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Revista Domingo |EL FENOMENO DE LAS VIVIENDAS COLABORATIVAS EN LA TERCERA EDAD

Envejecer viviendo entre amigos, una exitosa fórmula de bienestar

A medida que se extiende la esperanza de vida, cada vez son más las personas mayores que si bien requieren cierto apoyo para sostener sus rutinas cotidianas no quieren depender de sus familias ni internarse en un hogar residencial. Frente a esta encrucijada, un modelo nacido en Europa plantea una interesante opción

28 de Agosto de 2016 | 23:46

“Mi concubina”, bromea Mabel (74) abrazando a Lucy (72) tras reconocer que el suyo es “un matrimonio feliz”. Compinches de toda la vida, ambas comparten un departamento vecino a la plaza Moreno desde que hace cuatro años la primera de ellas quedó viuda y la otra se dio cuenta de que se sentía mejor con su amiga que en la casa de su hijo, donde “cada vez tenía menos lugar”. El suyo no es por cierto un caso extraño: los hogares unigeneracionales constituyen un modelo que no sólo ha venido creciendo en el mundo a lo largo de las últimas décadas sino que constituiría además una de las claves de la felicidad al envejecer.

A la par de una mayor esperanza de vida, cada vez son más los adultos que si bien requieren cierto apoyo para sostener sus rutinas cotidianas no quieren volverse una carga para sus hijos ni tampoco internarse en un hogar residencial. De ahí que la posibilidad de vivir entre pares en su propia casa y bajo sus propias reglas constituye para muchos de ellos una interesante opción.

Justamente el deseo de no volverse una carga para la familia y a la vez seguir gozando de la autonomía de siempre pese a los achaques de la edad es la clave de una alternativa de envejecimiento que gana terreno en Europa: el “senior cohousing” o viviendas colaborativas para la tercera edad. Se trata complejos habitacionales diseñados para envejecer entre pares valiéndose de los principios de cooperativismo y la ayuda mutua a fin de enfrentar las dificultades que trae aparejada la edad.

Después de los 60 años, vivir entre pares sería, junto al nivel socioeconómico y la salud, uno de los factores que más inciden en la percepción de la propia felicidad, según se desprende de un estudio hecho el año pasado en nuestro país

Nacido en Dinamarca y Holanda durante la década del noventa, este modelo se ha extendido durante los últimos años a gran parte de Europa y Estados Unidos como una alternativa al hogar geriátrico tradicional. Una de las experiencias más conocidas es Trabensol, un complejo creado en las afueras de Madrid por unas 80 personas mayores que buscaban un lugar a su medida para envejecer.

“Queríamos alternativas diferentes a las que habían vivido nuestros padres. Tras muchas horas de diálogos y debates, decidimos constituir una cooperativa y levantar un centro de convivencia para mayores en el que pudiéramos vivir una vejez saludable, ser independientes, ayudarnos entre nosotros y organizarnos gracias a comisiones de trabajo que nos hicieran responsables del funcionamiento del colectivo”, explica Paloma Rodríguez, presidenta de la cooperativa, quien comparte habitación con su vecina de hace 40 años.

Producto de esa iniciativa es un complejo de 10 mil metros cuadrados con medio centenar de viviendas al pie de la sierra madrileña. Si bien las casas tiene apenas 50 metros cuadrados, el predio ofrece muchos espacios de uso común: una huerta, jardines, terrazas, una biblioteca, un gimnasio, salas de música, pintura y cine y hasta un salón con juguetes disfrutar con los nietos.

“Mi anterior casa tenía el doble de metros, pero estaba harta de trabajar tanto en ella. Esta es pequeña pero cubre todas mis necesidades”, cuenta María Dolores Hernández, una enfermera jubilada que se mudó a Trabensol con su marido llevándose apenas los muebles necesarios como “un ejercicio de desapego del pasado y liberación”.

En Trabensol como en otros complejos de su tipo, el mayor valor es sin duda el potencial humano. La convivencia entre los residentes, en su mayoría gente muy preparada, es plenamente activa y cada uno pone a disposición de la comunidad su experiencia profesional. Todos colaboran en los quehaceres del comedor y se ayudan mutuamente para enfrentar las progresivas dificultades que plantea la edad.

