Inexplicable resistencia a la evaluación para medir la calidad educativa

No puede menos que obligar a una detenida reflexión la actitud de algunos sectores relacionados al universo educativo –en especial de algunos grupos de alumnos- que se opusieron a la evaluación que, bajo el nombre de Operativo Aprender, se realizó jornadas atrás en todos los colegios del país. Las protestas dejaron entrever, en especial por parte de los jóvenes, una suerte de temor por las derivaciones que podrían surgir para ellos, en lugar de haber considerado a esa evaluación como una herramienta trascendente para poder elaborar un diagnóstico y la posterior aplicación de soluciones de fondo a los problemas que padece el sistema educativo.

Como se recordará, esa resistencia cobró especial entidad cuando alumnos de una escuela de Banfield tomaron el establecimiento donde estudian, en rechazo a la evaluación que se realizaría en todo el país. Con posterioridad se sumaron otros cinco colegios que fueron tomados por los alumnos.

Si bien se hicieron sentir algunas otras críticas contra la prueba, expresadas, por ejemplo, desde algunas fuentes gremiales del sistema educativo, lo cierto es que el operativo de evaluación se concretó en la mayoría de los colegios del país, de modo que habrá que esperar ahora las conclusiones que puedan surgir.

En cuanto a los estudiantes –a quienes se debería haber preparado mejor para ahuyentar los fantasmas que pudieron haberlos perseguido, al conocer que se realizaría esta suerte de examen, que no fue tal- no estaría de más recordarles que hace muy poco tiempo se realizó en todo el país una encuesta entre jóvenes recién ingresados a la Universidad, cuya principal conclusión determinó que casi el 65 por ciento de los encuestados consideró deficiente a la enseñanza secundaria, mencionándose como principales causas de esa situación el bajo nivel de los profesores y la falta de interés de los alumnos.

En un fenómeno tan rico y complejo como lo es el educativo, son muchos los factores a considerar. Por ejemplo, en los últimos encuentros nacionales de educación se pusieron de relieve datos ciertamente inquietantes, como el referido al elevado porcentaje de adultos que no avanzó más allá de la escuela primaria, algo que sumado a los distintos índices de analfabetismo, entre ellos el digital y el cultural, marcan el pobre nivel educativo imperante

No existen dudas hoy de que son millones los jóvenes que cursan en escuelas desprovistas de recursos y desactualizadas, pero también en instituciones que se ven atravesadas por crecientes dosis de flexibilidad, sin que se les presenten y anticipen a los alumnos los verdaderos desafíos que, más tarde, tendrán que enfrentar en sus vidas y destinos personales. Se supone que este tipo de evaluaciones apunta a ver en qué aspectos falla la capacitación escolar.

Está claro, también, tal como lo vienen señalando muchos especialistas, que nuestro país debe impulsar en forma perentoria un vigoroso replanteo de la educación, que lo coloque a la altura de los desafíos contemporáneos. La Argentina dispone aún de solventes recursos humanos y, asimismo, de la privilegiada base que sentó la instrucción pública en sus épocas de mayor brillo. Dos sólidos fundamentos, que debieran aprovecharse para devolverle al sistema educativo la calidad que reclama tener.