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Escritores que fueron jueces o ejercieron la abogacía. Los casos de Héctor Tizón, Macedonio Fernández, Juan Filloy, Gustavo Bossert, Rafael Oteriño. El estudio de García Saraví y Ponce de León
MARCELO ORTALE
Muchos escritores argentinos fueron también magistrados y ocuparon distintos cargos en el Poder Judicial. Otros actuaron como abogados en su vida profesional y esta doble naturaleza, necesariamente, los obligó a conocer las particularidades de los idiomas judicial y literario, en apariencia incompatibles. Sin embargo, uno de ellos, como el gran novelista que fue el jujeño Héctor Tizón, ya al final de su vida llegó a la conclusión “de que todo magistrado debe conocer la literatura”.
Tizón ocupó el Superior Tribunal de Justicia de Jujuy, fue convencional constituyente y diplomático. En una entrevista que mantuvo en 2011 con La Gaceta de Tucumán ante los periodistas Irene Benito y José Nazaro dio otra definición que sorprendió, al afirmar que “también hay poesía en los Tribunales”.
Se oponen, en apariencia, un lenguaje sujeto a reglas, a formalismos, al ancla de jurisprudencias y doctrinas –que es el de la Justicia- con el idioma totalmente libre, arbitrario, si se quiere anarquista, de la literatura. Sin embargo son muchos los escritores argentinos que supieron armonizarlos. “El discurso del jurista es muy parecido al de un escritor”, afirmaba Tizón.
La explicación la encontraba en que un escritor de ficción “trabaja con personajes y un jurista, con personas”, aunque, claro, “un juez, a diferencia de un narrador, no puede emplear sobreentendidos ni ambigüedades: su tarea exige la precisión absoluta. Esa rigurosidad aparece con nitidez en el caso del Código Penal: si uno quita o cambia de lugar una coma de la ley, modifica completamente la tipificación del delito”.
Tizón (1929-2012) fue jurista y, a la vez, uno de los novelistas más consistentes de nuestro país. Se había radicado en La Plata en 1949, donde estudió derecho hasta graduarse en 1953 y dedicarse a la carrera diplomática. Fue agregado cultural en México y allí se hizo amigo de los escritores Juan Rulfo, Ernesto Cardenal, Ezequiel Martínez Estrada, Augusto Monterroso y Tomás Segovia. Después, fue designado cónsul en Milán. Abandonó la diplomacia en 1962 y, de regreso en Argentina, desempeñó brevemente el cargo de ministro de Gobierno, Justicia y Educación.
En 1976 se exilió en España, donde trabajó en editoriales, diarios y revistas. Afiliado a la Unión Cívica Radical, representó como convencional a su provincia en la Convención Nacional que reunida en Santa Fe sancionó la reforma constitucional de 1994 integrando el bloque radical presidido por Raúl Alfonsín. A mediados de la década de 1990, a instancias de la minoría radical, la legislatura jujeña lo designa Juez del Superior Tribunal de Justicia, como Juez Decano, y vicepresidente del cuerpo.
Paralelamente, Tizón había conformado una vasta obra literaria. Le editaron más de veinte novelas y unos diez libros de cuentos, entre los cuales se destacaron las novelas Luz de las crueles provincias (1995), Extraño y pálido fulgor (1995) y La belleza del mundo (2004).
Macedonio Fernández (1874 –1952), antes de convertirse en un singular metafísico y autor de narraciones fantásticas, teñido por un idealismo categórico y, a la vez, escéptico, fue hombre de la Justicia. Había ejercido primero la abogacía y, allá por 1910, fue designado fiscal penal en Formosa. De esa gestión se recuerda su valiente desempeño en defensa de un mensú que había sido perseguido por un patrón inescrupuloso.
Con poca paga, el hombre había huido de su tarea como peón “transgrediendo” así un contrato laboral –ilegítimo- que le habían hecho firmar por tres años. Un juez penal mandó detener al mensú prófugo y Macedonio reaccionó con un escrito certero, en el que exigió que le devolvieran la libertad. Ello derivó en que lo echaran de los cuadros de la justicia. Antes de eso, al graduarse, había compuesto una tesis -que será editada- ciertamente vanguardista, en donde postula una total igualdad entre la mujer y el varón, cuando aquella se encontraba aún absolutamente relegada, privada del ejercicio de elementales derechos.
En su tesis, a principios del siglo pasado, dijo: “la mujer ha sido mantenida desde hace mucho tiempo por casi todas las legislaciones en una minoridad permanente. La ley de Mann quería que nunca se gobernara sola haciéndola pasar de la potestad del padre a la del marido, a la de los hijos, a la de los parientes, etc. [...] En cuanto a los derechos políticos, jamás los ha disfrutado la mujer”.
Pero un día, el abogado dejó de ser. En su famoso escrito autobiográfico, así definió su tránsito del mundo judicial al literario: “De la Abogacía me he mudado; estoy recién entrado a la Literatura y como ninguno de la clientela mía judicial se vino conmigo, no tengo el primer lector todavía. De manera que cualquier persona puede tener hoy la suerte, que la posteridad 1e reconocerá, de llegar a ser el primer lector de un cierto escritor”.