MEJOR ENTRE PARES

Después de los sesenta años, vivir entre pares sería, junto al nivel socioeconómico y la salud, uno de los factores que más inciden en la percepción de la propia felicidad. Así lo advierte al menos una investigación sobre la condiciones de vida e integración social de las personas mayores en Argentina que realizó el año pasado el Observatorio de la Deuda Social.

Impulsado por la Universidad Católica Argentina y la Fundación Navarro Viola, el estudio traza un valioso perfil sobre cómo viven los mayores de 60, un segmento demográfico que abarca ya seis millones de personas y es uno de los que más ha crecido en el país. Y en ese contexto muestra que el grado de autosatisfacción con la propia vida -contra lo que suelen creer muchos jóvenes- no sufre gran mella al llegar a esa edad.

De hecho, según los resultados del estudio, el 84,6% de los argentinos mayores de 60 años se considera una persona feliz, lo que no es un dato menor si se tiene en cuenta que cerca del 80% de ellos vive con la jubilación mínima, un 20% reside en hogares que presentan rasgos de inseguridad alimentaria y uno de cada cuatro reconoce sufrir una enfermedad grave o tener serios problemas de salud.

¿Dónde se encuentran más frecuentemente las personas mayores que se consideran muy felices? “En primer lugar entre las del estrato socioeconómico más alto. Y en segundo, entre las que no tienen problemas de salud por un lado, y por el otro, entre las que viven en hogares compuestos sólo por personas de su edad”, explica el doctor Enrique Amadasi, coordinador del Barómetro de las Personas Mayores de la UCA y principal responsable de la investigación.

El deseo de no volverse una carga para la familia y a la vez seguir gozando de la autonomía de siempre pese a los achaques de la edad es la clave de una alternativa de envejecimiento que gana terreno en Europa: el “senior cohousing” o viviendas colaborativas para la tercera edad.

Aunque constituye uno de los hallazgos del estudio, el hecho de que los hogares unigeneracionales aparezcan asociados a un mayor índice de bienestar no sorprende a Silvia Gascón, directora de la Maestría en Gerontología de la Universidad ISalud y miembro del consejo directivo de HelpAge Internacional. “Ya sean marido y mujer, hermano y hermana, consuegras o amigas, cuando las personas mayores tienen la posibilidad, prefieren en general vivir con otras de una edad afín”.

Tras mencionar que el número de hogares compuestos sólo por adultos se duplicó en apenas los últimos dos censos, Gascón explica que “si bien esto responde en parte a que los mayores de esta generación, a diferencia de sus antecesores, tienen en un alto porcentaje vivienda propia y cobertura previsional, también pasa por una cuestión de elección. Contra lo que piensan en general sus hijos, el hecho de que no quieren irse a vivir con ellos cuando enviudan no es sólo porque no quieran dejar su hogar”.

“Lo que uno escucha entre la gente grande es que al vivir entre pares encuentran mayor compañía, mayor apoyo, más posibilidades de compartir necesidades y gustos; una realidad que contrapone a la descripta por muchos de quienes viven en hogares multigeneracionales, donde la propia dinámica de las familias actuales los tiende a relegar”, explica Gascón.

Pero una cosa es vivir entre pares y otra muy distinta en un hogar unipersonal, aclara la especialista señalando el sentimiento de soledad y la vulnerabilidad que suele traer aparejada esta elección al llegar cierta edad, un fenómeno que de hecho aparece reflejado en el estudio del Barómetro de la Deuda Social.

“En lo que hace al tipo de hogar, el mayor grado de infelicidad (21,8%) se encuentra entre las personas mayores que viven solas. Es el factor que más condiciona la infelicidad, incluso más que el nivel socioeconómico”, explica Amadasi. Es así que, si se tiene en cuenta que las personas más felices son las que conviven sólo con otros mayores, básicamente parejas de su edad, resulta comprensible que cuando uno enviuda y pasa vivir solo, la percepción de infelicidad sea hasta dos veces mayor.

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