No sólo con reductores de velocidad se lucha contra la inseguridad vial

Las consecuencias muchas veces trágicas que originan los accidentes de tránsito vuelven comprensibles las protestas que se formulan en muchos barrios, cuyas calles se convierten literalmente en pistas de carrera para conductores que no trepidan en poner en riesgo la integridad física y las propias vidas de los vecinos. De allí que las autoridades deban atender y analizar los requerimientos como el formulado, en este caso, por pobladores del barrio Savoia, que solicitan la colocación lomos de burro en la calle 8 de 470 a 476 que, pese a ser una calle de características barriales, se transformó en una suerte de avenida de circulación rápida.

Los vecinos aseguraron que, especialmente de lunes a sábado, viven un infierno ya que cada de las cuadras, que miden unos 140 metros de largo, facilitan el desplazamiento de un tránsito variado -motos, camiones, camionetas, automóviles- que desarrollan una circulación tan veloz como caótica. Señalaron también que en el barrio viven muchos chicos, que asisten a un jardín de infantes, a una escuela y a una casa asistencial de la zona, habiéndose registrado ya accidentes en un contexto de peligro cotidiano.

Cabe señalar que, frente a muchas otras situaciones similares que se registraron en los últimos años y en casi todos los barrios de la Ciudad, tanto las autoridades comunales como las de la dirección de Vialidad advirtieron que está prohibida la colocación de los lomos de burro en las calles, en especial cuando esa tarea es encarada por los mismos vecinos.

En ese sentido, desde la dirección de Vialidad se hizo referencia al artículo 5 de la ley provincial 13.927 que se refiere a los obstáculos. Ese texto legal determina que queda prohibida la instalación de elementos agresivos en la calzada que por sus características atenten contra la seguridad del usuario de la vía. Sólo se podrán instalar aquellos que por su diseño no agredan ni provoquen incomodidad al desplazamiento vehicular, circulando a la máxima velocidad permitida en la vía donde dicho elemento se instale.

Es evidente que existen algunas interpretaciones controvertidas y que los reductores o lomos de burro -sean de las características que fueran- se han venido instalando en las calles, muchas veces no respondiendo a criterios uniformes.

No existen dudas acerca de que los reductores de velocidad cumplen en buena medida con la función de aminorar la velocidad de los vehículos y lo cierto es que los habitantes de las zonas con mayor riesgo encontraron en el lomo de burro una valiosa defensa. Pero sucede que a veces, esa defensa se ve desvirtuada por su precariedad, por su falta de mantenimiento y de señalización, para convertirse, paradójicamente, en un elemento que genera inseguridad.

Sin perjuicio de aplicar otros sistemas, sobre todo en la periferia, como por ejemplo la instalación en las esquinas de dársenas reductoras del tamaño de la calzada, de modo de obligar a un tránsito más lento y en zigzag de los automóviles - es también indiscutible que no existe reductor de velocidad confiable, en la medida en que no se eduque, controle y sancione con severidad a los conductores que con su irresponsabilidad ponen en riesgo la vida de terceros. De allí que resulte prioritario educar a toda la comunidad -sean conductores o peatones- para que se eviten tan peligrosas transgresiones a las leyes vigentes. Y el tema de los reductores de velocidad debe ser analizado, entonces, a la luz de otros factores que inciden en la inseguridad vial.