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Opinión |ENFOQUE

Legado de un navegante valiente y solitario

Legado de un navegante valiente y solitario

Legado de un navegante valiente y solitario

HERNAN LUNA (*)

28 de Marzo de 2015 | 02:47

Hace cincuenta años, el 28 de marzo de 1965, pasaba a la inmortalidad Vito Dumas, el navegante solitario, el deportista que hizo de su vida una mística, ras a ras con la perfección en la competencia, nada más y nada menos que con la mismísima naturaleza, con falta de recursos de todo tipo, en la soledad extrema, en noches insondables, donde ni una sola de sus contertulias, las estrellas, podía iluminarlo, ni siquiera guiarlo.

Vito Dumas fue boxeador, aviador, nadador, hombre de campo, pero fundamentalmente fue un navegante sin parangón, un hombre excepcional. Arquetipo de habilidad sobresaliente, de coraje temerario, de tenacidad sin tasa ni medida, de un idealismo rayano en lo venerable, que hoy día nos debería iluminar cuando muchas veces navegamos por cursos prosaicos, de resultados efímeros, valores triviales e intereses tan sólo crematísticos.

PARA RESCATAR

Vito Dumas merece como nadie ser sacado del rincón en que lo pusieron las circunstancias en los últimos años de su vida y en la posteridad de estas cinco décadas.

Vito Dumas es un paradigma a exaltar a su podio natural de héroe o semidiós según la mitología clásica.

Es un ejemplo único e irrepetible a pregonar e imitar -en la medida de lo posible- por cada argentino, por cada joven, por cada ser humano que como dijera el poeta “no debe darse por vencido ni aún vencido”.

Fue el más grande de todos los navegantes deportivos, logró solo contra el mundo dar su circunferencia en 437 días, navegando 20.420 millas, venciendo a todos los océanos, a todos los vientos, a todas las distancias, a todas las tempestades, a su propia y tremenda soledad, con su espíritu enhiesto cual bandera esplendorosa, enarbolada sobre su mástil mayor.

BIOGRAFIA

Vito Dumas nació el 26 de septiembre de 1900 en el distinguido barrio de Palermo. Y este porteño, ciudadano del mundo, que venció los 7 mares y supo siempre llegar a buen puerto, quedó en tierra firme un 28 de marzo de 1965, hace -como señaláramos- cincuenta años. Para desde entonces elevarse junto a las estrellas, sus amigas de tantas y tantas noches, con las cuales desde entonces se codea con luz propia.

A los 32 años, siendo ya un hombre hecho y derecho, regresa de Francia con su propio barco, el L.E.G.H. I, que fuera construido 14 años antes y desestimado para una travesía por el Atlántico.

Pero el intrépido Vito Dumas logra lo que los sabihondos y prudentes descreían. Llega a su querida Montevideo y sus amigos del Yacht Club de la capital uruguaya salen a su encuentro y lo agasajan organizando una recepción de campanillas para el “novel héroe”. La entrada a puerto fue memorable. Todos los barcos hacían sonar sus sirenas. Una entusiasta multitud lo espera junto al legendario edificio del Yacht Club y, entre ellos, su distinguido amigo el Comodoro Juan Gorlero.

Años después, luego de mil hazañas, emprende la empinada cuesta hacia el cenit de su gloria.

Inscribe su nombre con letras de molde en la epopeya universal de la navegación.

LA GRAN HAZAÑA

El 27 de junio de 1942 inicia su máxima proeza con el L.E.G.H. II, diseñado por Manuel Campos. Por el paralelo 40 parte hacia lo imposible, lo increíble, lo inigualable, con los escasos medios técnicos de antaño y sus magros recursos va a enfrentar -solita su alma- a los temibles vientos bramadores y el infernal cruce del Cabo de Hornos, con su pequeño velero de escasos 30 pies de eslora.

Antes de partir definió claramente su progenie bravía al decir: “En un mundo totalmente utilitario, voy a hacer algo completamente inútil”, definiendo cabalmente su opción por la aventura de conquistar un ideal, que reniega del vil metal y la concupiscencia con el exitismo. Tarea para un hombre forjado en molde de caoba maciza y roble americano, cual velero sin igual.

Partió el 27-6-42 y regresó el 7-8-43. Zarpó en tiempos difíciles, se estaba en lo más álgido de la Segunda Guerra Mundial y era muy probable que se topara con un submarino que tomándolo por disfrazado espía lo hundiera sin contemplaciones.

El 25 de julio arriba a Cape Town y ante su cruce del Atlántico “en solitario”, Sudáfrica se asombra ¿Quién es este hombre que ha navegado 4.000 millas solo en la inmensidad del océano?.

El 14 de agosto parte hacia Wellington, Nueva Zelanda. El Océano Indico, “el nido de los Monzones”, lo sorprende con uno de sus clásicos temporales que dan guerra sin cuartel, a todo viento y marea, con olas de 15 metros. Dumas, con su templanza y fortaleza inconmensurable, sigue impertérrito su sino, su viaje en soledad durante largos 104 días. Lo que nadie ha hecho él lo hace con su natural intrepidez, con su flema de invencible, con la visión del profeta.

El 27 de diciembre llega a Wellington y nuevamente la inexplicable incógnita: ¿Quién es este hombre de carne y hueso que surge desde más allá del horizonte navegando 7.400 millas en la más absoluta soledad, en la tremenda vastedad de los mares?

El 30 de enero deja Nueva Zelanda y se interna en el Pacífico al cual cruza en 71 días. El faro de Curamillas de Valparaíso está a la vista y allá en Argentina, su patria, vuela la alegría y se convierte en héroe nacional. Lo esperan 3.000 millas por recorrer. Es en el Cabo de Hornos donde entabla la lucha decisiva contra las aguas de los dos océanos que pugnan por tragárselo, pero supera lo imposible. Llega a su querida Mar del Plata y después a la amada Montevideo, en la cual lo esperan los hermanos orientales que tanto lo ayudaran y alentaran. Y luego Buenos Aires, la “reina del Plata” recibe al “rey de los mares”.

El 7 de agosto de 1943, habiendo quedado atrás 20.420 millas y 437 días de navegación este Ulises moderno arriba, una multitud cubre los muelles y las calles de Buenos Aires. Decenas de barcos y cientos de pequeñas embarcaciones salen al encuentro de 2 velas que asoman en el horizonte.

Es el gran Vito Dumas que llega cubierto con su capote encerado de marinero y su infaltable pipa. Las sirenas estallan en el río y las bandas de música parecen rendirle culto en nombre de Neptuno, decenas de miles de pañuelos se agitan al viento cual pequeñas velas humanas que exaltan un profundo orgullo nacional. Frente a tan magnífico escenario surge serena la efigie. Es Vito Dumas, es el más fabuloso navegante solitario que cual espíritu reencarnado retorna a la patria que lo vio nacer. Trae en su bitácora la memoria prodigiosa de la travesía milagrosa. Posee en su mente fría y en su corazón ligero el relampagueante fuego de los destellos de su mirada acerada, con el sentimiento sublime de mil tempestades derrotadas por un ideal sin par.

 

(*) Historiador y colaborador del Museo Vito Dumas de Mar del Plata.

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