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Opinión |HISTORIAS - DETRÁS DE LAS NOTICIAS

Urdangarin: de la realeza a la cárcel

Cuñado del Rey de España, acaba de ser condenado a seis años y tres meses de prisión por graves hechos de corrupción. Será el primer integrante de la familia real española que termina en prisión. Hace veinte años parecía el protagonista estelar de un cuento de hadas: deportista exitoso, se casó con la hija del Rey y empezaba un sueño dorado. Terminó en una pesadilla

19 de Febrero de 2017 | 01:54

Hace exactamente 20 años, Iñaki Urdangarin tocaba el cielo con las manos. Era un tipo joven (29 años), pintón y exitoso deportista de elite. Y había conquistado a la hija mayor del Rey de España, la Infanta Cristina, con quien se casó ese mismo año. ¿Qué más podía pedir?

Esta semana, después de un largo proceso penal por hechos de corrupción, terminó preso, con una condena que lo mantendrá en la cárcel durante seis años.

Integrante de la selección española de handball (en España lo llaman balonmano), había conocido a la hija del Rey (hermana del actual monarca) en los Juegos de Atlanta 96. Fue un flechazo. El era medallista olímpico, conducía una moto Honda África y había nacido en un hogar de clase media de Zumárraga, un pueblo del País Vasco.

Cuando se casaron, en abril del 97, Cristina e Iñaki parecían la encarnación de un cuento de hadas. Con los años terminaron enredados en un escándalo que avergonzó al Rey

De ascendencia vasco-belga, las crónicas de los buenos tiempos hablaban de un hombre cercano, sociable y amistoso, con una fuerte autoestima forjada en la práctica del handball profesional. A los 17 años fichó por el Barça, considerado entonces el mejor club de Europa, y desde esa edad vivía solo en la Ciudad Condal dedicado al deporte (también practicaba y practica tenis, golf y running). Eso, a pesar del “fuerte amor a la familia” que se destacaba en el pretendiente real por aquel entonces, quien había elegido el siete para su camiseta porque siete son los hermanos Urdangarin Liebaert.

Iñaki siempre ha tenido habilidades sociales. Desde muy pronto se destacó el aplomo con el que afrontaba su nuevo papel institucional, como integrante de la familia real.

En “Iñaki y Cristina, historia de un matrimonio”, la periodista Silvia Taulés recuerda que su principal obsesión desde el principio de su aventura monárquica era “no ser un florero”. “El empeño del ex deportista desde que se casó con la Infanta era hacerse rico para demostrarle a su mujer que su marido era un hombre preparado, con recursos”. Urdangarin se trazó un futuro más allá del deporte. Acabó la carrera de Ciencias Empresariales y continuó sus estudios con un Máster en Formación e Intervención de Empresas y Máster en Business Administration en una universidad privada.

En las aulas universitarias cruzó su camino con Diego Torres, que llevaba 12 años como profesor asociado del departamento de Política y Empresa. Ambos conectaron rápido y en 2003 se unieron para relanzar el Instituto Nóos -creado por Torres en 1999- aprovechando la red de contactos del entonces duque de Palma. El marido de la Infanta Cristina se quedó con la presidencia de esta sociedad y Torres ocupó el cargo de vicepresidente, iniciando un lucrativo tándem que facturó millones de euros entre 2002 y 2010. Todo iba sobre ruedas. El matrimonio, que residía hasta entonces en un piso corriente de la avenida de Pedralbes (en Barcelona), decidió adquirir en 2004 una inmensa casa en el mismo barrio por casi 6 millones de euros. Además, la reformaron por tres millones más. Demasiado, incluso para ellos. Las alarmas empezaron a sonar internamente, aunque el escándalo aún no había estallado ante la opinión pública. En 2006 Iñaki abandonó por sorpresa el Instituto Nóos para pasar a ser consejero de Telefónica Internacional en Barcelona, en una maniobra orquestada, presuntamente, por la Casa del Rey. Tres años más tarde, con la situación cada vez más complicada, la compañía lo nombró consejero y presidente de la Comisión de Asuntos Públicos de Telefónica Latinoamérica y Estados Unidos, facilitando el traslado de toda la familia (Iñaki, la Infanta y sus cuatro hijos) a Washington, lo que ya muchos calificaron de un exilio forzado. Los acontecimientos se precipitaron a partir de 2010.

La Infanta Cristina fue absuelta en el mismo juicio en el que se condenó a su marido. Pero deberá pagar una fuerte multa por su participación en asuntos vidriosos. Se muda a Portugal

Un juez hasta entonces desconocido, José Castro, decidió abrir una investigación sobre las actividades de Nóos, barruntando que el yerno del Rey podía estar relacionado con una supuesta trama de corrupción al más alto nivel. El escándalo ya no podía pararse, pero no fue hasta noviembre de 2011 cuando la casa Real tomó la decisión de apartar al marido de la Infanta de todos los actos oficiales, dejando vía libre para que el juez le citara a declarar como imputado unos días más tarde.

En 2012 empezó a desfilar por tribunales. “Comparezco para demostrar mi inocencia, honor y actividad profesional. Durante estos años he ejercido mi responsabilidad, he tomado decisiones de manera correcta y con total transparencia. Lejos de aclarar, las dudas se hicieron más grandes. Ese año, ya apartado de la Casa del Rey, señalado por la opinión pública y con una situación insostenible, Telefónica prescindió de sus servicios. La familia decidió regresar a Barcelona para encarar el proceso, pero el día a día del marido de la Infanta (y sus hijos) se hizo insostenible. En su huida hacia adelante, Diego Torres disparaba balas en forma de correos electrónicos que retrataban a Urdangarin como un individuo algo frívolo, que no se tomaba demasiado en serio su papel institucional y que se reía de los demás miembros de la Casa Real. La familia se mudó a Ginebra (Suiza), donde el acoso mediático era menor y el duque podía practicar deporte, llevar a sus hijos al colegio y tener una vida más normal de la que llevaba en España. No volvió a trabajar.

Al final del juicio le imputaron delitos de fraude, tráfico de influencias, malversación, estafa, falsificación y blanqueo de capitales.

El viernes pasado, cuando fue a escuchar el veredicto, sabía que su suerte estaba echada. Nada queda del glamour de hace 20 años.

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