes de este elefantiásico distrito deberemos encarar nuestra recreación en nuevos estados provinciales, aún enormes, pero más funcionales y equilibrados, que generen identidades reales y ofrezcan una cobertura estatal más cercana y más reactiva. Debe destacarse que la pretendida división bonaerense no precisaría una reforma constitucional a nivel federal, ya que bastaría con sendas leyes de formación de nuevas provincias tanto en el Congreso Nacional como en la Legislatura provincial (art. 13 CN).
Así como en el proceso biológico de la mitosis se generan nuevos seres, más fuertes y con mayores perspectivas de desarrollo, a partir de la división de una célula madura, entendemos que los ciudadanos bonaerenses merecemos darnos la posibilidad de comprender nuestra histórica postergación por pertenecer a una vieja unidad institucional artificial como lo es la provincia sin Buenos Aires, y así debatir y definir si es conveniente evolucionar en otras formas para ser reconocidos en igualdad de condiciones con el resto de los argentinos.
(*) Abogado constitucionalista
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