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Revista Domingo |ARQUITECTURA

Torres que tocan el cielo

La carrera por edificar los rascacielos más altos se desplaza hacia las nuevas capitales mundiales del dinero, situadas casi todas en Asia. Marshall Strabala, arquitecto jefe de la Torre de Shanghai, el segundo edificio más alto del mundo, aporta claves sobre estas estructuras que parecen tocar el cielo...

30 de Agosto de 2015 | 00:10

La carrera de los rascacielos parece haberse desatado en los últimos años. Atrás quedan los tiempos en los que algunos de ellos vivían largos reinados como edificios más altos del mundo, una competición que se vio impulsada, sobre todo, con el pujante desarrollo hace 100 años de Nueva York, tal vez la gran ciudad más emblemática del siglo XX.

Ahora ese pulso se está desplazando, cada vez más, hacia las nuevas capitales mundiales del dinero, desde los ricos emiratos petroleros en Oriente Medio a, sobre todo, las grandes metrópolis asiáticas, encabezadas en los últimos años por Shanghai, cuyo vibrante desarrollo urbano, que recuerda al estadounidense de los años treinta, parece encaminarla a tomar el testigo simbólico como la probable Nueva York del siglo XXI.

Mientras que hoy en Shanghai se estima que hay más de 7.000 edificios de más de 100 metros, en la pujante Nueva York de hace un siglo bastaba no mucho más que construir por encima de esa altura para despertar el asombro y la fama, que se consolidó con sus batallas por hacer el edificio más alto del planeta en los años treinta, al comienzo de la Gran Depresión, tras una larga burbuja bursátil e inmobiliaria.

Ya en 1913 el edificio neoyorquino Woolworth, con 241,4 metros de altura, impresionantes para la época, se coronó como el más alto del mundo y lo fue durante dos décadas, hasta que en 1930 lo superó el actual 40 Wall Street (283 metros), que al cabo de un mes fue adelantado por el Chrysler (319 metros). Éste, a su vez, en apenas 11 meses fue destronado por el Empire State, el cual, con sus 102 pisos y 381 metros, ya no tuvo rival entre 1931 y 1971.

Strabala tiene casi tres décadas de experiencia en el diseño de grandes edificios, entre los que se encuentran algunos de los más altos del planeta, incluida su participación en el equipo de la Burj Khalifa y la Torre Zifeng de Nankín

La frontera de los 400 metros parecía ser el límite psicológico para la humanidad levantando alturas y, dados el coste, la tecnología y las condiciones necesarias para crear un edificio así, desde entonces apenas se ha construido una quincena de rascacielos que superen esas proporciones.

Sin embargo, la carrera de los rascacielos se retomó en los años setenta: las Torres Gemelas de Nueva York (417 metros) fueron las más altas entre 1971 y 1973, siendo superadas por la torre Sears (hoy Willis), en Chicago, con 442 metros, cuyo reinado duró hasta 1998.

ORIENTE TOMA EL RELEVO

Desde entonces la corona pasó a disputarse en oriente. Las torres Petronas de Kuala Lumpur (451,9 metros) la tuvieron hasta 2004, cuando las adelantó la Taipei 101, en Taiwán, con sus 101 pisos y 508 metros; hasta ser sobrepasada en 2010 por la actual triunfadora, la torre Burj Khalifa de Dubái (Emiratos Árabes Unidos) que, a pesar de tener su último piso a 584,5 metros, ha disparado ya la altura de las construcciones humanas hasta los 829,8 metros, lo que parece poner el sueño, casi futurista, de una torre de un kilómetro de alto al alcance de la punta de los dedos de la humanidad.

En efecto, el reinado de la Burj también tiene los días contados, ya que se está construyendo en Yeda (Arabia Saudí) la Torre del Reino, a pesar de que tuvo que reducir su escala inicialmente prevista de unos 1.600 metros a poco más de un kilómetro (su altura exacta no se conocerá hasta que esté terminada, como ocurrió con la Burj, cuya estructura estará imitando, en realidad, solo que en mayores proporciones).

Con esa altura, en todo caso, materializará finalmente el viejo desafío de los mil metros que, hasta hace poco, parecía de ciencia ficción, cuando abra sus puertas hacia el año 2019.

Con todo, estos rascacielos con destino al cielo son aún muy escasos, ya que un proyecto de estas proporciones solo se puede llevar a cabo con éxito y tiene sentido de verdad en lugares y en momentos con una suma de ingredientes muy particulares que deben coincidir a la vez.

Una de las personas más adecuadas del mundo para explicarlo es el estadounidense Marshall Strabala, diseñador y arquitecto jefe del que está a punto de ser oficialmente, en cuanto abra sus puertas, este mismo año, el segundo edificio más alto del mundo: la Torre de Shanghai, con 632 metros de altura y 128 pisos, solo por detrás de la Burj Khalifa (828 metros y 163 alturas).

