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Opinión |ENFOQUE

La noche de la Universidad

La noche de la Universidad

La noche de la Universidad

Por MARCELO KRIKORIAN (*)

29 de Julio de 2016 | 02:59

La noche de los bastones largos ocurrida hace 50 años cerró violentamente una etapa de singular esplendor para las universidades argentinas, iniciada en 1958 con su normalización institucional. Con la excepción del golpe de 1962, en esos años hubo un modelo de valorización de la educación superior y jerarquización de la investigación científica. Las universidades podían (pueden) ser una herramienta clave que aporte al progreso a través de la enseñanza, la investigación y el trabajo extensionista hacia la sociedad de la que son parte indisoluble. Esto se potenció aún más en la presidencia de Arturo Illia. Las asignaciones presupuestarias en educación durante su gobierno llegaron a superar el 20% del total del gasto público.

Derrocado el presidente constitucional por los militares, anunciada la decisión del general Onganía de intervenir las universidades y encontrando negativa en las autoridades legítimamente constituidas para someterse a ese nuevo status, el decreto ley 16.912 formalizó el atropello.

LA NOCHE DEL 29 DE JULIO

La dictadura concebía a las universidades como un ámbito donde se desplegaba lo que era peligroso para sus objetivos: pensamiento crítico en las aulas, formación con valores democráticos, investigación científica aplicada al desarrollo nacional. El 29 de julio la infantería desalojó a decanos, consejeros directivos, profesores, estudiantes y trabajadores que resistían pacíficamente. En la Universidad de Buenos Aires se dio el epicentro de las intervenciones violentas, usándose para la represión bastones largos y culatas de rifles. Centenares de profesores e investigadores fueron cesanteados; muchos laboratorios e institutos dejaron de funcionar y se prohibieron los centros de estudiantes.

La Universidad Nacional de La Plata también fue intervenida y sufrió la pérdida de profesores e investigadores. En este marco, se movilizaron espacios de representación estudiantil como la histórica FULP. La fuerza militante ganó las calles con marchas y actos. Y en Córdoba fue asesinado por la represión un alumno de ingeniería: Santiago Pampillón, el 6 de septiembre de 1966.

LA CARTA DE WARREN AMBROSE

En tiempos que no existía internet ni las redes sociales, un investigador norteamericano del mundialmente famoso MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), quien presenció y padeció lo acontecido esa noche, se propuso difundir estos hechos mediante una carta de lectores enviada al diario The New York Times, pidiendo que se remitan telegramas a Onganía para protestar. En un pasaje de la carta publicada, se lee una cruda descripción del avasallamiento perpetrado: “Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde permanecimos de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos”. El mismo diario, días después, informó que el MIT y la Universidad de Harvard estaban interesados en contratar a los profesores aquí reprimidos y expulsados.

PERSECUCIONES Y AJUSTES, NUNCA MÁS

Antes de 1966, dos científicos argentinos de prestigio internacional vivieron situaciones de hostigamiento. Bernardo Houssay fue dejado cesante en la UBA por la revolución triunfante en junio de 1943, al impulsar la “Declaración sobre Democracia Efectiva y Solidaridad Latinoamericana”. Sin irse del país, prosiguió sus investigaciones en el ámbito privado. Houssay experimentó con tristeza la indiferencia del aparato oficial de comunicación cuando fue galardonado con el premio Nobel en 1947. Y en 1958 se convirtió merecidamente en el primer presidente del CONICET. Vale recordar que un joven discípulo y futuro Nobel, Luis F. Leloir, se solidarizó con el maestro cuando lo persiguieron, renunciando al Instituto de Fisiología donde era ayudante de investigación. También fue hostigado César Milstein -quien con el grado académico de doctor dirigía investigaciones en el Instituto Malbrán en 1961-, y al año siguiente -siendo Guido presidente de facto- dejó el cargo al despedirse a profesionales que trabajaban con él. Milstein, desde entonces, se radicó en Inglaterra, recibiendo el Nobel en 1984.

Luego de la dictadura de 1976/83, Argentina recuperó definitivamente la libertad para aprender, enseñar e investigar. Años después, sobrevinieron severas restricciones fiscales que como aquellos bastones ahora golpeaban mediante presupuestos reducidos y salarios insuficientes. La dramática crisis de 2001 generó un convencimiento colectivo proyectado en políticas públicas que tuvieron el acompañamiento de la sociedad, para no retornar a decisiones que afecten regresivamente a las universidades, la ciencia y la tecnología.

Invertir progresivamente más recursos en educación sin descuidar su calidad mediante evaluaciones objetivas de resultados; estimular activamente la producción y transferencia de conocimientos, así como entender que jamás pueden considerarse variables de ajuste, son condiciones absolutamente necesarias para alcanzar el desarrollo al que aspiramos como nación.

 

(*) Magister en Derechos Humanos, Profesor y Consejero Directivo de la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNLP.

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