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Opinión |PUNTOS DE VISTA

El corte de boleta, un remedio contra Trump

El corte de boleta, un remedio contra Trump

El corte de boleta, un remedio contra Trump

Por ROBERT J. SAMUELSON

25 de Octubre de 2016 | 02:29

WASHINGTON – Hubo una época en que dividir la lista electoral era común. Los electores apoyaban a un candidato de un partido para la presidencia, y a otro de otro partido para el Congreso. En su auge, en 1972, los que dividían la lista representaron el 30 por ciento de los electores, informa el politólogo, Alan Abramowitz, de la Universidad de Emory. Desde entonces, esa práctica se eclipsó. En 2012, sólo un 11 por ciento del electorado dividió la lista. Y sin embargo ...

Para llevar esta extraña y desagradable campaña a una conclusión con algún sentido, lo que necesita el país es un estallido de individuos que dividan la lista.

Los republicanos deberían votar por Hillary Clinton, y los demócratas deberían apoyar a los candidatos republicanos para la Cámara y el Senado. Eso podría parecer ilógico, y quizás tonto, pero hay tres buenos motivos para hacerlo. El primero es expresar una opinión sobre el resultado. Ninguno de los dos partidos se merece una victoria completa. Ambos nominaron candidatos de los que la gente no se fía.

En la última encuesta NBC/Wall Street Journal (que se realizó antes del debate final de la semana pasada), solo el 40 por ciento de los encuestados consideró a Clinton en forma positiva; un mero 29 por ciento sintió lo mismo por Donald Trump. Los partidos no deben ser recompensados cuando su apoyo popular es tan débil.

El segundo motivo está relacionado: para evitar una interpretación incorrecta. Suponiendo que Clinton gane, ella y otros dirán que los demócratas tienen un “mandato”. No lo tienen. Su triunfo será más un repudio de Trump que una refrenda de las políticas de Clinton.

El solo hecho de que la mala conducta Trump fuera extraordinaria -habitualmente grosera, llena de odio y desinformada- no convierte a Hillary en una figura amada y con un programa fascinante.

El mismo punto puede aplicarse a los republicanos. Retener control de la Cámara y, posiblemente, del Senado, no sería un indicio de la popularidad de su filosofía política, cualquiera sea.

El mensaje de la elección para los republicanos parecería devastador. Perder la Casa Blanca por tercera vez consecutiva -y cinco de las últimas siete elecciones- mostraría cuán fuera de la realidad política están. Su apoyo es, en su mayor parte, defensivo: el temor de un gobierno demócrata de un solo partido.

La razón final es la más trascendental y la más hipotética. El gobierno dividido, impulsado por la división de la lista electoral, podría producir un gobierno mejor.

¿Cómo puede ser eso? Superficialmente, lo opuesto parecería más probable. Un gobierno dividido significaría un gobierno paralizado; habría una mayor parálisis. Sin duda, eso es posible. Ocurrió durante los años de Obama. Podría volver a suceder.

Pero no es inevitable. Para comenzar, tendríamos un nuevo elenco de personajes. Clinton, el presidente de la Cámara, Paul Ryan y el Líder de la Mayoría en el Senado, Mitch McConnell, son “políticos transaccionales”-quieren que las cosas se hagan- además de ser ferozmente partidistas. También saben que la parálisis de los últimos ocho años no benefició a ningún partido. Todo eso crea motivos para establecer vínculos y llegar a acuerdos mutuamente aceptables.

La mala conducta de Trump, extraordinariamente grosera no convierte a Hillary en una figura amada

Hay una enorme cantidad de asuntos legislativos retrasados: inmigración, cambios fiscales para las corporaciones, gastos militares, Seguro Social y Medicare, para nombrar algunos. Son asuntos controvertidos y costosos. No se trata solamente de que un partido solo quizás no logre que se aprueben en el Congreso; ningún partido quizás desee actuar solo, porque eso implica aceptar toda la culpa por políticas poco populares. Un gobierno dividido podría forzar a ambos partidos a buscar puntos de coincidencia.

Vivimos en una época definida por lo que Abramowitz y el politólogo Steven Webster llaman “partidismo negativo”. un temor devorador del programa político de los opositores.

Las ideas a las que uno se opone definen la política de uno tanto como las que uno apoya. “No se trata solo de la polarización,” dice el politólogo Norman Ornstein, del American Enterprise Institute. “Es el tribalismo. Los del otro bando son enemigos, no sólo adversarios, que amenazan el estilo de vida de uno”.

Los partidos políticos se volvieron ideológicamente puros, dice Abramowitz. Por eso la división de las listas electorales declinó. En los años 50, 60 y 70, demócratas conservadores podían votar por candidatos presidenciales republicanos; así salieron electos Eisenhower, Nixon y Reagan junto con congresos demócratas. Los republicanos moderados podían favorecer candidatos al Congreso demócratas. Ahora, esos sectores políticos se redujeron. “Hay más coherencia ideológica y más desagrado por el otro partido,” dice Abramowitz.

Bueno, ya intentamos la política ideológica y aprendimos una cosa: no funciona. No produce consenso y no produce mayorías operantes, ya sea de un partido o de dos partidos. Como los partidos se esfuerzan por diferenciarse, la cooperación se hace más difícil. Tanto en la izquierda como en la derecha, el poder fluyó a los extremos, que se destacan por su retórica, pero fallan en los logros legislativos. Las leyes importantes necesitan del apoyo bipartidista; para confirmación, véase Obamacare.

La necesidad primordial para el próximo presidente y Congreso es que ambos partidos reconstruyan sus centros políticos, que -casi con certeza- aún tienen el apoyo de la opinión pública. Una política centrista revitalizada no garantiza una buena legislación, pero tiene más posibilidades de producir una legislación públicamente aceptable. Hasta esa posibilidad puede parecer lejana, pero es la mejor que tenemos.

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