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El heredero de Mayo

El heredero de Mayo

El heredero de Mayo

Por ALEJANDRO FONTENLA (*)

30 de Mayo de 2015 | 03:02

En 1922 Esteban Echeverría era un joven de diecisiete años que, tras el fallecimiento de sus padres, se había entregado a una vida alegre, enredado en amores turbios que lo hacen describirse a sí mismo como “carpetero, jugador de billar y libertino”. Parece que su pasión inicial, hasta ese entonces, había sido una guitarra ordinaria, de cuerdas y bordonas compradas al menudeo, con la que acompañaba los cielitos en los bailes “equívocos y ultrafamiliares” de los suburbios del sur.

Pero aquel año, al ingresar en los cursos preparatorios de la Universidad de Buenos Aires, descubrió otra pasión que cambió su vida: la pasión por la lectura y el conocimiento. Tras un breve y obligado paso por el comercio, fue beneficiado por el programa de becas instituido por Rivadavia, y en octubre de 1925 se embarcó en el bergantín francés Joven Matilde, con destino a Burdeos.

Durante cinco años en Europa, el poeta y guitarrero de los arrabales rechazó toda vida mundana. En cambio se dedicó a empaparse del pensamiento de la época, sobre todo de teoría social saintsimoniana y del romanticismo literario, y finalmente se abocó a la retórica y la gramática españolas, pues su obsesión era volcar todo ese saber en su patria, a la que veía huérfana de un cuerpo doctrinario que guiara su organización política y su vida social.

EL REGRESO

De vuelta en Buenos Aires, en 1930, dio a la prensa los poemas “El regreso” y “En celebración de Mayo”, que los diarios publicaron con displicencia, omitiendo el nombre del autor, al igual que “Elvira o la novia del plata”, enviado en 1932. El contexto era el menos favorable para la recepción de esos textos. En Buenos Aires se celebraban los triunfos de Quiroga sobre la Liga Unitaria, aumentaba la represión a la libertad de prensa, y comenzaron las famosas renuncias fingidas del gobernador Rosas, como estrategia para luego ser reelecto con la suma del poder público.

Sin embargo, después de dos años de ostracismo, Echeverría volvió a la palestra con “Los consuelos”, el primer libro de poemas presentado en Buenos Aires por un autor y publicado con su firma. El poemario tuvo un éxito inmediato, inusitado para la época. Tres años después, la publicación de “Rimas”, que incluía La Cautiva, convirtió a Echeverría en un poeta admirado y mentor intelectual de una generación.

Para él había llegado la hora de intervenir en la vida pública y formar un grupo de referencia. Se vinculó con los jóvenes que se reunían a leer y conversar en la librería de Marcos Sastre: Alberdi, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Juan María Gutiérrez, entre los más conocidos, y con ellos fundó la “Asociación de la joven generación argentina”, también llamada “Asociación de Mayo”.

Corría 1837. Era la segunda vez que Echeverría utilizaba la palabra Mayo como emblema y como objetivo ideológico. En esos días, los recuerdos de 1810 no estaban a la moda. La ciudad aparecía cubierta de banderas punzó y retratos del restaurador, a cada paso los lemas “patria o muerte”, “viva la santa federación”, “mueran los salvajes unitarios”. Mayo aludía por lo tanto, a una nueva liberación, así como veintisiete años antes Mayo había sacudido el yugo colonial.

DOGMA SOCIALISTA

En la primera lectura en el Salón Literario, la noche del 23 de junio de 1837, Echeverría pronuncia las “palabras simbólicas”, cuyo desarrollo posterior será el Dogma Socialista, cuerpo teórico fundacional del liberalismo argentino, que junto con las Bases de Alberdi daría forma a Ley Fundamental de la Nación.

En su discurso inaugural, Echeverría dijo que la historia argentina estaba dividida en dos períodos: “La primera, la más grande y gloriosa página de nuestra historia pertenece a la espada. Pasó por consiguiente la edad verdaderamente heroica de nuestra vida social…” Ahora tocaba el turno de las ideas, de fijar los principios que den forma institucional y jurídica al país.

Mayo fue para Echeverría -escribe Juan María Gutiérrez-, “la realización de una idea, la encarnación de un pensamiento, en armonía y consecuente con las evoluciones de progreso de la humanidad. Esas ideas se habían convertido en su mente y en su corazón en culto y doctrina, y a cuya marcha era crimen y demencia oponerse. Esta fe lo ilumina, lo transforma en profeta y hará que sus obras, a par que las de Moreno en la aurora de 1810, sean eternas como los laureles de nuestro himno patrio y como la vida de la República”.

OSCURANTISMO

La Generación del 37 fue criticada duramente, sobre todo por corrientes oscurantistas y reaccionarias de la historiografía. La tacharon de elitista y excluyente, y de haber levantado un marco ideológico previo a lo que fue el exterminio de gauchos e indios. Sin embargo aquellos que redactaron la teoría del programa liberal, no fueron los mismos que lo aplicaron cuarenta años después. Ninguno de ellos especuló con riquezas, cargos o reparto de tierras, antes bien murieron en el exilio y la pobreza.

Se plantearon con inagotable energía los problemas del país, pensaron soluciones, hicieron todo lo posible para adaptar a la Argentina a los moldes civilizados con los que soñaban. El problema fue que su excesiva preocupación por el corpus doctrinario, y por formar a una clase dirigente, junto a su admiración por los modelos europeos, les cegó y obturó las propuestas de integración de los sectores excluidos, propuesta que de haber existido y prevalecido hubiera quizás evitado la masacre posterior. Pero esto es fácil decirlo con el diario del lunes. Lo cierto es que ese debate, en los tiempos del Salón Literario, no existía. Se produjo en la Argentina, en el parlamento, en el periodismo, en la política y en el ámbito castrense, en la década de 1870. No les cupo a Echeverría y sus amigos resolver ese tema. Y describir esta polémica, relativa tanto a las obras teóricas como literarias de Echeverría, excede este espacio.

Cuando la policía de Rosas infiltró las reuniones del Salón, Echeverría se marchó a Los talas, la rústica estancia de su hermano situada en las cercanías de Luján, donde había redactado La Cautiva, su poema más famoso. Se marchó “calado su poncho de campesino y oyendo el ruido del manotear impaciente de su caballo”, según la despedida memorable que presenció Gutiérrez. Pero allí también su seguridad era precaria, y tras la frustrada invasión de Lavalle en 1839, emigró con lo puesto a Montevideo, donde escribió gran parte de su obra y murió en 1951, cuatro meses antes del pronunciamiento de Urquiza.

Antes de abandonar Buenos Aires, caminaba por sus calles luciendo con naturalidad su traje de corte francés y el monóculo de aro labrado en oro que necesitaba para ver de lejos. Según cuentan sus colegas, era un modelo de buenos y sencillos modales, y de él pudo decirse que tenía siempre el corazón en los labios.

 

(*) Escritor. Profesor en Letras (UNLP)

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