Strabala tiene casi tres décadas de experiencia en el diseño de grandes edificios, entre los que se encuentran muchos de los más altos del planeta, incluida su participación en el equipo de la propia Burj Khalifa y la Torre Zifeng de Nankín, también en China, la novena más alta del mundo (con 450 metros y 66 pisos).

Además ha participado en muchos otros proyectos de grandes rascacielos, y podría considerársele “discípulo” de Adrian Smith, el diseñador de la Torre del Reino, de Yeda, pues fue su jefe y mentor durante 18 años en el estudio de arquitectura SOM de Chicago.

“LA TORMENTA PERFECTA”

Con estas credenciales, pocos seres humanos comprenden ahora mismo como Strabala el desafío que supone levantar un megarrascacielos como el que está apunto de inaugurar en Shanghai, una obra maestra de ingeniería, de doble fachada de cristal, de las que la exterior está retorcida elegantemente sobre sí misma, como si se enrollara, para reducir las fuertes cargas laterales del empuje del viento sobre el edificio.

“Para crear un edificio como la Torre de Shanghai, superior a los 400 metros, tiene que darse “la tormenta perfecta”, explica Strabala. “Para empezar, necesitas tener el terreno en el lugar apropiado, y que coincida con un tiempo de fuerte expansión económica como para financiar el proyecto, ya que la enorme inversión requerida no será recuperada hasta bastantes años después de iniciadas las obras (de unos siete años para una torre de casi medio kilómetro, en este caso)”, indica el experto.

De hecho, la fórmula para que un proyecto de este tipo tenga éxito, según Strabala, sería esta suma: “ingeniería + programa + costes + ciudad adecuada + tiempo”.

Es decir: hay que contar con el diseño arquitectónico y de ingeniería que permita crear un edificio así, capaz de albergar diariamente hasta a 30.000 personas a la vez (si es de un kilómetro), de manera segura y eficiente.

Además habría que prever un programa de utilización de su espacio que sea rentable y que vaya a ser usado realmente.

Por ejemplo, Strabala indica que “las dos torres más grandes del mundo superan hoy el medio millón de kilómetros cuadrados, y el último piso útil de la Burj está a unos 580 metros, por lo que no sería fácil llenar hoy en día una torre con mucha más superficie, en realidad”.

“En principio -sugiere- lo ideal sería darle un uso mixto, como en la Torre de Shanghai, y al contrario que en la Burj, que es sobre todo residencial. Para un hipotético edificio de un kilómetro de alto, una buena proporción sería de al menos un 40 por ciento del espacio para oficinas y el resto para hoteles, viviendas, restaurantes, comercios y espacios de ocio”.

“Luego, quien impulse el proyecto debe tener en cuenta sus costes, ya que el coste por metro cuadrado de una torre de 600 metros ya es el triple que el de una de 20 pisos (unos 100 metros), dado que se necesita mucha más inversión en la estructura del edificio, en sus sistemas de seguridad y de servicio y en sus ascensores, entre otros muchos aspectos”, agrega el arquitecto.

“SOLO SI LA CIUDAD LO NECESITA DE VERDAD”

“Llegados a este punto, cabe preguntarse si poner en esa ciudad determinada un edificio de estas características es buena idea, porque ¿la torre hará de la ciudad un lugar mejor, literalmente mejor, o solo una imagen mejor para las postales?”, reflexiona Strabala.

“Un rascacielos enorme solo puede funcionar si la ciudad lo necesita de verdad y en ese lugar, o bien como catalizador de una zona nueva que se va a desarrollar, como ocurrió con la torre Jin Mao de Shanghai en los años noventa, mientras se formaba el actual corazón financiero de China”, agrega el experto

“Para un hipotético edificio de un kilómetro de alto, una buena proporción sería de al menos un 40 por ciento del espacio para oficinas y el resto para hoteles, viviendas, restaurantes, comercios y espacios de ocio”, indica el arquitecto

“También puede ser óptimo como una mejora en la práctica para una parte de la ciudad en concreto, donde haya movimiento de negocio y de personas a diario que, de verdad, sea práctico tener una o varias torres gigantescas que aglutinen la actividad económica o incluso residencial de esa zona, para lo cual es imprescindible que esté muy bien conectada con el sistema de transporte público, sobre todo de metro”, matiza Strabala.

“De lo contrario, un edificio así asfixiaría a una ciudad porque, si mide un kilómetro, reunirá a entre 25.000 y 30.000 personas, o incluso 12.000 si fuera residencial, y eso es un enorme grupo de gente para un solo punto de una ciudad”, advirtió.

Todo un dilema para los habitantes de las probables megaciudades del futuro: un futuro, en realidad, ya no tan lejano.

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