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Turquía, donde continúa gobernando la violencia

Turquía, donde continúa gobernando la violencia

Turquía, donde continúa gobernando la violencia

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26 de Julio de 2016 | 01:31

Maria Francesca Staiano (*)

Canta, oh diosa, la cólera de Recep Tayyp Erdogan. Así podría iniciar una nueva Ilíada de la época contemporánea. La fuerza de la violencia continúa gobernando la historia de Europa, así como Simon Weil describe en su magistral explicación de la Ilíada como “poema de la fuerza”.

Weil apunta al concepto de la némesis, es decir un destino que castiga automáticamente el uso de la fuerza. De aquí, surge el valor del “límite”: los personajes de la Ilíada saben que cada acción de fuerza genera siempre una reacción igual. La fuerza nunca soluciona, siempre se expande, contagiando hacia la destrucción.

El Presidente de Turquía ha tomado una serie de medidas cada vez más duras contra todos los sectores que ha considerado involucrados en el golpe del 15 de julio próximo pasado. La reacción de Erdogan ha sido violenta y se ha derramado contra todos los sectores públicos: las purgas y la prohibición absoluta de salir del país han afectado a miles de personas de las fuerzas armadas, del poder judicial y de la universidad.

El Ministerio de Educación ha suspendido a 15.200 personas, pidiendo la renuncia a 1.577 decanos y rectores del país y suspendiendo la licencia de enseñanza a más de 20 mil docentes.

A partir del 21 de julio Turquía implementó el estado de emergencia. Esto implica, entre otras consecuencias, que el Presidente tendrá prácticamente el poder absoluto. A la vez que se podrán suspender los derechos fundamentales establecidos por la Convención europea de los derechos humanos, e incluso la posible vuelta de la pena de muerte en el país.

El golpe, la dura represión de Erdogan, el autoritarismo del estado de emergencia, la depuración, la suspensión de la Convención, representan sin duda un fracaso para el desarrollo democrático que Turquía estaba llevando a cabo durante la última década.

Las represalias de Erdogan tras el fallido golpe, sin embargo, tuvieron el pasado domingo una respuesta multitudinaria por parte del pueblo. Miles de turcos ganaron las calles para reclamar paz y democracia. “Ni golpe de Estado, ni dictadura”, fue la consigna.

La historia turca a menudo ha sido marcada por los golpes de estado de matriz militar, muchas veces contra poderes autárquicos, pero sin permitir una evolución libremente democrática de la política.

El fallido golpe y la represión desatada por Erdogan representan un fracaso para el sistema democrático de Turquía

Esta vez, aunque el gobierno de Erdogan se estaba transformando en un poder cada vez más fuerte, de una forma autoritaria y antiliberal, ha sido un gobierno democráticamente elegido por la población.

Interrumpirlo violentamente ha generado una reacción aún más violenta del Presidente.

Cierta trayectoria autoritaria de la política de Erdogan estaba clara para los observadores extranjeros y domésticos desde hace tiempo, lo cual se tradujo en: el fracaso de la política en Siria, el estancamiento de la economía, una paulatina afirmación de los dogmas islámicos con una consecuente reducción de la laicidad del Estado, constituyéndose en síntomas del malestar de parte de la población turca que, como se dijo, el domingo salió a las calles para hacer oír su voz.

Esta violencia se ha insertado dentro de un marco europeo ya tenso: los ataques terroristas en Niza, el éxito de los partidos políticos de extrema derecha, las políticas antimigrantes, el fracaso de los derechos sociales, la fragmentación europea, la vuelta a los antagonismos entre estados soberanos, la crisis económica, las tensiones geopolíticas entre Rusia y EEUU con interferencias en la región de Oriente Medio y la guerra en Siria. Todo lo cual parece conspirar hacia una solución violenta de los conflictos europeos, en los cuales Turquía está insertada y afectada también.

Tal vez, conscientes de esta ola de violencia conyuntural, muchos observadores han pensado en un autogolpe de Erdogan, para legitimar su política contra las polémicas y las oposiciones.

No es posible establecer con certeza la veracidad de esta versión y quizás tampoco sea resolutiva. Lo que sí es cierto es la imagen de “deriva europea” que parece vislumbrar situaciones que en el pasado han sido trágicas.

En este sentido, el último párrafo del ensayo de Simon Weil acerca de la Ilíada aparece amargamente profético: “Los pueblos de Europa encontrarán el genio épico (el concepto de némesis), cuando lograrán creer que nada está a salvo de la suerte, entonces: nunca admirar la fuerza, odiar a los enemigos, despreciar a los desgraciados. Está en duda que esto pronto pasará.”

 

(*) Departamento Europa, Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata

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