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Opinión |ENFOQUE

El cordón productivo de La Plata, cansado del cuento de la buena pipa

El cordón productivo de La Plata, cansado del cuento de la buena pipa

El cordón productivo de La Plata, cansado del cuento de la buena pipa

Por EDGARDO GONZALEZ (*)

18 de Febrero de 2017 | 01:53

De niños, sin las tecnologías actuales, era muy conocida la historia del Cuento de la buena pipa, que perdió popularidad frente a los nuevos entretenimientos de los más pequeños. El juego era simple: el adulto le preguntaba al niño si quería que le cuente el cuento de la buena pipa, los niños respondían que si, ansiosos por escuchar una nueva historia llena de suspenso con personajes llamativos. Entonces el adulto respondía: no te he dicho que digas que si, solo te he preguntado. Así hasta el fin. Un desenlace que dependía de la rapidez con el que los niños se enojaran.

El fenómeno climático ocurrido el 5 de febrero en la Región, con las consecuencias conocidas, remite una vez más a los reclamos históricos para paliar los daños sufridos por los más variados actores: vecinos, comerciantes y productores. En la producción hortiflorícola hay una reiteración de fenómenos climáticos perjudiciales, que varían por intensidad, alcance geográfico y época del año en el que se ve afectada una mayor o menor cantidad de producción. En particular la última tormenta resultó más grave precisamente por su intensidad, alcance territorial y período de mayor producción.

Frente a cada hecho climático calamitoso, es habitual tanto el reclamo desesperado de los productores, que solicitan ayuda inmediata, como la respuesta del Estado (local, provincial y nacional): declaración de emergencia o desastre agropecuario, reparto de nylon para los invernaderos e incluso, algún subsidio tardío en efectivo, conforman en general las medidas adoptadas por las autoridades.

Los productores familiares, esto es los más pequeños y menos capitalizados, son los principales perjudicados. Ante cada hecho de esta índole vemos como un porcentaje relevante de quinteros retroceden o directamente desaparecen. Y así, como en el cuento de la buena pipa… a esperar la próxima tempestad. Es decir, se arrasa con la esperanza y los sueños de cientos de horticultores y floricultores, se dan paliativos que siempre resultan insuficientes, los consumidores abonan más por los alimentos frescos y en lo estructural nada cambia.

No existen datos certeros y fehacientes que permitan dimensionar cuántos productores hay actualmente en la región y cuál es el volumen de producción total. Tampoco hay un ordenamiento territorial real (aunque sí legal) para determinar dónde están ubicados. No se cuenta con un sistema financiero adecuado, ni infraestructura idónea, ni siquiera en cuestiones básicas como las vías de acceso a los predios productivos.

Cada uno de estos productores familiares, desde hace décadas, sufre el precio bajo de su producción, los costos dolarizados de los insumos que varían de acuerdo al precio del dólar y la falta de transporte propio para trasladar su mercadería hacia los mercados, con lo que dependen de los intermediarios que les compran a culata de camión en sus propios predios. No son sujetos de crédito, por lo que deben recurrir a préstamos no bancarizados a tasas altísimas. El único servicio que les llega, en la mayoría de los casos, es la luz. No cuentan con servicio de gas domiciliario, ni cloacas. Cada nueva tormenta es una oportunidad para comenzar a cambiar esto, pero sin embargo continúa el Cuento de la buena pipa.

Un porcentaje importante de estos productores (¿3.000, 4.000 explotaciones?), no son propietarios de la tierra, la arriendan en el mejor de los casos. Productores que van de media a 2 hectáreas es lo predominante en la zona.

Si no son arrendatarios, son medieros de los arrendatarios o en menor medida acuerdan un contrato de aparcería (conocido en la región como “porcentajeros”). Todos con el sueño de ser algún día propietarios de la tierra. Posibilidad cada vez más lejana, por el avance descontrolado de la urbanización, los valores especulativos de la tierra y la falta de actuación estatal histórica en la región.

Los precios de los arrendamientos varían entre $2.500 a $7.000 la hectárea, dependiendo de la localización. ¿Cuánto debe producir una familia para pagar ese arrendamiento? ¿Y si quiere comprar la tierra? Algo imposible en la actualidad en condiciones tan asimétricas.

Por ello, para comenzar a cambiar estas cuestiones estructurales, el Estado municipal debería determinar con exactitud el territorio de producción hortiflorícola, y no sólo contar con una ordenanza que protege el cordón productivo, sin establecer la zona exacta.

Es necesario, en tal sentido, que los propietarios de esas tierras, que jamás se podrán urbanizar, sean compensados por el menor valor que tendrán las mismas con la exención total de las tasas municipales. Se debe crear un espacio de trabajo permanente entre el municipio, los productores y agentes inmobiliarios que establezca precios de referencia de los arrendamientos en base al valor productivo, y no especulativo, de la tierra.

A su vez, para comenzar a cambiar el cuento de la buena pipa, el municipio con la Provincia deben generar espacios de comercialización concentrados en la región con participación de los productores y los consumidores finales que planifique los precios y el destino de la producción. Es imperioso determinar la unidad económica necesaria por explotación agropecuaria. Recordemos que productores y consumidores, o sea los extremos de esta cadena productiva, son los más perjudicados. Y los productores familiares y los consumidores de los sectores más vulnerables, lo son aún más.

Junto a la Nación debe avanzarse en la implementación de la ley 27.118 de agricultura familiar que brinda herramientas idóneas para el sector. Y la creación de un seguro ambiental estatal para cada predio productivo y la generación de un fideicomiso que facilite el acceso a la adquisición de la tierra por parte de los productores arrendatarios y medieros.

De una vez hagamos que el flagelo climático sea una oportunidad para comenzar a cambiar estructuralmente esto, y no continuemos con el cuento de la buena pipa.

 

(*) Ex concejal de La Plata

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