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Especial para EL DIA
de National Geographic
En una central energética de Islandia, se usa roca volcánica para transformar el dióxido de carbono en cristales parecidos a la sal. Bajo tierra, el gas invernadero se vuelve sólido en cuestión de meses, emulando un proceso natural que puede llevar siglos.
La investigación, detallada en el número del 9 de junio de la publicación Science, es parte de un plan mayor para capturar carbono en plantas energéticas para luego almacenarlo bajo tierra. Solidificando el carbono se reduce el riesgo de que éste se cuele a la atmósfera y contribuya al cambio climático.
En la central geotérmica Hellisheidi, cerca de Reykjavik, se disuelve dióxido de carbono en agua y se lo inyecta en roca basáltica, la que reacciona químicamente con el gas, mineralizándolo. El proyecto, llamado Carbfix, comenzó en 2007.
“La creencia generalizada era que estas reacciones serían lentas”, explica Martin Stute, investigador de la Universidad de Columbia y autor principal del trabajo. “Que tardarían 100 años, quizás mil”.
En Hellisheidi, el proceso tomó menos de dos años. Los investigadores usaron marcadores químicos para controlar el dióxido de carbono en pozos excavados entre 400 y 1.300 metros de profundidad y luego verificaron los resultados tomando muestras de la roca. Comprobaron que estaba cubierta de carbono cristalizado blancuzco; 95 por ciento del que había sido inyectado se había convertido en piedra.
“Es una noticia realmente interesante”, afirma Pete McGrail, científico del Pacific Northwest National Lab que también estudia el secuestro de carbono. Dice que los resultados obtenidos por Carbfix confirman años de pruebas de laboratorio que sugieren que el dióxido de carbono se mineraliza bastante rápido.
La investigación es parte de un plan mayor para capturar carbono en plantas energéticas para luego almacenarlo bajo tierra. Solidificando el carbono se reduce el riesgo de que éste se cuele a la atmósfera y contribuya al cambio climático
La central geotérmica Hellisheidi es la más grande de Islandia. Emplea las vastas reservas subterráneas de calor volcánico para generar electricidad y calor. Aunque la energía es renovable, no está totalmente libre de carbono, ni de olores: el agua bombeada desde las profundidades no sólo tiene dióxido de carbono sino también sulfuro de hidrógeno, un gas corrosivo con olor a huevo podrido.
Las emisiones de carbono anuales de la planta- 40.000 toneladas- equivalen al 5 por ciento de los de una planta de carbón comparable, según la empresa Reykjavik Energy, que opera la planta, y aún así esta compañía fue presionada por el gobierno para que extraiga el gas sulfuroso.
Además del costo de este tipo de plantas con tecnología tan novedosa, hay una gran preocupación. Esta planta usa demasiada agua: veinticinco toneladas por tonelada de dióxido de carbono secuestrado.
“El hecho de que este proceso demande tanta agua es una desventaja de esta tecnología”, reconoce Stute, y añade que parte del agua puede ser reciclada. También se puede usar agua salada en lugar de agua de desecho geotermal: “No hay ninguna razón obvia por la que no pueda funcionar, pero eso definitivamente tiene que ser estudiado.”
McGrail también agrega que todavía no está muy claro si la solidificación del carbono puede llevarse a una escala comercial. “Todavía hay que hacer algunos trabajos importantes”, explica, preguntándose cuánto tiempo puede inyectarse un pozo y cuánto carbono puede desecharse. En la prueba piloto de Carbfix inicialmente se inyectó 250 toneladas de gas (principalmente dióxido de carbono con algo de sulfuro de hidrógeno mezclado). Stute dice que la planta de Hellisheidi ya disminuyó 5.000 toneladas al año; el objetivo es llegar a secuestrar todas sus emisiones. Aunque existe el riesgo de desatar terremotos, Stute dice que eso no ha sucedido en Hellisheidi, “hay que conocer muy bien el sitio” para asegurarse que tenga las propiedades adecuadas para recibir las inyecciones.
El basalto es tan común en todo el mundo que, al menos en teoría, hay suficiente como para absorber las emisiones de carbono del mundo. En términos de posibilidades de reducción de las emisiones de carbono de combustibles fósiles, McGrail dice que pudiendo almacenar en basalto se tiene una ventaja.
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