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Por MARTIN TETAZ (*)
Twitter: @martintetaz
Esta semana, el premio Nobel de Economía que no fue, la ex Presidenta, “dio cátedra” en el programa radial de Roberto Navarro. Por supuesto, no tiene sentido debatir con rigor académico cada una de sus afirmaciones porque Fernández no tiene formación en esta ciencia social y no se le puede pedir que domine conceptos teóricos que no ha estudiado. Sin embargo, me llamó particularmente la atención que cuando se refirió a la inflación y Navarro, dándole el pie, le mencionó la afirmación del ministro de Hacienda en el sentido de que “la inflación dejó de ser un problema”, CFK replicó cayendo en un error conceptual que vengo escuchando mucho y me parece oportuno discutir.
Concretamente, Cristina dijo que la caída de la inflación era por el derrumbe del consumo y que “es preferible la inflación al no consumo”.
La inflación es la causa principal que explica por qué Argentina perdió el tren del desarrollo en la segunda mitad del siglo pasado, porque destrozó la moneda y sin signo monetario propio, es muy difícil que la sociedad ahorre y transforme ese esfuerzo en inversión productiva.
Tengo dos objeciones con esa idea. La primera es que la causalidad es exactamente al revés; en rigor el consumo cayó por culpa de la inflación, porque cuando en 2015 los sindicatos acordaron sus paritarias con aumentos de entre 25 y 30% imaginaban que la canasta de consumo de los trabajadores aumentaría en ese rango en los siguientes doce meses, entonces cuando los precios explotaron en el primer semestre de este año, los salarios reales quedaron atrasados hasta que llegaron los aumentos negociados en las nuevas convenciones colectivas.
Si no hubiera habido entre 10 y 15 puntos extra de inflación en los primeros seis meses del gobierno de Macri, los salarios reales no habrían caído y el consumo se habría mantenido estable. Lo que ocurrió con el gasto de los hogares fue de hecho calcado a lo que pasó luego de la devaluación del 2014, cuando también hubo un shock de precios inesperado y como consecuencia de la caída de la capacidad adquisitiva de los salarios, se derrumbó el consumo. En aquella oportunidad, cuando en el segundo semestre entraron los salarios nuevos y se frenó la inflación, asistimos a una recuperación de las ventas minoristas; el otro lado del mostrador. Los datos de la CAME de julio pasado indican que en esta ocasión pasará lo mismo y que por lo tanto si la baja de la inflación continúa, veremos una recuperación del consumo similar a la que empezó en agosto del 2014.
Si mi primera objeción tiene que ver con la interpretación de la coyuntura, la segunda va al hueso del problema más importante de la economía argentina de los últimos 70 años, porque no sólo esta Cristina profundamente equivocada sobre las causas de la caída de la inflación, sino que también es falso que sea preferible la inflación al no consumo.
La inflación es la causa principal que explica por qué Argentina perdió el tren del desarrollo en la segunda mitad del siglo pasado, porque destrozó la moneda y sin signo monetario propio, es muy difícil que la sociedad ahorre y transforme ese esfuerzo en inversión productiva. Más aún; la inflación alta erosiona la soberanía monetaria, bajando dramáticamente el poder de fuego del Banco Central. Puesto en otras palabras: es como mojarles la pólvora a las balas de la política monetaria.
La pérdida de la soberanía monetaria genera además dependencia externa, porque por un lado la gente ahorra menos y pasamos entonces a necesitar financiamiento de afuera para pagar las inversiones necesarias para crecer, y por el otro lado, porque el escaso ahorro doméstico se hace en moneda extranjera, dado que ahorrar en pesos en un contexto de alta inflación es como guardar un helado en un freezer descompuesto. La tendencia entonces a pensar en dólares y a ahorrar en esa moneda no sólo es una consecuencia de la inflación, sino que aumenta nuestra necesidad de divisas, comprometiendo innecesariamente la restricción externa.
Pero incluso cuando pueda ser financiada con deuda externa, la inflación también impacta negativamente en la inversión y por lo tanto compromete el crecimiento de largo plazo, porque resulta muy difícil calcular la rentabilidad y el costo de un proyecto cuando nadie sabe cuáles serán los precios de la economía.
Además, fomenta la corrupción porque no es posible saber si el sobreprecio de un proveedor del Estado o de una obra pública, es el impacto de la cobertura de inflación implícita o el producto de una coima escandalosa.
Y por si todo esto fuera poco, la inflación distorsiona el funcionamiento del sistema de precios, rompiendo las señales que comunican información a productores y consumidores. El resultado son malas decisiones de los agentes económicos y consecuentemente una economía que produce una asignación ineficiente de sus recursos escasos.
La contracción transitoria del consumo de la clase media, que básicamente se expresa en una reducción de compra de bienes durables, como electrodomésticos, muebles, autos y motos, por poner algunos ejemplos, no es la muerte de nadie. Es más, me he cansado de decir y mostrar con el aval de investigaciones científicas, que la carrera consumista no mejora el bienestar que subjetivamente percibe la población.
De manera que no Señora, no es cierto que la inflación sea preferible a que la gente demore un tiempo la compra de la tele de 42 pulgadas. La inflación es un cáncer que tenemos que eliminar si queremos recuperar la soberanía monetaria y volver a ser un faro latinoamericano en materia de desarrollo.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"
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