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El “cisne negro” y las inundaciones urbanas

El “cisne negro” y las inundaciones urbanas

El “cisne negro” y las inundaciones urbanas

PABLO ROMANAZZI (*)

6 de Febrero de 2016 | 03:02

Al comentar con el licenciado Martín Tetaz su último libro (Casual Mente, 2015), me recordaba el importante aporte del matemático Nassim Taleb en su obra “El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable”, publicada en 2007.

Cuántas veces, ante la ocurrencia de las inundaciones urbanas, hemos reaccionado de forma similar al descubrimiento del primer Cisne Negro en Australia. Haciendo el paralelismo con los postulados incluidos en el libro de Taleb, la inundación sorprende, causa un gran impacto y a posteriori tendemos a pensar que hay elementos en el pasado que nos hubieran permitido reducir la incertidumbre que gobierna su pronóstico.

La verdad es que solamente sabemos que las tormentas que pueden provocar una inundación en un aglomerado urbano pueden hacer su aparición en cualquier momento (con preferencia en períodos estivales en nuestra región bonaerense) y su magnitud puede ser igual o incluso mayor al último evento máximo del que se tenga registro.

VALORES EXTREMOS

A principios de la década del 50, una comisión presidencial que sesionó en Washington para abocarse al ordenamiento de este tema en el territorio de EEUU, hizo célebre la siguiente frase en uno de sus informes: “However big floods get, there will always be a bigger one coming; so says one theory of extremes, and experience suggests it is true”. Una traducción aproximada podría ser: “Toda vez que una gran inundación ocurre, hay otra mayor en camino; eso dice la teoría de los valores extremos y la experiencia nos sugiere que es verdad”.

La “teoría de los valores extremos” se inscribe en una rama de la estadística muy frecuentada por los hidrólogos y son numerosos los casos estudiados para intentar evaluar la frecuencia de las inundaciones. Un valor extremo resulta equivalente al Cisne Negro de Taleb, aunque con algunas diferencias en su abordaje.

El “padre” del estudio de los valores extremos, Emil Julius Gumbel, decía en 1958 que los fundadores del cálculo de probabilidades “...estaban demasiado ocupados en el análisis global de los registros como para ocuparse de los valores extremos...”.

El dilema que se planteó desde el inicio fue si resultaba conveniente separar del conjunto total de datos observados a los valores pocos frecuentes (los Cisnes Negros ya molestaban). Muchos autores sostenían que esos valores extremos tenían “una naturaleza aleatoria distinta” y, por ende, debían ser estudiados en forma aislada del conjunto de observaciones que se presentan habitualmente. Como idea básica resultó atractiva, pero a la vez poco práctica ya que nuestra breve existencia no es suficiente para tener tiempo de registrar un conjunto lo suficientemente poblado de valores extremos de forma tal que nos permita identificar su comportamiento.

La genialidad de Gumbel (y de sus predecesores más cercanos) fue mantener unido el registro de datos observados, utilizar un operador matemático para “amortiguar” o hacer visible lo que aparecía disperso dentro del subconjunto de los valores extremos (por cierto, siempre escasos), y anclar su análisis en lo más cotidiano para extrapolar una tendencia hacia regiones donde todavía no se contaba con observaciones (nuestro pronóstico).

FRECUENCIA

¿Cuánto de esto nos sucede a diario? Cuantas veces lo “frecuente” se nos presenta abundante, impredecible en sus resultados finales, pero de repente sucede algo realmente distinto, algo que dentro de lo aleatoriamente cotidiano rompe el molde: la de experimentar un valor extremo (o la de avistar un Cisne Negro en una bandada de cisnes tradicionalmente blancos, como se prefiera).

Por lo pronto, la comparación de la magnitud del valor extremo con lo frecuentemente observado nos sirve para distinguir que es algo inusual y de alto impacto. Este concepto no es trivial en el sondeo de “rarezas”: necesitamos referencias para detectar su singularidad, pero siempre en una evaluación que se lleva a cabo en una etapa posterior al hecho. Aquí es donde Taleb se planta para recordarnos que somos pésimos pronosticadores de valores extremos y que siempre es preferible tener conciencia de lo que “no se sabe” para poder estar en condiciones de analizar y enfrentar estos problemas con alta incertidumbre.

No obstante lo dicho hasta aquí, las preguntas angustiantes sobre el futuro surgen irremediablemente: ¿cuándo lo podremos observar de nuevo? ¿puede ocurrir algo peor? Las respuestas ya han sido adelantadas. El suceso extremo puede ocurrir en cualquier momento y siempre puede superar lo ya registrado. En especial, si además de la amenaza de tormentas severas, seguimos incrementando el riesgo de inundación con el desarrollo de urbanizaciones sin respetar las vías de desagüe o no nos decidimos a transformar radicalmente las zonas más expuestas a la misma.

En 2014 escribimos un artículo para generar un baremo que nos permita saber y comparar qué nos estuvo pasando en la última década y qué magnitud podemos esperar de la “tormenta perfecta”, o más técnicamente, de la “Precipitación Máxima Probable” (PMP). Si se quiere, aquel trabajo se posiciona entre el “empirismo escéptico” de Taleb y la teoría clásica de Gumbel llevada al límite de la PMP.

NADIE IMAGINABA

Con estos antecedentes, podemos afirmar que nadie imaginaba una tormenta como la que sucedió el 2 de abril de 2013 en La Plata y provocar el peor colapso socioeconómico de su historia. Aunque hubo indicios de similar singularidad en tormentas acaecidas en los años 2002 y 2008, no lo consideramos como hipótesis de trabajo en la planificación de mejoras del sistema pluvial. Lo que sí sabíamos era que La Plata presentaba una alta vulnerabilidad a la inundación. Esa era y sigue siendo nuestra condición más comprobada a lo largo de varias décadas.

La esperanza está en trabajar en la prevención y en la respuesta a valores extremos de precipitación. Esas son las herramientas para ver más claro y saber qué hacer en la dimensión de los extremos.

Y sin olvidar el anclaje en lo cotidiano (nuestra historia), para que nos permita pasar de ciudad inundable a ciudad adaptada a la inundación. Para eso debemos trabajar todos los días, aún cuando no llueva.

 

(*) Hidrólogo. Profesor titular de la UNLP

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