Ya en la ancianidad, solía decir que, de vez en cuando, soñaba con que había sido fiscal del Poder Judicial.
Gustavo Bossert (1938- ) es un conocido ex magistrado que tuvo una carrera ascendente en la administración de Justicia, hasta ocupar el cargo de ministro de la Corte nacional desde 1994 hasta 2002, en que renunció. Es autor de numerosos trabajos jurídicos. Pero, al mismo tiempo, exhibe también su condición de literato. Son más de once las novelas de Bossert editadas por las principales editoriales del país y de Europa.
En una entrevista periodística realizada por el diario El Litoral en 2009 se le consultó si no se había arrepentido de haber renunciado a la Corte y respondió así: “En estos momentos estoy con el cuerpo y el alma en otras cosas. He vuelto a ser abogado, ejercito haciendo escritos para estudios jurídicos; soy bipolar porque practico la literatura, voy y vengo entre derecho y literatura, siempre estoy publicando alguna novela”
Recientemente incorporado como miembro de número a la Academia Argentina de Letras, el poeta platense Rafael Oteriño desarrolló, a la vez, una extensa carrera en la Justicia bonaerense, en la que llegó a ser juez de la Cámara Civil y Comercial de Mar del Plata, además de ser docente profesor de Derecho Civil III en varias universidades.
El dilema del “doble idioma” lo resuelve de manera semejante a la del novelista y jurista Tizón. Según Oteriño, “tanto en el Derecho como en la Literatura, el lenguaje –en su acepción más estricta: como conjunto de sonidos articulados con los que el hombre se comunica- opera de un modo casi idéntico. Tanto en un caso como en el otro requiere, para su eficacia , esto es, para su configuración, transmisión y comprensión, que su asiento en las palabras esté dotado de las mismas condiciones de precisión y accesibilidad, e, inclusive, de pureza (o musicalidad), sin las cuales el sentido queda opacado, menoscabado o, sencillamente, se pierde”.
Agregó que “tal vez Stendhal tuvo en mente estas nociones cuando deslizó que para un escritor era conveniente comenzar el día leyendo algunos artículos del Código Napoleón, el célebre “Code civil des Francais”. Con ello puso de resalto que el verdadero protagonismo de un escritor está siempre del lado del lenguaje –con el que debe familiarizarse, provenga de donde provenga-, y que las condiciones de toda buena escritura no son otras que las apuntadas: precisión, accesibilidad y pureza, cualidades que él no dudaba en reconocer en el texto francés. Sin ellas no hay texto comprensible ni prescripción clara. Ni se cumple la seducción que toda literatura –incluida la jurídica- requiere para mantener cautivo al lector”.
El cordobés Juan Filloy (1894-2000), conocido –por su longevidad- como “el escritor de los tres siglos” fue también camarista civil y escritor, con extensas carreras en ambos campos. Uno de los temas que más preocupación le causó esa doble condición se relacionó con el llamado “compromiso” de su literatura. Y así le respondió a Ricardo Zelarrayán, cuando éste le preguntó qué opinaba cuando le decían que su escritura era lúdica o de evasión:
“Yo por mi condición de magistrado he debido tener una actitud completamente al margen de las militancias políticas e ideológicas. Y tengo mis ideas y mi ideología política y filosófica. Pero en razón de mi magistratura debía tener despojo y aplomo. Tener una mente limpia para poder juzgar con soberanía cualquier tema que se llevara a mi estrado y tener soberanía mental para hacer caer mi opinión como cae una plomada. No he podido ser jamás un escritor comprometido. Pero desafío a quienes me acusan de hacer una literatura de evasión... o no desafío nada porque, en realidad, me interesan las discrepancias, las apruebo y las estimulo. Como Oscar Wilde que se quejaba porque no lo criticaban. Mire, yo no he escrito nada pornográfico, he escrito cosas crudas, escenas que son reales en cualquier persona normal. He pintado la vida prostibularia, por ejemplo, en Caterva y Balumba, en épocas en que los quilombos estaban perfectamente permitidos. El escritor debe ser una especie de notario público, Debe dar fe del momento en que vive”.
Para los intelectuales platenses en La Plata hubo un bufete de abogados inolvidable. Fue el que tuvieron en calle 49 entre 10 y 11 los abogados Gustavo García Saraví y Horacio Ponce de León que, en realidad, fueron dos de los mejores poetas habidos por estas tierras.
Otro poeta de los buenos, Néstor Mux, recuerda ahora: “la condición para poder ir a ese estudio y mantenerse un tiempo allí era la de hablar exclusivamente de poesía…Yo iba con Roberto Themis Speroni y siempre terminábamos todos comprando unos sándwiches de miga y hablando de poesía con Gustavo y Horacio…Cuando sonaba el timbre y era algún cliente nuevo, alguno de los dos atendía por el portero eléctrico y les avisaba: “los doctores no están, venga mañana por favor…”.
Recuerda que “los llamaban muchas veces por teléfono desde el Banco Hipotecario para pedirles que, por favor, fueran a cobrar los cheques porque si no se les iban a vencer…”. En ese estudio del barrio de Tribunales, el idioma de la poesía predominaba sobre el lenguaje jurídico.
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